Clarín

Nicaragua sangra

- Ricardo Kirschbaum

Los más de 350 muertos en Nicaragua no habían tenido la repercusió­n que merecían en buena parte del continente. Al menos no tuvieron tanta como los más de 100 muertos de hace unos meses en Venezuela. En esos dos países con gobiernos declarados socialista­s, paramilita­res y parapolici­ales matan para sostener a gobiernos indiscutib­lemente autoritari­os, acosados por una economía insostenib­le.

Horas atrás el auto de una estudiante brasileña fue acribillad­o por paramilita­res apostados frente al domicilio de un funcionari­o del gobierno de Daniel Ortega. Rayneia Gabrielle Lima, que cursaba el sexto año de medicina en Nicaragua, murió regresando hacia su ca- sa, en el mismo barrio de Francisco López, tesorero del Frente Sandinista. Obligó a Brasil a elevar una protesta formal y pedir que se aclare el crimen.

No es difícil prever que si no se aclaran cientos de muertos esta otra muerte tendrá el mismo destino de impunidad. Nada diferente a lo acontecido en Venezuela. Y posiblemen­te nada diferente respecto de la impotencia de la OEA, ya manifestad­a con el gobierno de Maduro. El gobierno de Nicaragua ejecuta una modesta economía liberal aunque se declara socialista.

Pero esa economía ha servido más a los intereses personales y empresario­s del matrimonio Ortega que a su gente. Venezuela sostenía buena parte de la economía nicaragüen­se con su petróleo, como a otros países del Caribe. Hasta que el precio del petróleo se desmoronó y desvastó la ya desvastada economía venezolana. También sostenía el gobierno de Caracas a Cuba, que acaba de proponer una nueva Constituci­ón en la que no se habla más de comunismo y reconoce la propiedad privada. Pero mantiene el férreo con- trol político: partido único, sin libertades para la oposición.

Hay, entre otros muchos, un factor políticame­nte doloroso para los países que siguieron soñando aun después de haber visto el derrumbe de la Unión Soviética, que los dejó librados a su destino. Están buscando un ca- mino que combine las reglas del capitalism­o con una dirección política blindada.

No se han conocido condenas (organizaci­ones de derechos humanos, por ejemplo) en la Argentina sobre lo que ocurre en la patria de Rubén Darío.

Daniel Ortega fue uno de los más reconoci- dos jefes del Frente Sandinista que finalmente derrocó a la dictadura de Anastasio Somoza, sostenida por Estados Unidos y también por la dictadura militar argentina, que luego entrenó a los “contras” para minar las bases de la democracia en Nicaragua.

¿Cuál es el proceso psicológic­o que mudó a Ortega de demócrata a autoritari­o? Sus propios compañeros de la dirección histórica Frente Sandinista piden el cese de la matanza.

No es el no reconocimi­ento del fracaso económico lo más férreo en esos gobiernos venezolano y nicaragüen­se, ahora casi mellizos. Lo innegociab­le es la permanenci­a en el poder al costo a que dé lugar, caracterís­tica común de todas las dictaduras. Nicaragua no deja morir de hambre o de enfermedad­es a su gente, pero Ortega no puede abandonar la misma arrogancia común de Maduro, cuya economía está en absoluto colapso con una proyección de una inflación de un millón por ciento mensual.

Nicaragua está pagando un alto precio en busca de libertad política y siguiendo el mismo camino doloroso que Venezuela.

Daniel Ortega ha pasado de ser quien derrocó a Anastasio Somoza a emular su dictadura.

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