Clarín

Proveer a la defensa común

- Ex Jefe del Ejército Argentino. Veterano de la Guerra de Malvinas y ex Embajador en Colombia y Costa Rica Martín Balza

En sentido lato, Defensa Nacional es la capacidad de garantizar de modo permanente los intereses vitales de nuestro país, y es deber ineludible por parte del Estado “proveer a la defensa común”, como lo expresa con claridad meridiana el Preámbulo de la Constituci­ón Nacional. Ello impone la integració­n y la acción coordinada

de todas las Fuerzas de la Nación para la solución de aquellos conflictos que requieran del empleo de las Fuerzas Armadas. Su finalidad es garantizar de modo permanente la soberanía e independen­cia de la Nación y su integridad territoria­l.

La soberanía es la esencia de nuestra convivenci­a. Ningún organismo internacio­nal o multinacio­nal puede garantizar­la de manera confiable. La ausencia de certezas indica que ningún país es ajeno a los riesgos y amenazas que acometen al mundo, por lejanos o insólitos que hoy se perciban. Ello impone un supuesto teórico de planeamien­to a partir del cual el Estado prepara su Instrument­o Militar adoptando una estrategia para la determinac­ión de capacidade­s, la preparació­n de los medios, y la conducción de los mismos.

Este supuesto suele también denominars­e hipótesis de conflicto o escenario de empleo, y resuelve para la Estrategia Nacional y para la Estrategia Militar dos problemas complejos que requieren de un cuidadoso análisis. Estos son: la predicción y la asignación de prioridade­s. Quienes con miopía afirman la inexistenc­ia del expresado supuesto, ignoran que la razón de ser de las Fuerzas Armadas no responde a la eventualid­ad de un conflicto determinad­o, sino que su existencia radica en tanto y en cuanto existe el Estado, del cual constituye­n un atributo insustitui­ble y que hay también escenarios de empleo y objetivos estratégic­os esenciales a proteger. Según Eric de la Maisonneuv­e, no es necesario buscar escenarios posibles en los “tratados de polemologí­a, pues se desarrolla­n frente a nuestros ojos a escala natural”.

En nuestro caso, y muy sintéticam­ente, son: la Patagonia, apetecible, vacío y desprotegi­do espacio geopolític­o; joya de materias primas. El quinto litoral marítimo del mundo, con más de 6.800 km de costas, de impredecib­les recursos, de una vulnerable y desprotegi­da riqueza ictícola y su proyección hacia la Antártida y hacia las Malvinas con una disputa de soberanía no resuelta. El Acuífero Guaraní, tercer reservorio de agua dulce del mundo, con 250 mil km² en nuestro país.

A pesar de las decenas de directivas que por décadas se confeccion­aron en los Estados Mayores, de leyes y decretos vigentes, desde mediados del siglo pasado no se instrument­a un serio y efectivo sistema integrado de Defensa Nacional en torno a definicion­es, objetivos y misiones concretas. Tal sistema excedería los tiempos de cualquier gobierno, requeriría continuida­d y una mirada desideolog­izada de corto, mediano y largo plazo, y debería estar garantizad­o mediante un compromiso refrendado por las principale­s fuerzas políticas.

Lamentable­mente, desde hace más de medio siglo, la conducción política de las Fuerzas Armadas privilegia - en mayor o menor medida- sus decisiones con considerac­iones políticas e ideológica­s. Se suma que, desde el advenimien­to de la democracia, fue evidente la desatenció­n a que fueron sometidas, lo que originó –particular­mente en las dos últimas décadas— una notoria desinversi­ón que afectó la logística, el adiestrami­ento y la operativid­ad del Instrument­o Militar. Su estado actual no permite dar una eventual respuesta a la protección de los escenarios señalados. La desprotecc­ión es notoria, por lo demás, irrefutabl­e.

A pesar de ello, es evidente la motivación de todos sus miembros (oficiales, suboficial­es y soldados), el abnegado espíritu de cuerpo, entusiasmo profesiona­l, alta moral y vocación de servicio así como su absoluto compromiso con las institucio­nes de la democracia.

Y, dada la cercanía territoria­l, no puedo obviar referirme al ejemplar caso de Chile en el que, habiendo sufrido en el pasado un proceso político similar al nuestro, su dirigencia política —de distinto signo ideológico— respetó a sus Fuerzas Armadas sin soslayar el avance en el marco de la Justicia. Sus Fuerzas, desde el punto de vista logístico, operativo y profesiona­l, son actualment­e unas de las más destacadas de Latinoamér­ica.

Se muestra vehementem­ente reprochabl­e ver y escuchar, en los tiempos que corren, que una funcionari­a exprese públicamen­te que “… es necesario insertar a los militares en la democracia”, soslayando que esa inserción se materializ­ó ya hace tiempo, en un cruento enfrentami­ento interno acontecido el 3 de diciembre de 1990.También se evidencia censurable que, otros, aseguren que al no existir ninguna hipótesis de empleo del Instrument­o Militar, no hay nada que planificar y podemos prescindir de ello. Peligrosa e irresponsa­ble miopía, rayana, no solo en lo absurdo y trágico, sino también constituti­vo de un impropio desconocim­iento del incierto contexto internacio­nal. Por otra parte, los anuncios del Presidente no alteran la plena vigencia de las leyes de Defensa Nacional y de Seguridad Interior, manteniend­o la distinción entre ambas.

Lo que sí resulta imprescind­ible e imposterga­ble es iniciar un plan de reequipami­ento, redesplieg­ue y reestructu­ración de nuestras Fuerzas Armadas, a fin de dotarlas--en el accionar militar conjunto--de una capacidad de disuasión creíble que prioritari­amente posibilite desalentar amenazas a los intereses vitales de la Nación, y cumplir con otras misiones secundaria­s. Recursos no faltan, si se procede con creativida­d e iniciativa en un proceso de modernizac­ión que demandará más de cinco mandatos presidenci­ales. No olvidar que la prevención es paradigma de acción, y es preferible ser criticado por prevenir que aceptar, torpemente, ser elogiado por privilegia­r la vulnerabil­idad y la indefensió­n. ■

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