La dulce melancolía
No hay tuits en pantalla, ni una estética tecno, ni ningún millennial al mando para compensar generaciones de prepo. Y, así y todo, es un programa de estos tiempos. Un gran programa. Por momentos huele a milonga, a salones de barrio, a viejas décadas, a viejas glorias, a firuletes. Y para aquellos prejuiciosos que sostienen que recrear este tipo de climas en la televisión es un “viejazo”, nada mejor que el zapping. Ellos se lo pierden. Con esa preciosa acústica que garantiza el CCK, La hora del tango invita a la dulce melancolía.
Una orquesta liderada por las cuerdas y el talento de Pablo Agri, figuras consagradas -una por semana- que cantan de cara a una platea colmada, bailarines que lustran la pista, un rinconcito “entre bastidores” para la charla con los invitados... Con esos elementos se construyó esta propuesta que reivindica no sólo la épica del tango, sino el respeto por la música en vivo en plena TV abierta. Eso por lo que tanto luchó Juan Alberto Badía. Evidentemente, se puede.
Pero, para que esta ambiciosa idea cierre con un buen moño artísticamente, se necesita a un tipo con estaño. A un tanguero, a un buen anfitrión, a un nombre con trayectoria. De ahí la acertada elección de Luis Brandoni, que en las dos primeras emisiones -este sábado irá la tercera- se lució como conductor de cálidas veladas porteñas. El Beto tiene el tono, el modo, el conocimiento, las anécdotas y la calle como para pasearse por el escenario con solvencia y proteger la huella del 2x4. Uno lo mira y no ve al Chelo Esculapio, o al “tres empanadas” de Esperando la carroza o al Buscavidas. O los ve a todos juntos, especialmente al hombre que se animó a pararse frente a la cámara sin una gota de ficción. Y suficientes dosis de emoción.