Clarín

Karina Olmedo y el comienzo del adiós

Tras 32 años de brillante carrera como primera bailarina del Colón, este fin de semana inicia su despedida con “La viuda alegre”.

- Laura Falcoff lfalcoff@clarin.com

Karina Olmedo (dos hijas, casada con el también bailarín del Colón Nahuel Prozzi) ingresó al cuerpo de baile del Teatro Colón cuando tenía 16 años, hizo allí una carrera muy brillante y se retira ahora, cerca de cumplir los 48. La esperan unos días agitados: mañana y pasado participa de la Gala Evolution en el Teatro Coliseo, y el 4 de agosto hará una función de despedida en el ciclo de La viuda alegre, en el que también se retira Alejandro Parente, su partenaire habitual. Parente en esta oportunida­d no acompañará a Karina sino a Marianela Núñez en dos funciones. Aunque Marianela Núñez es una bailarina superlativ­a y estrella del Royal Ballet de Londres, hubiera sido muy lindo ver a Olmedo y Parente compartien­do el escenario del Colón por última vez. -¿Cómo enfrentás este retiro? -Siento que cumplí un ciclo en el Colón y me gusta tener ahora la libertad de hacer trabajos más relacionad­os con la teatralida­d. De hecho estoy estudiando en la escuela de Agustín Alezzo, aunque no voy a dejar de bailar de un día para el otro; el corte abrupto no es bueno, no sería sano para mí... Por otra parte, vengo bailando poco en el Colón; Nahuel y yo trabajamos sobre todo afuera. Más adelante quiero dar el paso hacia la actuación propiament­e dicha

-Tu colega Silvina Perillo, cuando se retiró hace pocos años, decía que, para su alivio, se liberaba de la clase diaria. ¿Y en tu caso?

-Sí, Silvina estaba cansada. Yo no, sigo igual que cuando era chica. Me encanta entrenarme y tener maestros con los que pueda seguir aprendiend­o. Algunos bailarines del Colón estuvimos los dos últimos años estudiando con Philipp Beamish, un maestro australian­o extraordin­ario que fue durante mucho tiempo preparador de Alessandra Ferri; Julio Bocca también estudió con él. Éramos sólo ocho bailarines del Colón los que íbamos a sus clases y también los que lo cuidamos hasta que se enfermó y murió, hace pocos meses, en el Hospital Fernández. Yo iba a retirarme cuando lo conocí; era el año 2016, y él me dijo: “¿Por qué vas a dejar? Estás estupenda; yo voy a ayudarte”. Ese año bailé Giselle y Oneguin y cuando me miro en la filmación me asombro: “¡Qué me pasó!” Su muerte fue una pérdida tremenda para los bailarines que lo seguimos: sus en- señanzas representa­ban una vuelta de tuerca sobre cómo bailar, muy profundas y muy sutiles.

-Hoy existe una inclinació­n grande por promover bailarines jóvenes. ¿Qué pensás al respecto?

-La madurez del intérprete es esencial; en ese sentido estoy apegada a la tradición. Cuando pasé a ser primera bailarina, a ningún coreógrafo y a ningún director se le hubiera ocurrido ponerme delante de Cristina Delmagro, Silvia Bazilis, Alicia Quadri. Cuando se retiraron yo estaba bien armada, bien colocada para pararme en el escenario. Había aprendido detrás de ellas, estudiando detalles, mirándolas.

-¿Algo de tristeza te provoca irte? -Estuve muy poco en el escenario del Colón en los últimos años. Durante la dirección de Maximilian­o Guerra pasé nueve meses sin bailar hasta que llegaron los repositore­s de Oneguin, Victor y Agneta Valcu, y me eligieron para el rol de la protagonis­ta, que ya había hecho en otras temporadas. Este año hice sólo el dúo Adagietto, de Oscar Araiz, en Parque Centenario. Por otra parte hay un problema crónico con el Ballet del Colón: la escasa cantidad de funciones. Fijate que ahora se alquila una gran producción del exterior como La viuda alegre y se hacen apenas seis funciones divididas en cinco repartos. Yo tuve la oportunida­d de bailar afuera en algún momento de mi carrera, tuve invitacion­es y me puse a prueba. Pero elegí quedarme, pertenecer al Teatro Colón y formar mi familia aquí. -¿Qué recordás entre las mejores cosas que te ocurrieron en el Colón? -Muchas. Pero las más lindas fueron las transicion­es. Alguna gente me dice: “Segurament­e cuando ganaste la categoría de primera bailarina”. No, fue cuando gané el concurso para cuerpo de baile a los dieciséis años. Mi maestra, Gloria Kazda, me había recomendad­o que me presentara como una experienci­a útil pero que sin

duda había otras chicas, más grandes que yo con más posibilida­des. Fui con un solo par de zapatillas de punta, pero, para mi sorpresa, iba pasando las rondas con esas zapatillas vencidas; así y todo, gané el concurso. Y otro momento emocionant­e fue cuando bailé Romeo y Julieta por primera vez. Ensayaba y ensayaba y no le encontraba la vuelta. Pero un día escucho a Alessandra Ferri en una entrevista de Canal à: contaba que para preparar ese rol se había entrenado con un profesor de teatro. Busqué en ese momento a Lito Cruz y aprendí todos los textos de Julieta de memoria, aunque obviamente no tuviera que decirlos; el cambio fue enorme y nunca más retrocedí de esa manera de trabajar. -¿Y ahora La viuda alegre?

-Es una comedia muy entretenid­a y fina. Mi rol tiene por supuesto un compromiso técnico, pero es también un personaje con sus matices y muy disfrutabl­e. Lo que no es poco para retirarse.

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JUAN MANUEL FOGLIA Otra vez. En esta etapa final, Olmedo bailará en el Colón el 4 de agosto.

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