El “Indio” Solari abre su universo
El músico se muestra más directo y al desnudo que nunca, en una verdadera obra magna del rock local.
La carrera solista de Carlos “Indio” Solari no sólo está llena de seudónimos socarrones, sino también de discos fascinantes con un sonido inimitable, entre rockero heroico y tecno-industrial, con superposición de capas sonoras y planos vocales. Además, claro, de poseer un puñado de canciones que rozan la perfección. Sin embargo ahora logra superarse con su quinto álbum, El Ruiseñor, el Amor y la Muerte, cuyo arte de tapa muestra una foto de sus padres, José y Chicha, y que en su interior está plagado de retratos de figuras que moldearon su universo y su manera de ver el mundo y hacer arte. Por ejemplo, Allen Ginsberg, Jack Kerouac, Antonin Artaud, Thomas Merton, Werner Herzog, Alfred Jarry, Xul Solar, Frank Zappa, John Lennon y su querido Tom Petty. De punta a punta, El Ruiseñor, el Amor y la Muerte impresiona y sorprende por su contundencia, con una colección de 15 canciones que pasan de un clima a otro y dejan al oyente sin aire. El Indio se muestra aquí más directo y al desnudo que nunca, sin la habitual sobreabundancia de metáforas enigmáticas. Y dado que es inminente la edición de su autobiografía, está claro que se encuentra en un momento retrospectivo, que se traduce musicalmente en un amplio abanico que va del rock al palo a la nostalgia al palo. Otoñal, casi como un film de Bergman o el Allen más reflexivo, Solari habla de sí mismo y consigue al mismo tiempo hablar de todos, como yendo de lo particular a lo general, con escalas en obsesiones del inconsciente colectivo. En El Ruiseñor, el Amor y la Muerte presenta las canciones casi como capítulos de su vida, mirando con orgullo al adolescente soñador, celebrando los momentos de amor y musitando sobre el fantasma de la muerte que siente rondar cerca. También acusa los golpes mediáticos. “Los tontos no descansan jamás, viven y no dejan vivir”, canta, aunque agrega que quizás “todo lo feo acabó”. El inicio, con Pinturas de guerra, posee un ritmo potente y veloz, con guitarras superpoderosas y un anuncio directo: “¡Volveré a dar batalla!”. Ese tono rockero regresa recién cuatro temas después, con los riffs de Strangerdancer y una letra que parece dirigida a los fondos buitre o el FMI. En el medio hay una seguidilla de hits como la mirada de un moribundo en el mid-tempo La oscuridad, el clima festivo en El callejón de los milagros y el lento que da título a la placa. A un tercio del camino, nomás, ya está clara la supremacía de las melodías y la variedad estilística, características que continúan en un elogio sobre la falsedad de El martillo de las brujas (con guiños a los coros de Juguetes perdidos), un relato sobre Albert Hofmann, el aire oriental de Canción para un terrorista bonito, el épico La pequeña mamba, y el estremecedor relato de La moda no es vanguardia, donde cansado canta “los muertos s sin alma me quier ren juzgar”, y admite que quizás hubiera aceptado la invitación de La Parca. El tramo final no da respiro: el hit rockero A bailar que no hay infierno, el gesto a Páez en La ciudad de los encandilados, el nostálgico Ostende Hotel Hotel, los pe personajes marginales de Crumb y la guitarra punzante de Panasonic y el mundo a sus pies, hasta concluir con una sección de vientos de fiesta ricotera. Párrafo aparte para la dupla Benegas-Comotto y la base de Cerati (Carrizo-Nalé), que dinamita la falsa rivalidad Soda-Redondos y que invita a buscar paralelos entre este disco con Fuerza natural, en cuanto a cómo asumir las influencias musicales de toda una vida y dejar de lado la experimentación extrema. Esta verdadera obra magna en la discografía del rock argentino es un desfile de hits que merecen una difusión radial masiva, mucho mayor a sus álbums anteriores, dado que revalorizan el formato casi clásico de la canción de rock, justamente esa estructura que él mismo se encargó de deconstruir y reinventar en la etapa final de los Redonditos y el inicio de su carrera solista. “El dolor más puro es el de haber sido tan feliz”, asegura en una letra, y agrega: “Gané lo que nunca merecí”, sin detenerse en dejar la modestia de lado y admitir que su música marcó la vida de miles de personas en este país.