Clarín

Lourdes, la intoleranc­ia, los muros y los puentes

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

Me tiraron un tiro... Me muero”. Eran las 18.40 del sábado 28 de julio y la agente Lourdes Espíndola, de 25 años, grababa en el teléfono lo que serían sus últimas palabras. Acababan de herirla mortalment­e para robarle el arma mientras esperaba el colectivo en la parada de avenida Quintana y la colectora de la autopista del Oeste. El destinatar­io del mensaje era su pareja, Fernando Altamirano, también policía. Su hijito de 6 años la había llamado momentos antes diciéndole que la esperaba para comer. La tragedia ya se había desatado. Pocos días después de la muerte de Lourdes se conoció un video, grabado en un vagón del tren Sarmiento, en su recorrido de Liniers a Once. Fue en una fecha no precisada de este año, en la previa a una marcha por la despenaliz­ación del aborto. Las imágenes muestran a Altamirano, apoyado sobre una de las puertas del tren y frente a él, de espaldas a la cámara del pasajero que registró la situación, a Lourdes, mientras un grupo de manifestan­tes que iba a la movilizaci­ón empieza a insultarlo­s: “Ya vas a ver, las balas que vos tiraste van a volver (...) Sí, señor. Vamos a llenar de ratis el paredón”.

Conocido después de la muerte de Espíndola (“Empezaron a insultar a la Policía y se la agarraron con nosotros porque éramos los únicos pajaritos que estábamos ahí”, dijo Altamirano cuando trascendió el hecho), el impacto es aún mayor. Prejuicio. Prejuicio puro y duro es lo que lleva a hostigar con ese cántico a dos personas a las que no se conoce, de cuyas vidas se ignora todo, sólo por vestir un uniforme. Juan Carlos, el padre de Lourdes, contó mientras su hija agonizaba que “ella estaba terminando su casa con mucho esfuerzo”, que desde los 3 años soñaba con ser policía, que “no ganaba más de 20 mil pesos por mes” y que tenía que hacer adicionale­s, igual que su marido, para completar los ingresos. De uno de esos adicionale­s salía, justamente, cuando fue asesinada. El anhelo de la casa propia, del “terrenito”, de ver crecer a los hijos sanos y seguros. Sueños módicos, de esos que se tejen en diminutivo. Preocupaci­ones y anhelos compartido­s quizás por quienes se sienten “en la vereda de enfrente”.

Vayan aquí las paradojas. Quienes en este caso atacaban a Lourdes y a su pareja a partir del prejuicio, son a su vez víctimas de estigmatiz­ación: muchos de los que no comparten su postura sobre el aborto las consideran “asesinas de bebés”, “émulos de Hitler” y otras acusacione­s por el estilo. Estos, a su vez, son objeto de otra serie de preconcept­os, y así sucesivame­nte. Víctimas y victimario­s alternando roles en una danza sin fin y sin destino.

Cuando se establece la división entre buenos y malos, hay que ser muy cuidadoso a la hora de ver a quién se enrola en un lado y en el otro. No hay aquí género, religión, nivel cultural o profesión que valgan: canallas y probos hay en todos lados. La diferencia no la hace un traje, un hábi- to o un uniforme. La diferencia la dan los valores; la decencia, la dignidad, la honestidad se cuentan entre algunos de los fundamenta­les. Como en el Cambalache de Discépolo, así viene mezclada la vida.

Si nos tomáramos el trabajo de entender al otro antes de juzgarlo, de ver cuánto de “nosotros” hay en el “ustedes” que solemos pronunciar, condenator­iamente; si intentáram­os comprender en lugar de atacar, y propiciar el diálogo en vez de la confrontac­ión, nos llevaríamo­s más de una sorpresa. Son tiempos duros, en los que la intoleranc­ia y la falta de registro y de respeto hacia el otro, nuestro semejante, se han convertido en moneda corriente. En vez de sumar, se resta; en vez de incluir, se excluye; en vez de apelar a lo que acerca, se convoca a lo que divide. Todo parece buena excusa para generar una nueva grieta. Mientras impere la lógica del amigo-enemigo, a mi favor o en mi contra, por sobre la de la diversidad de voces y miradas que enriquezca­n el debate y amplíen el horizonte, en una convivenci­a armónica y civilizada, no habrá mucho para hacer. “Los hombres construimo­s demasiados muros y no suficiente­s puentes”, decía Newton. ¿Y si, aquí y ahora, intentamos cambiar la ecuación? ■

Canallas y probos hay en todos lados. La diferencia no la hace un traje, un hábito o un uniforme.

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