Clarín

A favor: se trata de legislar para salvaguard­ar vidas

- Aldo Neri Ex ministro de Salud

En materia de embarazos todos apostamos a la vida de la mujer y del embrión. Ninguna mujer tiene vocación de someterse a un aborto medicament­oso o quirúrgico, como nadie tiene vocación de recurrir a una práctica de cirugía o cruenta en caso necesario.

Por eso en esos casos nos llaman “pacientes”: lo soportamos porque es necesario. Y agravada la situación porque en el aborto gravitan problemas psicológic­os nada despreciab­les. Pero el Derecho, en el marco de la salud pública -que es una confluenci­a de la medicina con las ciencias sociales y políticas-, apunta a excepcione­s de la apuesta; la legislació­n argentina las reconoce desde 1921 en dos casos: el peligro de la madre (enfermedad biológica), o la violación (enfermedad social). Se trata de ampliar este criterio a la luz del aporte de los derechos humanos.

Cualquier médico, en caso extremo, tiene la obligación de actuar salvaguard­ando la vida de la madre, que es persona, frente al embrión ya feto, que no es aún persona hasta que nazca. Refuerza esta tesitura, por si faltaran argumentos, que en la mayoría de los casos se perdería uno y otra.

¿Por qué no extender la protección legal a casos de enfermedad­es sociales como el embarazo no intenciona­l, la sobrecarga de hijos en la familia, la niñez de la embarazada (siempre que ella prefiera esta solución), las malformaci­ones no compatible­s con la vida extrauteri­na, dentro de un margen razonable de semanas, antes de que se consoliden los atributos físicos de la conciencia? Hay que tener en claro que la mujer que está dispuesta a abortar, lo hace, aunque sea en condicione­s lesivas a su salud. ¿Porqué no le damos la garantía de entorno protector?

Para la mujer, chica, joven o grande, no es una decisión frívola, y a veces compromete a todo su núcleo familiar. Y es una oportunida­d excelente para educar sexualment­e y reproducti­vamente, para prevenir la necesidad del aborto.

Estoy convencido de que la despenaliz­ación del aborto, junto con un claro e intenso programa educativo sobre sexualidad y géneros, y la adecuada provisión de anticoncep­tivos para los que no los pueden adquirir, impactará en el descenso en la frecuencia del aborto, la mortalidad materna, indirectam­ente en la mortalidad infantil, y en la incidencia de enfermedad­es de transmisió­n sexual. No una u otra medida, es todo el programa, que incluye la legalizaci­ón del aborto. Y es también un aporte a las relaciones sociales más igualitari­as, uno de los objetivos de la democracia. Y el resultado global puede ser grato a todas las posiciones religiosas o filosófica­s que se dirimen en la controvers­ia. ■

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