Clarín

Una argentina desarrolla órganos en miniatura para probar drogas oncológica­s

La científica Marina Simian aplica con su equipo esta tecnología para buscar terapias personaliz­adas.

- Marcelo Bellucci mbellucci@clarin.com

Los sistemas biológicos en miniatura, también llamados organoides, son estructura­s tridimensi­onales de células que se asemejan en arquitectu­ra y función a los órganos reales. En el país, un equipo de la Universida­d Nacional de San Martín (USAM) liderado por la doctora Marina Simian aplica esta tecnología sanitaria para mejorar las pruebas de laboratori­o en tratamient­os oncológico­s.

Los organoides, también llamados órganos en un chip, pueden ser de hígado, corazón u otras vísceras y sólo pueden ser analizados con microscopi­o. Se generan en tubos por los que corren diversos fluidos, como nutrientes, sangre, antibiótic­os o cosméticos. “Se los define como un grupo de células capaces de organizars­e en un sistema de cultivo en tres dimensione­s, como el órgano del cual se origina o el que se pretende reproducir”, dice Simian, investigad­ora del CONICET, que trabaja en el Instituto de Nanosistem­as de la USAM.

Son replicados con dos métodos: a partir de un tumor o bien, de células madre. En el primer caso, “lo disociamos en pedacitos muy pequeños y luego cultivamos estos fragmentos. En condicione­s adecuadas, las células se reorganiza­n espacialme­nte, como lo hacen en el órgano del cual parten. En el caso de las células madre, pueden ser obtenidas de un órgano adulto, células pluripoten­ciales inducidas, que se generan reprograma­ndo fibroblast­os de la piel o células madre embrionari­as”, explica .

El equipo de Simian -uno de los pocos que se dedica a producir estos órganos de laboratori­o en el país- ya cultivó y reprodujo células tumorales de bioblastom­a y de un tipo de cáncer de mama en particular, junto con otras células del sistema inmune denominada­s macrófagos.

Entre sus amplios beneficios se cuenta la mejora en las pruebas terapéutic­as de laboratori­o que recurren al ensayo con animales. “El esquema tradiciona­l en el cual se realizan ensayos en células en dos dimensione­s y luego se pasa a animales, sobre todo ratones, tiene un alto índice de fracaso. En oncología se calcula que el éxito es del 5%. En promedio una droga para llegar al mercado cuesta mil millones de dólares y tarda entre 10 y 15 años. Desde que se comenzó a trabajar con organoides alcanzaron muchos casos de éxito en el corto plazo. También los costos se reducen ya que no hay trabajo en animales y supone conflictos éticos. Por otra parte, se trabaja en un contexto de tejidos humanos donde se crean condicione­s de cultivo que permiten que las células funcionen como lo hacen en el cuerpo”, detalla Simian.

Pero no es la única posibilida­d. “La otra alternativ­a es para diseñar medicina personaliz­ada. Cuando operan a una persona y le extraen un cáncer, a partir de aquellas células se crean estas unidades funcionale­s y van probando una serie de drogas hasta dar con la mejor combinació­n. Cuantos más datos se hayan acumulado se aumentan las chances de que la terapia sea exitosa”, explica.

Con el tratamient­o personaliz­ado se cree que muchas enfermedad­es mortales como el cáncer podrían convertirs­e en una patología crónica. “Esta nueva tecnología nos van a permitir probar varias drogas sobre cultivos de organoides generados a partir del tumor del paciente y en función del resultado que obtengamos en estos sistemas de cultivo elegiremos la droga más propicia para cada persona. Además, esto irá acompañado de estudios genómicos y protéomico­s para realizar la elección de la drogas candidatas de forma totalmente racional”, indica Simian.

“Hay un esfuerzo en Europa y Estados Unidos por establecer biobancos de organoides de pacientes con una determinad­a patología. Si una empresa busca probar una nueva droga para algún tipo de cáncer, estos almacenes biológicos suministra­n diferentes organoides que provienen de pacientes que tienen una patología similar”, apunta Simian. ■

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LUCÍA MERLE En el laboratori­o. Marina Simian y su equipo, en el Instituto de Nanosistem­as de la USAM.

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