“Lejos de estar en un Estado de Derecho, vivimos en un circo”
Desde los mismos albores de nuestra existencia como país, los argentinos hemos sido sumamente afectos a las antinomias. Comenzando desde aquellos tiempos hasta llegar a los actuales, nos hemos dividido en monárquicos y republicanos, Capital e interior, unitarios y federales, rosistas y sarmientistas, conservadores y radicales, peronistas y antiperonistas, pro K y anti K, abortistas y antiabortistas. Sin embargo, y sin desconocer los argumentos que han alentado -con razón o sin ella - a estas diferentes posiciones, considero que la gran disyuntiva actual de los argentinos estriba en el deseo de vivir en un estado de pleno derecho o fuera de él.
Porque no hay derecho cuando diariamente miles de personas que no trabajan y no se sabe de qué viven, efectúan manifestaciones contra el Gobierno con cualquier excusa, cortando las calles para impedir que otros cientos de miles puedan concurrir a sus ocupaciones, mucho más cuando las organizaciones que amparan a estos manifestantes están subvencionadas por el Estado, quien generosamente reparte planes para los que no quieren trabajar, planes que insumen cerca del 40% del presupuesto. No hay derecho cuando responsables de delitos económicos o contra las personas, procesados y condenados, gozan de cómodas vacaciones en sus generalmente lujosos domicilios, como ocurre con Milagro Sala, Boudou, D’Elía o Jones Huala, entre tantos otros, mientras los jueces -por decirlo elegantemente- se hacen los distraídos y miran para otro lado. No hay derecho cuando legisladores que se autoasignan sueldos de cuarenta o cincuenta veces el salario mínimo, se hacen los desentendidos -por decirlo elegantemente- para no votar la extinción de dominio para recuperar lo robado por delincuentes que han saqueado al país. No hay derecho cuando un grupo sedicioso terrorista armado, como el RAM, efectúa impunemente sus fechorías en el sur. Y la Justicia, en vez de ordenar perseguirlos y encarcelarlos, les obsequia las mismas tierras que ellos han usurpado, a veces mediante amenazas y hasta homicidios. No hay derecho cuando ignorantes sindicalistas del gremio de la educación, que nunca han ejercido la docencia, se desviven por hacer perder la mayor cantidad posible de días de clase a toda una generación de niños de nuestro país. Por el contrario: si se considera la suma de todos estos factores, y de muchos otros, lejos de estar en un estado de derecho, llegaremos a la conclusión de que nos encontramos -por decirlo elegantemente- viviendo en un circo. Néstor Moguilner nestorjuliomo@hotmail.com