Clarín

Una carrera febril de todos contra todos, acechada por las traiciones

- Claudio Savoia csavoia@clarin.com

Cuando el chofer Oscar Centeno dejó caer su cabeza para asentir al relato que frente a él recitaba el fiscal Stornelli -reflejando a su vez sus propias anotacione­s en los cuadernos, engordadas por copiosas pruebas que las ratificaba­n- se convirtió en el primer “arrepentid­o” del caso de corrupción más impresiona­nte de las últimas décadas. Al validar aquella bitácora y negociar la ampliación de toda la historia, el conductor del Toyota Corolla más famoso de la Argentina también abrió las puertas del infierno para decenas de políticos y los más poderosos empresario­s del país: a partir de entonces, comenzó una carrera febril entre el resto de los acusados para sumarse al incipiente club de Centeno, y tratar de salvarse del naufragio con el pasaporte de “imputado colaborado­r”.

El directivo de la empresa Isolux Juan Carlos De Goycochea tomó ventaja el viernes, y ayer se amontonaro­n en la fiscalía de Stornelli Angelo Calcaterra y Javier Sánchez Caballero, de la constructo­ra IECSA del primo del presidente Macri en la época de las coimas. El sol no había desapareci­do tras el horizonte cuando otros dos imputados, los empresario­s Alejandro Ivannisevi­ch (ex dueño de Emgasud) y Manuel Santos Uribelarre­a (de la empresa UCSA) también confesaron haber pagado sobornos a los funcionari­os, aunque aún no dieron el último paso de pedir su carnet como arrepentid­os.

Mientras el resto de los supuestos traficante­s de bolsos con dólares analiza la situación y el juez Bonadio medita en ayudarlos enviándolo­s a cárceles comunes para que piensen con más tranquilid­ad, ya son varios los abogados que leen con lupa la “ley del arrepentid­o”, aprobada por el Congreso en octubre de 2016.

Entre las prescripci­ones enumeradas en su texto, la norma es clara respecto a la progresiva pérdida de premios y ventajas que irán teniendo los sucesivos confesores en causas de corrupción complejas. Para que el descuento en las penas -otorgado recién al termino del juicio oral por el tribunal que conduzca esas audiencias­sea mayor, es preciso aportar al expediente informació­n veraz, trascenden­te para el caso y que involucre a personas con un rango superior en la organizaci­ón delictiva. Otro detalle: esos datos deben superar a los que el fiscal y el juez ya hayan reunido por su cuenta durante la investigac­ión.

Pero la carrera de los arrepentid­os está sembrada con otros peligros para sus intereses: como por supuesto ninguno de ellos conocerá el contenido de las declaracio­nes de sus compañeros de causa, cualquier avivada puede resultar carísima. Por ejemplo, el argumento de moda respecto a que los sobornos fueron entregados bajo una presión insoportab­le de Baratta y sus jefes, y que el destino de esas propinas era pagar gastos de las campañas electorale­s puede chocar con las pruebas que Stornelli y Bonadio ya tengan pisadas bajo su suela: ¿todos los años había elecciones? ¿Qué coincidenc­ia había entre las coimas y algún movimiento en los términos de los contratos o en la liberación de pagos de las obras públicas realizadas por el “aportante”?

Los arrepentid­os también deben enfrentar la decisión de cortar el cable rojo o el azul cuando se refieran a los montos de los sobornos. Hasta ahora ya desmintier­on la generosida­d que reflejan los cuadernos del chofer, pero una pericia contable o los sabuesos de la UIF podrían hacer tambalaer la coartada. ¿El riesgo de entregar mentiras? Sumar otros cuatro años de prisión efectiva a la condena. Como para pensarlo. ■

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