Clarín

Símbolo de la estafa política

- Ricardo Kirschbaum

Amado Boudou ha sido condenado y fue preso por corrupción. La decisión del tribunal oral deja varias conclusion­es. La primera es que esto haya ocurrido en un país en el que el escepticis­mo sobre la eficiencia de la Justicia está muy extendido en la sociedad. Más cuando se trata de un personaje importante de la política.

La segunda es que detrás de ese alegato sin talento que desplegó para mostrarse como un perseguido aparece la verdadera naturaleza de una estafa política. Corrupción disfrazada con ideales populares.

Porque hubo una utilizació­n abierta del poder para beneficio personal. De Boudou y de sus cómplices en esta maniobra, que no fue la única. No fue él el creador original de esta estrategia pero la asumió cuando vio la oportunida­d de quedarse con una fábrica de imprimir billetes, sobre la cual había puesto ya la mira Néstor Kirchner. Cuando el ex presidente muere súbitament­e, Boudou toma la posta sin que nadie le pusiera límite.

Cristina Kirchner, hoy acorralada por los cuadernos de la corrupción, lo puso en la fórmula y lo hizo vicepresid­ente. Y lo defendió cuando estalló el escándalo. ¿Tampoco sabía nada?

Si el poder embriaga a los dirigentes avezados, con experienci­as de militancia y de gobierno, con los advenedizo­s como Boudou hizo estragos. La tercera conclusión es creer que la impunidad es eterna. Ahora, en las primeras noches en la cárcel podrá conversarl­o con José López, el de los bolsos del convento; con Ricardo Jaime, el primer hombre de Néstor Kirchner que cayó detenido por corrupción; o con Lázaro Báez, el cajero de banco que se convirtió en multimillo­nario en combinació­n con el sistema kirchneris­ta. También ellos, como segurament­e Boudou, creyeron

Cristina, que lo puso en la fórmula y lo defendió en el escándalo Ciccone, ¿tampoco sabía nada?

que nunca les iba a pasar nada.

Cristina no tuvo suerte con sus vicepresid­entes. El primero, Julio Cobos, le votó en contra, en plena pelea con el campo, que el kirchneris­mo quiso decidir a todo o nada.

Esa derrota, de la que el kirchneris­mo se repuso, casi lleva a la renuncia de Cristina, pre- sionada por Néstor. Hasta Lula intervino.

Cobos pasó a ser una figura decorativa y odiada por el oficialism­o de entonces.

Luego llegó Amado Aimé Boudou, carilindo y cool, acorde con el gusto presidenci­al. Cristina le permitió voltear al procurador Righi y forzar el cambio de juez (Rafecas), que para colmo cambiaba mensajes de texto con la defensa del vicepresid­ente.

Otra conclusión es el papel del verdadero periodismo, el que investigó a fondo el escándalo Ciccone, revelando las vinculacio­nes que iban surgiendo antes que la Justicia avance, muchas veces. También ha servido para desnudar el triste papel del periodismo adicto al kirchneris­mo que no solo protegió a Boudou sino que, también, se prestó a descalific­ar a quienes honraban esta profesión.

Boudou siguió ayer acusando al periodismo en su último alegato. Recordemos: tapa de Clarín del 5 de abril de 2012 con el título “Prueban la conexión Boudou-Vandenbroe­le”. El vicepresid­ente la calificó de “brutal ataque a las institucio­nes que se está llevando adelante desde las mafias y sus esbirros”.

La verdadera mafia es la que se condenó ayer. El ataque a las institucio­nes lo probó el Tribunal que condenó a Boudou, a Núñez Carmona y a otros.

Mientras esto ocurría, el terremoto de los cuadernos seguía produciend­o réplicas que no se sabe hasta dónde van a llegar.

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