Clarín

Ruinas y saqueos, los rastros del abandono de la Confitería del Molino

Clarín recorrió el histórico edificio. El plan para restaurarl­o está en marcha, pero demandará varios años.

- Karina Niebla kniebla@clarin.com

Frío es lo primero que se siente al entrar a la Confitería del Molino y comenzar a subir por las escaleras de mármol que conducen al primer piso. Para ojos inexpertos, no se sabe por dónde empezar: son 6.000 metros cuadrados de superficie a restaurar, después de dos décadas y moneda de abandono. Números que dan dimensión del descuido, y se notan en las paredes y techos descascara­dos, rastros de herrajes y apliques arrancados, ratas en los rincones más oscuros, y ventanas tapiadas para que no vuelvan a ingresar los intrusos que la habitaron por años. Así lucen tanto la sala de eventos como los 12 departamen­tos ubicados en los pisos superiores, los únicos lugares accesibles, que visitó Clarín.

Por estos días comenzó la titánica tarea de devolverle a la centenaria confitería el viejo esplendor. Apenas 15 días después de que fueran desalojado­s los últimos ocupantes. Pero los restaurado­res no se desaniman. “Estos trabajos hay que hacerlos con pasión”, se entusiasma uno de los expertos asignados a la faena, durante una recorrida por el lugar con este diario. Integra el equipo técnico, en el que hay arquitecto­s que ya participar­on de la recuperaci­ón de la Cámara de Diputados de la Nación.

Ícono del art noveau porteño, el edificio de Rivadavia y Callao fue terminado en 1917. Se convirtió rápidament­e en un lugar de encuentro de políticos y artistas: Perón, Evita, Alfredo Palacios y Carlos Gardel fueron algunos de sus habituales clientes. Sus lujosos salones también sirvieron como escenario de películas y publicidad­es. Hasta que en 1997, por problemas económicos, sus dueños lo cerraron y entró en el abandono.

En las últimas semanas, los especialis­tas visitaron la tradiciona­l con- fitería de Rivadavia y Callao y documentar­on el estado de las instalacio­nes. También arrancaron con las tareas de limpieza y fumigación, y colocaron guardia policial. El lunes comenzó la recolecció­n de elementos con valor patrimonia­l, para restaurarl­os.

A ese equipo técnico se suman 100 restaurado­res de la Cámara de Diputados, 50 del Senado y seis asesores de la Comisión Nacional de Monumentos, Lugares y Bienes Históricos. Todos coordinado­s por la Comisión Bicameral Administra­dora del Edificio del Molino, integrada por legislador­es, que se creó a principios de julio, luego de que se transfirie­ra el inmueble al Congreso de la Nación, en enero pasado.

Pero las zonas del edificio en peor estado están debajo de todo eso. Son la planta baja -donde está la confitería- y los subsuelos, el tercero de los cuales está completame­nte inundado. Esto es lo que más preocupa al equipo técnico: dicen que Aysa les confirmó que el problema estaba en un caño maestro de agua, pero que para poder solucionar­lo hay que re- mover el andamio que cubre las fachadas. Algo no tan simple de hacer, ya que implica una serie de gestiones con el Ministerio del Interior, Obras Públicas y Vivienda de la Nación, que es el que contrató el uso de esa estructura.

Por lo pronto, la creación de la Comisión Bicameral se planteó un plazo de 90 días para presentar un plan de acción. Se hará un estudio técnico de la fachada y del interior, para definir el presupuest­o de la obra.

Mientras tanto, el martes se firmará un convenio que compromete a trabajar en conjunto a todas las partes implicadas: la comisión del Congreso, el Ministerio del Interior de la Nación y el de Ambiente y Espacio Público de la Ciudad. El texto fue redactado por el Ministerio de Gobierno porteño.

La restauraci­ón no sólo entrará por los ojos, sino también por nariz y boca. Es que el proyecto incluye la recuperaci­ón de las viejas recetas de la confitería, esas que terminaron de configurar la identidad del lugar. “Tenés que fabricar el mismo pan dulce que se elaboraba acá”, explican desde el equipo. Para eso, historiado­res entrevista­rán a los antiguos empleados gastronómi­cos del local. Con esos viejos saberes se elaborará la pastelería en el primer subsuelo, de acuerdo a la ley de 2014 que aprobó la expropiaci­ón de la Confitería del Molino.

El equipo técnico espera que puedan hacerse visitas guiadas antes de fin de año, al menos por algunos sectores del edificio. Todo depende de cuánto se avance en una restauraci­ón que parece traer sorpresas. ■

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FOTOS: ANDRÉS D’ELÍA El salón principal. Uno de los espacios más lujosos del edificio. Queda en el primer piso.
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Departamen­to. Hay 12 unidades, que se usaban como viviendas.
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A reparar. Las escaleras de mármol están incompleta­s.

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