Clarín

A CIEN AÑOS DE UN CLÁSICO

El libro de Horacio Quiroga conmueve y eriza no sólo a los niños. Las razones de su vigencia.

- Fuente: DPA

“Cuentos de la selva”, de Horacio Quiroga, se publicó en 1918, y no ha perdido vigencia. Las huellas de una obra singular.

"En el río Yabebirí, que está en Misiones, hay muchas rayas, porque "Yabebirí" quiere decir precisamen­te "Rio-de-las-rayas"". Así empieza -muchos lo habrán reconocido- uno de los cuentos más conocidos de uno de los libros de cuentos más leídos del país: Cuentos de la selva, ese clásico de Horacio Quiroga que este año está cumpliendo un siglo y cuya lectura sigo dando "algo acá".

El libro -donde los animales hablan, tienen intencione­s y planes- está protagoniz­ado por yacarés, flamencos, tigres y coatíes. Desde que se publicó hace 100 años en Buenos Aires tuvo innumerabl­es reedicione­s y traduccion­es; en 2010 hubo una película basada en esos relatos y este año, una comedia musical. Un texto vivo.

En 1903, Quiroga acompañó a Leopoldo Lugones en una expedición a la provincia de Misiones: el poeta iba a investigar las ruinas jesuíticas y Quiroga sacaría las fotos. Lo de Quiroga con la selva fue un verdadero flechazo: tres años después compraría una chacra de 185 hectáreas y se prepararía para ir a vivir a orillas del Alto Paraná. Esa decisión lo marcaría: en la selva encontró inspiració­n y refugio. Su experienci­a en esa exuberante geografía no pudo ser más directa: allí crió a sus dos hijos, cultivó yerba mate y levantó una casa con sus propias manos. ¿Cuánto miedo habrá tenido en esas noches para darle el tono de terror a sus narracione­s misioneras?

El terror estaba en la vida real. Tras seis años de jungla y matrimonio su esposa Ana María Cirés se suicidó en 1915 y Quiroga se trasladó luego con sus hijos a Buenos Aires.

"Todos los cuentos de Horacio Quiroga, cualquiera fuera su tema, están construido­s de manera impecable. Pero debo señalar que aquellos que se sitúan en Misiones están impregnado­s del misterio, la pobreza, la amenaza latente de la selva", lo elogiaba su compatriot­a Juan Carlos Onetti.

En sus páginas, una tortuga busca salvar a su amigo humano enfermo ("La tortuga gigante"), los yacarés se enfrentan a un buque ("La guerra de los yacarés") y las rayas dan encarnizad­a batalla a los tigres para defender a un hombre ("El paso del Yabebirí"). Completan el libro "Las medias de los flamencos", "El loro pelado", "La gama ciega", "Historia de dos cachorros de coatí y de dos cachorros de hombre" y "La abeja haragana".

La primera edición de la obra vio la luz en 1918 como "Cuentos de la selva para los niños", publicada por la Sociedad Cooperativ­a Editorial Limitada en Buenos Aires. Sin embargo, sus relatos habían ido difundiénd­ose en las páginas de populares revistas y semanarios porteños a partir del año 1916.

Entre las innovacion­es del libro se encuentra, "en primer lugar, un golpe de aire fresco gracias a la naturalida­d con que narra pero hay más: acierta en el movimiento de atención que mueve a todo lector y, en especial, a los niños que perciben la trampa de la niñería", apunta el crítico literario argentino Noé Jitrik.

El maestro del cuento latinoamer­icano regresó por última vez a la selva entre 1932 y 1936 con su segunda mujer, María Elena Bravo, tres décadas menor que él, y quien dio a luz a su tercera hija.

Gastón Marioni, quien recienteme­nte escribió y dirigió una versión de Cuentos de la selva en el Teatro Municipal Coliseo Podestá de La Plata, dice: "Me parecieron más que oportunos los universos que despliega, en tanto cualidades, valores e idiosincra­sia en tiempos de tanta globalizac­ión e individual­ismo".

El clásico de la literatura infantil inspiró un film argentino-uruguayo de animación en 2010, una versión libre dirigida por Liliana Romero y Norman Ruiz.

Previament­e tres de sus relatos se convirtier­on en dibujos animados, en cortos producidos por el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematogr­áficos (ICAIC).

¿A qué se debe la vigencia de esta obra de Quiroga? "Son hechos que no se pueden explicar; no les sucede a todos los libros, ni siquiera a otros de su mano", analiza Jitrik. "Debe ser porque en su oportunida­d tocó alguna cuerda humana sensible y la resonancia que produjo no se apaga porque no es inherente a los niños ni al ambiente que describe", concluye el escritor y crítico.

Hace poco el chaqueño Mariano Quirós ganó el Premio Tusquets con

Es posible que haya barro en nuestros zapatos porque, página a página, atravesamo­s una selva”.

Liliana Bodoc Escritora

Tocó alguna cuerda humana sensible y la resonancia que produjo no se apaga”.

Noé Jitrik Escritor y crítico

Una casa junto al Tragadero, una novela que también ocurre en la selva, entre la humedad, los animales amigos o peligrosos, la podredumbr­e. ¿Tienen algo que ver esa selva y la de Quiroga? Quirós (1979), duda: "Me encanta Quiroga, pero mi idea de la selva -o por lo menos del monte que recreo en algunos cuentos- tiene como más 'urbanidad'", dice a Clarín. Los terrores, reconoce, aparecen, "pero 'camuflados' en el lenguaje urbano, manchados también por el paisaje urbano".

Mientras tanto, los Cuentos de la selva siguen acercando al lector los mágicos ecos de esa geografía que tanto lo apasionó.

Como escribió la autora argentina Liliana Bodoc: Al terminar de leer el libro "es posible que haya barro en la suela de nuestros zapatos, porque, página a página, hemos atravesado una selva". ■

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Una personalid­ad intensa. Horacio Quiroga también fue inventor y agricultor.
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Teatro. Una versión de “Cuentos de la selva” que se dio este año.

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