La ciencia de saber manejar los tiempos
El tipo era un tiempista, y yo no me había dado cuenta. Era bastante malo con la pelota, pero tengo que reconocerle la constancia. No faltaba nunca a ningún partido, pasara lo que pasara, el tipo era el primero en la cancha. A veces le teníamos que mentir día y lugar para sacárnoslo de encima. Es que en esa época nos gustaba jugar con tipos habilidosos, exquisitos de la pelota. Eran tiempos de lirismo.
Pero él no aflojaba, su estrategia era permanecer y cuidarse. Y se cuidaba ¡Cómo se cuidaba! A las 9, en la cama, nada de alcohol o puchos, hasta entrenaba en la semana. Teníamos 17 y todo eso nos parecía una reverenda pelotudez, no nos dábamos cuenta que el tipo estaba esperando su momento.
Del lirismo, pasamos a los partidos de solteros contra casados y algunos empezaron a arrastrar el sobrepeso por la cancha. Pero él siempre perfecto. Rápido llegamos a ese duro momento en el que la cabeza piensa una jugada y el cuerpo no la acompaña. Ahí se vio la diferencia. El tipo seguía ágil como a los veinte y lo que no tenía de habilidad lo empezó a suplantar con potencia. Y cada vez que podía, te hacía sentir la superioridad física. Para colmo, en esa época, el fútbol se convirtió en una especie de guerra y él se transformó en un Rambo dispuesto a todo para ganar.
De a poco, por las lesiones y los compromisos familiares, los habitués de los partidos fueron desapareciendo y él fue invitando amigos de su misma madera (troncos).
La última vez que lo vi jugar, estaba con un grupo tan negado con la pelota que él se había convertido en el crack del equipo. Lo que es saber esperar tu momento.