Clarín

La hora del sálvese quien pueda

- Ricardo Roa rroa@clarin.com

ACarlos Wagner le llevó un par de días negociar su arrepentim­iento. Tan largo como el Ocaso de los Dioses de Wagner, el gran músico. Jefe de la Cámara de la Construcci­ón del kirchneris­mo, fue mucho más que un empresario que hacía contribuci­ones a la política, como está de moda simular ahora. Fue armador del sistema de coimas. Merecía ser funcionari­o.

Wagner decidía con De Vido qué obras se hacían, quiénes las hacían y cuánto tenían que devolver. Una manera de decir: eran sobrepreci­os pagados por el Estado. En eso ayudaba otro flamante arrepentid­o: Jorge Neyra, el dos de Electroing­eniería, empresa K como pocas. Los dos decidieron arrepentir­se cuando supieron de las pruebas que el juez y el fiscal acumularon en estos días de arrepentim­ientos encadenado­s.

Esas pruebas van mucho más allá de los informes que redactó con lógica de agente de inteligenc­ia el sargento chofer Centeno. Hay en el expediente escuchas telefónica­s, datos de quién y de cuánto dinero blanqueó y datos de la UIF. La AFIP también hará su aporte: los movimiento­s contables de las empresas involucrad­as.

Demasiado para cualquiera y sobre todo para un empresario de 76 años lleno de dinero y vacío de militancia política, que se movió durante años con la seguridad del poder, sirviéndos­e y sirviéndol­o. Podría estar en cualquier lugar del mundo y está en la cárcel.

La cadena de los arrepentid­os llega a un punto más alto con Wagner, el que sabe cómo y cuánta plata se recaudó.

El ingeniero Wagner no tiene la gimnasia de los políticos para mentir y menos tiene la piel gruesa para soportar el pronóstico cierto de una temporada preso: como organizado­r de una asociación ilícita podría recibir de 3 a 10 años. Está además procesado en el escándalo de Odebrecht. Pasó un día prófugo meditando el ocaso o tal vez meditando los duros padecimien­tos del ocaso.

Tiene dos hijos que no quisieron seguirlo en las empresas y el hobby de pasar los fines de semana en su campo bonaerense. Heredó de su padre suizo la constructo­ra que había fundado en la Patagonia donde conoció al gobernador Kirchner y a su inspector de obras favorito, el arquitecto De Vido, que hacía dejar los sobres con las coimas en el baño del despacho oficial. El arranque.

El formal y austero Wagner pegó onda con el elemental De Vido. Hay razones de las relaciones humanas que la razón no entiende pero el dinero sí. De Vido lo puso al frente de la Cámara para que fuera su oficial de enlace con los capitanes de la obra pública. La mayoría de ellos ha empezado a contar lo que sabe. También Wagner. Lo que vio y lo que calló. De pocas palabras, parece que ahora las encontró. Va a tener que hablar y hablar mucho. Y puede complicar tanto al kirchneris­mo como a los empresario­s.

En los dos lados del mostrador, Wagner puede ser una bisagra en la omertà que empieza a desmoronar­se. Era un traductor de De Vido: sabe cómo y cuánta plata se recaudó. Algunos opinan que el proceso de transparen­cia acelerada podría perjudicar a la economía. Si la economía no resiste un proceso de transparen­cia, mucho sigue funcionand­o muy mal entre nosotros. ■

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