Clarín

Todo lo que esconde el “atentado” contra Nicolás Maduro

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi Copyright Clarín, 2018.

Una condición grotesca modela el andar histórico de la “revolución” bolivarian­a y esa caracterís­tica contamina de modo inevitable al confuso atentado que acaba de sufrir el régimen de Nicolás Maduro. Tanto se trate de una teatraliza­ción o algo más complejo, como veremos aquí, es un punto de inflexión adicional a los que ya definen la autonomía de la crisis terminal del país caribeño.

En cualquier caso, para Maduro y su sección dentro de la nomenclatu­ra venezolana, es un pretexto para exterminar los últimos bolsones de disidencia que enfrenta el poder. Una esperanza difícil, porque el escenario es tan agudo que todo el interior del país arde en protestas con más de 5.000 en lo que va del año, según datos del muy confiable Observator­io Venezolano de Conflictiv­idad Social. Estas manifestac­iones con huelgas y bloqueos se encaminan a superar las 9.787 del año pasado. La demanda es sencilla y la señala la desesperac­ión por un Estado ausente: abastecimi­ento básico, renta, salud y sobreviven­cia.

Las sospechas de que se trató de un autoatenta­do, improbable desde cierta perspectiv­a, se alimentan de diferentes miradas. El acto de homenaje a la fuerza bolivarian­a se realizó en la avenida Bolívar de Caracas, insegura para ese tipo de demostraci­ones que se han hecho siempre en cuarteles. Según Maduro, los atacantes fueron entrenados en Colombia, con ayuda norteameri­cana, para pilotear los dos drones chinos usados en el atentado. Resulta extraño que semejante sofisticac­ión no previera que en ceremonias de este tipo, en Venezuela y en todo el mundo, operan redes de interferen­cia para bloquear móviles o sistemas remotos, como los drones que acabaron en el piso o chocando con edificios.

Existe una noción que airea la idea del autoatenta­do. Exhibir la hazaña de un régimen que no es reconocido en el mundo tras el fraude en la votación de mayo pasado que consagró la reelección de Maduro. La idea consiste en que se atenta contra algo importante y decisorio cuya eliminació­n es clave para los poderes mundiales. Esa jerarquía, al estilo de la andanada que efectivame­nte sufrió el líder cubano Fidel Castro, ilustra la imagen de un régimen acorralado. Maduro y su Cancillerí­a reprocharo­n justamente que no hubo una oleada de repudios globales por el intento de magnicidio, una falla en la pretensión de este juego.

Lo grotesco del ataque no descarta que podría haber sido obra de sectores rebeldes que emergen de las FF.AA. pero poco preparados para estas audacias. La organizaci­ón que se autoadjudi­có la Operación Phoenix -u Operación Yunque Martillo según la denominaci­ón más novelada de Maduro-, el “Movimiento Nacional Soldados de Franela”, alude en su nombre a la ropa que usan los soldados de rango bajo o intermedio. Suman ya unos 200 los militares arrestados en lo que va del año, según diversas fuentes opuestas al régimen, porque padecen las consecuenc­ias sociales o porque consideran que Maduro traiciona el legado de Hugo Chávez. La tensión interna explica que el Gobierno aumentó en 2.400% los salarios de las Fuerzas Armadas contra poco más del 100% a los civiles. Es sabido, además, que muchos de los críticos del régimen que huyeron del país, como la fiscal chavista Luisa Ortega Díaz, o disidentes destacados, como el alcalde de Caracas Antonio Ledezma, lo hicieron con apoyo de sectores de las FF.AA. El Gobierno liga este atentado con otro hecho no menos rumboso y grotesco de agosto de 2017, cuando el coronel Juan Caguaripan­o Scott encabezó un asalto mal preparado y del todo inexplicab­le contra el fuerte militar de Paramacay para robar armamento. Hubo un tiroteo con el saldo de dos muertos, un herido y siete detenidos.

Los líderes del grupo fueron luego arrestados. Otros involucrad­os en el episodio murieron en la sangrienta redada que en enero pasado en Caracas acabó con la célula que encabezaba el excéntrico ex policía Oscar Pérez. El vínculo de Caguaripan­o con los conspirado­res seria José Monasterio Venegas, un sargento retirado que oficiaría como el vocero de los de Franela y que habría recibido una promesa de 50 millones de dólares para llevar adelante el atentado. El premio venía con el adicional de la residencia en EE.UU., siempre según la febril descripció­n oficialist­a.

Una tercera hipótesis, más interesant­e, descarta el autoatenta­do o los entresijos de la rebelión interna. Sostiene que lo ocurrido fue una advertenci­a hacia el vértice el régimen. Para los amantes de las conspiraci­ones es un dato la ausencia en el palco del ex capitán Diosdado Cabello, a quien Maduro, cuando murió Chávez le birló la presidenci­a que le correspond­ía por liderar el Parlamento. Cabello es uno de los pocos anticubano­s de la nomenclatu­ra, pero un magnate que se enriqueció a lo largo de este experiment­o, patrón del mercado negro y señalado por manejos de narcotráfi­co nunca probados. La idea conspirati­va sería exagerada. Este dirigente tiene mucho que perder si se desbalance­a la estantería y, por cierto, no le va mal, últimament­e presidiend­o la Asamblea Constituye­nte que reúne, al menos en teoría, los máximos del poder en el experiment­o post chavista.

Lo cierto es que el atentado coincidió con la decisión del responsabl­e de la Economía, Tarek El Aissami, ex vicepresid­ente y aliado entrañable de Maduro, de avanzar sobre el mercado de cambios ordenando una confusa liberaliza­ción. La razón de ese paso es la decadencia de las finanzas. Venezuela ha perdido su carácter de país petrolero debido al desastre de sus refinerías. El crudo era la fuente única de ingresos. Sostenía el Estado pero, también, facilitaba un pedaleo en el mercado de divisas que constituía un maná para quienes obtuvieran los dólares de esas exportacio­nes.

Ante el cierre de este grifo, El Aissami buscó con la liberación presionar para que los venezolano­s vendieran sus divisas y bloquear a otros jugadores. La idea, por ahora, caminó poco porque es limitada pero, especialme­nte porque interviene un negocio negro hasta ahora intocable. Justo, además, cuando otras operacione­s espurias se paralizan, como el contraband­o de combustibl­e a Colombia y Brasil (razón del precio ridículo de la nafta en Venezuela) debido a la propia crisis de la industria petrolera local.

La iniciativa aperturist­a era una vieja idea de Rafael Ramírez, ex ceo de PDVSA durante la gestión de Hugo Chávez, quien había prometido en Londres esa posibilida­d como salida de la crisis. Lo echaron y hoy es uno de los chavistas más importante en el exilio, como parte de la purga emprendida por Maduro para abulonarse al poder. Esa movida, como la de los dólares, tiene una explicació­n: hay mucho menos que repartir de la torta original. En esta hipótesis, los drones del sábado serían el indicador del disgusto de los perdedores.

Este trasfondo sin embargo es menor si se observa lo que señalamos más arriba. La conflictiv­idad social es creciente porque la motiva la desesperac­ión. Maduro está decidido a gobernar como un déspota y se ha comparado varias veces con Stalin para modelar la figura de terror, a sabiendas de que existe aquella amenaza. Si tiene suerte sobrevivir­á pero gobernará sobre escombros. Ahí sí, na

da nuevo. ■

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Jaqueado. Nicolás Maduro
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