Clarín

Llegar tarde está en nuestro ADN

- Alberto Amato

alberamato@gmail.com

No hay caso. Somos impuntuale­s. Está en nuestro ADN. Es raro, porque nos enoja la impuntuali­dad de los otros. También somos raros. Citamos de ocho y media para nueve, descontamo­s media hora de impuntuali­dad y tolerancia. Y aún así, hay quienes llegan tarde y se nefregan en esa tolerancia. Hubo un tiempo en que la impuntuali­dad daba lustre: estamos taaaan ocupados. Ya no. Ahora es una afrenta. Pero nos cuesta mucho cambiar las malas costumbres. Las buenas no, esas las cambiamos enseguida. Existen niveles en el impuntual. El peor es el que te dice: “Ya llego”. O, en un abuso del gerundio, “Estoy llegando”. Esa lacra nació con los celulares: citaste al tipo, no llega y lo llamás. “Estoy llegando”, te dice. El tipo está en Kuala Lumpur, en La Reja, encastrado en la Panamerica­na por el corte del día, pero te asegura su impuntuali­dad. Llega al fin, hora, horita y media tarde, agitado, la cara roja como un pimiento, sudado como tapa de cacerola, a punto del infarto; entre jadeos te pide disculpas por la demora. No te engañes: quiere hacerte sentir que tu exigencia de puntualida­d casi lo mata. ¿Cómo te atrevés? Esa forma larvada de hipocresía asegura más llegadas tarde. Eso sí, nuestros relojes están alineados con Greenwich. No vaya a ser cosa.

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