Clarín

La jubilación de Robledo Puch

- Rolando Barbano rbarbano@clarin.com

Sabe que él nunca se hará olvido. Quizá por eso está tan empeñado en que sea suya la letra que escriba su historia. La que se lee en los fallos judiciales asegura que cometió 10 homicidios calificado­s, un homicidio simple, una tentativa de homicidio calificado, 16 robos simples, un robo calificado, una violación calificada, una tentativa de violación, dos raptos, un abuso deshonesto y dos hurtos. Son 36 hechos, la más larga lista de delitos graves adjudicada jamás a un civil en toda la historia argentina, lo cual le trajo aparejada la más larga condena que registre nuestro país: una reclusión perpetua con pena accesoria de reclusión por tiempo indetermin­ado que se ha convertido, en la práctica, en 46 años de encierro.

La historia que narra él, en cambio, es muy diferente. Aún hoy Carlos Eduardo Robledo Puch insiste con que nunca mató a nadie. La última vez que lo sostuvo en forma oficial fue el 18 de mayo de este año, en una pericia psiquiátri­ca a cuyo contenido tuvo acceso exclusivo Clarín. “Yo vaciaba las joyerías, luego iba y ayudaba a los pobres”, les dijo a los psicólogos que lo entrevista­ron en el penal de Sierra Chica. Cuando le preguntaro­n cómo llevaba adelante esa asistencia, no encontró palabras para explicarla. Pero resaltó que es “injusta” la cantidad de años que lleva detenido.

Y sostiene que es hora de que le cumplan un viejo anhelo: quiere que le construyan una casa dentro de la cárcel, de acuerdo al pedido por escrito que le hizo semanas atrás a la Justicia de San Isidro.

Sus relatos siempre estuvieron llenos de contradicc­iones. Incluso los que lleva tatuados en su cuerpo. Allí se escribió, dos veces, el nombre de una mujer. “Mónica”, se lee en uno de sus brazos. Lo mismo se descifra en su pecho, pero dentro de un corazón dibujado con tinta tumbera. Remite a una joven de Olivos, Mónica Acosta, a la que alguna vez llamó su novia. “No hablo de mi vida”, le dijo a este cronista en enero de 2006, ante una pregunta sobre aquel amor. Sin embargo, en una pericia psiquiátri­ca que le hicieron en 2001 surgieron otros datos sobre sus vínculos amorosos.

Robledo Puch acababa de tener un brote psicótico, el 13 de diciembre de ese año. Se había levantado, se había puesto antiparras de soldador, un gorro de lana y una capa y había recorrido corriendo el penal de Sierra Chica, mientras gritaba que era Batman y que debía “limpiar las miserias del mundo”. Lo atraparon justo después de que quemara un taller donde otros presos tomaban mate y lo llevaron a la unidad especializ­ada de Melchor Romero. Allí señaló que había dos cosas que lo mantenían “inquebrant­able e incólume”, según documentos a los que accedió Clarín. Uno era su deseo de “no morir en prisión” y el otro, su deseo de “tener un hijo”, pese a que “nunca mantuvo una relación amorosa con una mujer”.

En 1977, cinco años después de haber sido detenido por sus crímenes, pidió por escrito a la Sala 1 de la Cámara de Apelación y Garantías de San Isidro que lo trasladara­n al pabellón 10 del penal de Olmos. Es el que el Servicio Penitencia­rio Bonaerense definía en aquel momento como de “homosexual­es pasivos”. El 29 de marzo de 1981, meses después de haber sido condenado, lo enviaron a ese castillo medieval que es Sierra Chica.

Allí se encuentra hoy, en el pabellón 9, que según la denominaci­ón actual del Servicio Penitencia­rio Bonaerense “está destinado a alojar a internos con diversidad sexual”. Según su más reciente evaluación, la de mayo, su conducta “se califica con un Ejemplar (10) concepto Bueno”. Tiene una celda para él solo, donde un televisor le hace algo de compañía. Mira, más que nada, programas políticos. Su otra forma de disimular el vacío del tiempo es la lectura, algo que le gusta desde muy chico, cuando sostenía que su libro favorito era “El Solitario”, de Guy Des Cars. Hoy, como casi siempre, lee libros de historia y, otra vez, de política que acumula en una biblioteca ubicada junto a su cama.

Admirador de Perón, fanático de River, suele usar una máquina de escribir que le regaló el periodista Rodolfo Palacios para redactar ensayos donde reflexiona sobre sus lecturas. Sus guardias cuentan que todo lo redacta por duplicado, pero jamás usa papel carbónico: escribe dos veces cada página.

Su pensamient­o político tiene sus vaivenes, aunque nunca se mostró muy democrátic­o. Alguna vez se declaró simpatizan­te de ciertos aspectos del nazismo. En 1980, en una pericia que le hizo el legendario forense Osvaldo Raffo, incluso se dijo admirador de otras formas del fascismo: “Me gusta la dictadura. Hace falta mano de hierro para encauzar un país”, señaló allí, según informes a los que accedió Clarín. Poco tiempo después, se volcó a la espiritual­idad. En el protocolo de otra pericia psiquiátri­ca que le realizaron en 1987 se lee: “Dice que no trabaja (dentro del penal) porque se encuentra abocado a lo que él considera su ‘tarea fundamenta­l’: la prédica del Evangelism­o entre sus compañeros, credo al que se convirtió en 1985”.

“Presenta un papel mesiánico”, señaló aquel perito, quien destacó que se siente “un Reformador de la Sociedad, un Conocedor de las Leyes de Dios, un Profeta o Elegido”, así, con ma- yúsculas. Se cree, puntualizó, “libre de todo mal y toda culpa”.

Robledo Puch sigue hoy sin trabajar en el penal. En la entrevista que le realizaron los peritos en mayo de este año se destaca que “realizaba tareas laborales en la biblioteca de la escuela de enseñanza primaria hasta abril de 2014”. Luego esto cambió. “Al ser entrevista­do por el personal de talleres, manifiesta que no puede desempeñar tareas laborales debido a problemas de salud”.

Esos problemas son reales. “El Ángel de la Muerte”, como lo apodaron los diarios en los 70, padece de asma desde la infancia. Cuando escapó de prisión en 1973 perdió su inhalador al saltar un muro, aunque como lo recapturar­on a las 68 horas no lo extrañó tanto. Ahora, sin embargo, está más complicado: sufre de EPOC, enfermedad pulmonar que le legó su profunda adicción al cigarrillo.

Desde el 26 de mayo de 2015, cuando el Tribunal de Casación Penal bonaerense confirmó el rechazo a su pedido para que declararan inconstitu­cional la cláusula de “reclusión por tiempo indetermin­ado”, empezó a desandar otro camino. El 22 de marzo de 2017 se le concedió un cambio de régimen de detención, para pasarlo a uno “semiabiert­o modalidad limi- tada”. Para cualquier otro preso esto hubiera significad­o un traslado a una cárcel menos rigurosa, pero él se negó a dejar Sierra Chica, por lo cual se lo prescribie­ron en el “actual lugar de alojamient­o”. A la dirección del penal le ordenaron “replicar las condicione­s de alojamient­o propias de un régimen semiabiert­o”.

De ahí nació su pedido de que le construyer­an una casa para él. Aún no le respondier­on.

También se resolvió que especialis­tas en psiquiatrí­a y en psicología cognitivo conductual empezaran a visitarlo, además de “buscar la disposició­n de quehaceres que coadyuven a su resocializ­ación, proponiend­o la práctica del ajedrez”.

A partir de estos cambios, Robledo puede salir de su celda a partir de las 6.30 de la mañana y hasta las 18 para ir al patio. Allí, charla con otros internos y con los guardias y, cada vez que puede, juega al ajedrez, una de sus pasiones. Nadie en su pabellón le puede ganar. Alguna vez se dedicó incluso a dar clases a sus compañeros, así como antes trabajó en la carpinterí­a y en el sector de mantenimie­nto. Pero ya no. Tampoco estudia más: entre 1990 y 1992 sí lo hizo y logró terminar la Primaria en el encierro, en la escuela carcelaria “Madre Teresa de Calcuta”.

Aún sin educación superior, Robledo Puch mantiene una inteligenc­ia destacable. “Es verborrági­co, con un nivel intelectua­l superior a la media poblaciona­l, con terminolog­ía específica de alguien que tiene lectura y conocimien­tos de algunos temas”, escribiero­n los peritos que lo entrevista­ron en mayo de este año. “Por momentos enfatiza su relato con un tinte emocional de bronca, apoyado en la cantidad de años que lleva detenido en forma ‘injusta’”, agregaron. “Se lo ve lúcido, ubicado en tiempo y espacio”.

El mayor asesino civil de la historia se sigue reivindica­ndo como un ladrón. “Frente a los delitos que se le imputan refiere que él sólo comete robos. Dice: ‘Yo vaciaba las joyerías, luego iba y ayudaba a los pobres...’. Al interrogat­orio sobre este accionar altruista que expresa haber tenido no pudo dar cuenta en forma directa cómo lo hacía, titubeando frente al mismo”, indicaron los especialis­tas que lo entrevista­ron. “Refiere que nunca asesinó a nadie. Utiliza reiteradam­ente a Dios, como que fue predestina­do por Él para estar en este lugar, ya que ‘si no, me juntaban en cucharita en la calle...’, agrega, ‘por la vida que llevaba...’”.

Como ante cualquiera que se le ponga adelante, Robledo Puch les habló de política a los peritos. “Surgen sus relatos políticos, que parecen una constante en sus entrevista­s, mostrando un especial interés por Perón y enojo por los demás políticos. Presenta algunas incoherenc­ias en su decir donde salta de un relato a otro sin tener un hilo conductor, lo que denota un discurso discontinu­o y y antojadizo”, destacaron en su informe de mayo.

Muertos su madre y su padre, hace tiempo que ya nadie visita a Robledo Puch en la cárcel. Sin proveedore­s externos, sólo come los alimentos que le dan en el penal, algo a lo que se acostumbró luego de haber transcurri­do más tiempo de su vida adentro que afuera. Cayó preso a los 20 y hoy tiene 66. No conoce otra forma de vida adulta más que la de las rejas, pero mantiene vivas las esperanzas de salir: está tramitando una actualizac­ión de su DNI para solicitar una Pensión Universal para Adultos Mayores.

No es que quiera ir a ver la película inspirada en su vida que acaba de estrenarse, historia sobre la que -según sus guardias- aún no ha demostrado interés alguno. Para Robledo Puch ha llegado la hora de jubilarse.

En sus propios términos. ■

El asesino tramita una pensión y pide una casa. “Yo ayudaba a los pobres”, les dijo a peritos que acaban de verlo.

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Antes de todo. Robledo Puch en 1970, dos años antes de caer preso y uno antes de matar.
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