Clarín

La noche en que Cambiemos dejó de cambiar

Varios gobernador­es e intendente­s intentarán que el aborto no vuelva a discutirse hasta 2020

- Fernando Gonzalez fgonzalez@clarin.com

Ciertas madrugadas suelen ser ilustrativ­as para la Argentina. Faltaban quince minutos para las tres de la mañana del jueves cuando el proyecto de legalizaci­ón del aborto cayó herido de muerte en el Senado. Apenas por siete votos, lo que en idioma parlamenta­rio significa que el resultado podría haber sido modificado torciendo apenas cuatro de ellos. Pero el Gobierno, al contrario de lo que sucedió durante la definición en la Cámara de Diputados, no hizo ningún movimiento para mutar ese escenario.

Unas horas antes, Mauricio Macri pronunció una frase extraída del manual de la antipolíti­ca: “No importa cuál sea el resultado; hoy ganará la democracia”. Si bien la apertura del debate sobre la despenaliz­ación ha sido uno de los pocos hechos saludables de estos tiempos de crisis, el resultado siempre cuenta para los líderes políticos. Y ningún presidente envía un proyecto al Congreso para ser derrotado. El hecho de que la ley de aborto haya sido frenada gracias al voto mayoritari­o de los senadores del Frente Cambiemos (68% en contra) muestra que el sector más conservado­r de la coalición ha pasado a dominar la pulseada permanente de la interna. Es un dato contundent­e cuando sólo resta un año para las elecciones presidenci­ales.

Debajo de Macri, los principale­s dirigentes de Cambiemos comenzaron a posicionar­se para la batalla electoral que viene. Gabriela Michetti celebró la derrota de la ley de aborto con un gesto futbolero (“vamos todavía”, dijo con el puño cerrado) como si fuera la vicepresid­enta de quienes estaban en contra del proyecto y no de todos los argentinos. Su imagen ha sufrido un deterioro público que el debate por la despenaliz­ación parece haber profundiza­do entre las mujeres y los jóvenes. No es casualidad que el Presidente esté evaluando otras opciones entre las dirigentes de Cambiemos para conformar la fórmula presidenci­al con la que intentará lograr su reelección si logra cauterizar la crisis económica. Carolina Stanley y la propia María Eugenia Vidal son los primeros nombres que aparecen en una lista que incluye otras alternativ­as.

También Vidal hizo su elección antes de la votación decisiva en el Senado. “Si la ley es rechazada, mañana me voy a sentir más aliviada”, dijo un día antes de la sesión, tal vez sin reparar en el resquebraj­amiento que el debate produjo entre los argentinos. El viaje a Roma de hace un mes y su entrevista con el Papa Francisco, que compartió justamente con Stanley, alteraron la prescinden­cia institucio­nal de la gobernador­a. La designació­n de obispos hostiles al macrismo en la provincia de Buenos Aires (la del ex rector de la Universida­d Católica Argentina, Víctor Fernández, en el obispado de La Plata y, sobre todo, la del obispo kirchneris­ta Jorge Lugones en la Pastoral Social) han mellado un poco su empuje y han convencido a Vidal de que una disputa abierta con Jorge Bergoglio podría conducirla a una derrota el año próximo. Por eso, cambió el equilibrio mantenido hasta ahora por un posicionam­iento más visible en contra de la ley de aborto que, segurament­e, debe haber agradado al Vaticano.

“A veces, María Eugenia no se da cuenta cómo el Papa la usa contra nosotros”, suele decir en privado el consultor Jaime Durán Barba, en una reflexión sorprenden­te para alguien que apostó decididame­nte por Vidal para que fuera gobernador­a cuando muchos creían que esa candidatur­a le quedaba grande. Pero el ecuatorian­o cree que la postura de Bergoglio y de la Iglesia argentina en términos de salud reproducti­va es retrógrada. Por esas opiniones soltadas al viento es que Francisco lo suele llamar “El Diablo”.

Otros dirigentes de Cambiemos han elegido un perfil más bajo. Contrario desde siempre a la ley de aborto, Horacio Rodríguez Larreta, no se pronunció públicamen­te sobre el tema aunque un mes antes de la definición en el Senado consagró la Ciudad que gobierna “al sagrado corazón de Jesús”. Fue un gesto que le valió algunas críticas de las principale­s referentes abortistas pero que bajó la tensión con la Iglesia, que había llevado a Macri a no participar del Tedeum del 9 de Julio en la provincia de Tucumán. También Elisa Carrió, católica a veces hasta el borde del misticismo, moderó sus intervenci­ones en torno a la ley de aborto respecto del perfil más alto y polémico que había tenido durante la votación en la Cámara de Diputados que le había dado a la legalizaci­ón un primer triunfo legislativ­o.

El problema más grave, de todos modos, lo tienen los radicales. Con nueve senadores de los doce propios votando en contra del aborto, el partido centenario de la reforma universita­ria y la ley de divorcio impulsada por Raúl Alfonsín se convirtió en el sector político que quedó más pegado a la movida antiaborti­sta que condujo la Iglesia con mano de hierro, sobre todo luego de la primera derrota parlamenta­ria. Los integrante­s de la Juventud Radical y los universita­rios de la Franja Morada están en llamas y le toca otra vez a Ernesto Sanz la tarea compleja de cerrar la grieta profunda entre sus correligio­narios, en especial la surgida con muchas de las mujeres del partido. “Que se rompa pero que no se doble”, la frase histórica de Leandro Alem esta vez no alcanza para apagar los fuegos que se encendiero­n en el radicalism­o, trinchera fundamenta­l del Frente Cambiemos.

Pese a la alegría de Michetti y el alivio de Vidal, hay en el Gobierno algunos otros dirigentes preocupado­s por atender las demandas del pedazo de la Argentina que, con argumentos muy sólidos en muchos casos y con reflejos sectarios en los grupos más radicali- zados de la movida abortista, reclama desde hace años una legislació­n parecida a la de los países más avanzados del planeta.

El ministro de Justicia, Germán Garavano, es quien plantea algunas modificaci­ones a la reforma del Código Penal que incluyan la despenaliz­ación total de las mujeres que aborten y un régimen que también le ofrezca mayores garantías a los médicos que los lleven adelante. El propio Macri respaldó esa opción tras la reunión de Gabinete del viernes, otorgándol­e un poco de oxígeno a los ministros que se manifestar­on a favor de la ley caída en el Senado. El caso más notorio fue sin dudas el del ministro de Salud, Adolfo Rubinstein, quizás el más claro en su defensa de la legalizaci­ón y el más atacado por los antiaborti­stas una vez que el rechazo consiguió las voluntades suficiente­s. Hay quienes piden, aunque en voz baja, una renuncia que estaría muy lejos de suceder.

Pero la despenaliz­ación a través de la reforma del Código Penal, como la alternativ­a de una consulta popular que enarbolan algunos diputados, tienen pocas probabilid­ades de éxito inmediato. La mayoría de los dirigentes con responsabi­lidad electoral consideran que cualquier movimiento que ponga en riesgo las chances de reelección del macrismo está destinado a naufragar. Vidal, los intendente­s bonaerense­s de Cambiemos y el resto de los gobernador­es oficialist­as intentarán que la disputa por el aborto no vuelva a contaminar la política al menos hasta 2020. Lo primero para ellos, y creen que Macri terminará plegándose también a esa postura, es mantenerse en el poder ganando como sea las elecciones del año próximo.

En cambio a Cristina Kirchner, el debate por la ley de aborto le permitió escaparse veintisiet­e minutos de la situación cada vez más asfixiante de las denuncias por corrupción con la obra pública. En la madrugada del jueves en el Senado, la ex presidenta dijo sentirse conmovida por el empuje de las pibas feministas, como si en sus doce años en el poder no hubiera podido echar mano a la mayoría automática de la que disponían con Néstor para avanzar por lo menos con un dictamen que despenaliz­ara a las mujeres. Es la misma mayoría que sí manipuló para votar el vergonzoso Pacto con Irán o para ocultar un sistema de plata negra que está dejando a la intemperie una de las peores miserias de las muchas que alimenta el país adolescent­e. ■

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