Mauricio Regis
“Lo mejor que me puede pasar es que se cambien de vagón para seguir escuchándome”
Mauricio Regis pasa su tarjeta SUBE como cualquier pasajero en la estación San Pedrito de la línea A. Todo cambia cuando baja por la escalera mecánica, saca su guitarra, empieza a afinarla y hace ejercicios vocales de calentamiento. El escenario está por venir. Faltan minutos para las 19 de un viernes, hora en que los músicos ambulantes suben al primer subte del día.
Llega la formación. Sin presen- tarse, Regis abre el show con “Cuando es con vos”, de Virus. Muchos viajan con una mochila o un bolsito o su uniforme de trabajo. Todos tienen cara de cansados. Y ahí está la música de Mauricio, para que algunos comiencen a mover los piecitos, otros a cantar, otros a levantar la mirada y cambiar la cara.
Durante seis años, Mauricio trabajó como docente de Música en una escuela rural de Córdoba. Des- pués se mudó a Buenos Aires y abrió un bar. Las cosas no salieron bien. O sí. Porque con el bar cerrado, subió al subte por primera vez. Necesitaba dinero. Fue en 2015. “Empecé con la idea de hacerlo hasta encontrar otro trabajo y no lo pude dejar. Nunca me sentí tan cómodo; nunca había hecho algo tan positivo. Los artistas callejeros hacemos nuestro trabajo como servicio al arte y a la cultura del país. Entendí que esta es mi vocación. ¿Para qué me voy a dedicar a otra cosa?”.
En el segundo vagón, su show comienza con “11 y 6”, de Fito Páez. Pero los aplausos más fuertes llegan con los temas de Los Redonditos de Ricota. Ahí, algunos lo graban, otros se le acercan y cantan a la par. Los shows duran tres canciones. “Lo más lindo que me puede pasar es que un pasajero se cambie de vagón para seguir escuchándome, o cuando me piden un tema”, dice, con la misma cara de felicidad del artista consagrado que recibe un Grammy.
Sus pasajeros le han generado shows en el interior del país. Las veces que hace presentaciones en sitios privados, siempre alguien se le acerca para decirle que lo vio en el subte. También hizo música a la gorra en Bolivia y Perú. Y confiesa: “¿Sabés qué es lo mejor que me pasó en el subte? El chocolate que me dejó una nena en la gorra”. ■