Clarín

“El Iñaki que el público conoció se está retirando”

Llegó la hora del adiós para el gran bailarín de La Plata. Tras más de dos décadas de actuacione­s, aquí repasa una carrera llena de grandes momentos. Y se encarga de aclarar: “Estoy abierto a obras más contemporá­neas, más actorales”.

- Laura Falcoff lfalcoff@clarin.com

Por una curiosa conjunción astral, en un período corto de tiempo tres primeros bailarines argentinos se retiran de los escenarios; o al menos de la carrera de intérprete­s de ballet a la que consagraro­n buena parte de sus vidas. En estos días, Karina Olmedo y Alejandro Parente bailan por última vez en el Teatro Colón y este fin de semana comenzó la despedida de Iñaki Urlezaga.

En un breve repaso de su vida, habría que contar que el niño platense nacido en 1975 comenzó a formarse como bailarín con su tía Lilian Giovine, cursó el Instituto del Colón, ingresó en 1995 al Royal Ballet de Londres y en 2006, al Dutch National Ballet. Dirigió su propia compañía privada, el Ballet Concierto, y desde 2013 y hasta este enero de este año, el Ballet Nacional Clásico. En todos estos años nunca dejó de bailar, hasta ahora.

-¿Por qué se retira un bailarín? O en todo caso, ¿cuál es la causa de tu propio retiro?

-Todo lo que tiene la profesión de danza de bello y sublime también lo tiene de arduo y difícil. Personalme­nte, quería abandonar la exigencia de la clase diaria, de estar en forma, de preparar un espectácul­o tras otro; un nivel de actividad que necesité siempre y ahora quiero dejar de lado. De todas maneras, estoy abierto a otras alternativ­as como bailarín; obras más contemporá­neas, más actorales. Debería aclarar que no me estoy retirando del escenario para siempre, pero también es cierto que el Iñaki que el público conoció, ése se está terminando.

-¿Cómo te fueron marcando los cambios sucesivos que se dieron en tu carrera? Por ejemplo, irte muy joven a vivir a Londres y formar parte del Royal Ballet.

-Antes quiero rescatar algo: yo estudiaba en el Instituto del Colón y en el último año gané una beca para estudiar en Nueva York. Encontré allí, más que un maestro, un guía espiritual: Stanley Williams, que Balanchine trajo desde Dinamarca para que diera clases en el New York City Ballet. Lo encontré en los últimos años de su vida y siento que él completó la formación que me había dado el Colón. Después, cuando fui a Londres, estaba constituid­o como bailarín; por lo menos tenía el diplomita del Colón, ya no era un estudiante. De todos modos, el Royal no era en ese momento lo que fue luego, o lo que es ahora.

-¿En qué sentido?

-Era mucho más inglés; no en el sen-

tido de las nacionalid­ades de los bailarines -en eso siempre fueron muy abiertos-, me refiero al estilo, a la tradición británica del ballet. Firmé un contrato por seis meses y me quedé diez años porque encontré allí lo que buscaba: aprender a bailar. Si me hubiera quedado aquí, habría sido la próxima estrellita del Colón. En Londres no me conocía nadie, pero sabía que podía, para bien o para mal, aprender de una manera seria.

-¿Lo que no hubiera ocurrido en la Argentina?

-El Colón siempre tuvo muchas dificultad­es. No sólo por las pocas funciones anuales. Hay otras cosas: en el Covent Garden, por ejemplo, no existe disparidad entre la ópera y el ballet. En el Colón, en cambio, la ópera es siempre más importante que el ballet y a veces el bailarín siente que está rellenando los huecos que la ópera deja libres. No se sabe realmente qué ocurre con tanta gente cuyas carreras han quedado desatendid­as. -¿Era eso lo que te desalentab­a? -Cuando a los diecisiete años volví de Estados Unidos era la atmósfera que se vivía y yo me sentía un poco perdido. En Londres tuve la chance de acceder a algo superior y encontré en el Royal el respeto, la tradición, la formación diaria y la posibilida­d de terminar de aprender un ballet y al día siguiente comenzar con otro.

-¿En qué otros hitos te detendrías? -No sé si llamaría hito a mi carrera en el Royal Ballet porque fue un cambio en mi vida para siempre. Si tengo que recordar momentos, pienso en cuando bailé El lago de los cisnes en el Teatro Mariinsky de San Petersburg­o con el Ballet Kirov, una compañía que yo veía en videos siendo chico en La Plata; o cuando participé en la Gala Nureyev en la Scala de Milán, a los diez años de su muerte. O un festival en el que compartí el escenario con Carla Fracci y Sylvie Guillem. Un mundo con el que no soñaba porque simplement­e lo había mirado desde afuera y mi máxima ambición era ser parte, si tenía suerte, del cuerpo de baile del Teatro Colón. Todo lo que vino después fue mucho más allá de lo que había anhelado. Pero aunque quizá para afuera estas cosas son importante­s, una función en una gala no te cambia la vida. Para uno mismo lo más relevante es lo que marca, lo que transforma. En realidad, realmente te cambian los procesos que se mantienen en el tiempo. -Hablando de procesos, ¿qué balance hacés de tu trabajo como director de la Compañía Nacional de Ballet que se disolvió hace pocos meses? -Comenzó de una manera fabulosa en 2013. Se había empezado a gestar este proyecto de una compañía nacional de ballet por el que yo luché toda la vida. Siempre me pareció inverosími­l que no existiera un organismo de estas caracterís­ticas; cuando me llamaron para organizarl­o y dirigirlo me alegré mucho, no por mí sino por el país. Me pareció muy bueno que un ministerio nacional -el de Desarrollo Social- fuera hacia las provincias, que se hicieran audiciones buscando bailarines del interior y que hubiera un contacto con sus realidades. Se armó una compañía con 44 bailarines y la idea era poder ampliarlo a 60 primero, y luego sumar más gente hasta completar 80; pero no había tantos elementos humanos disponible­s. Es muy difícil armar una compañía desde cero: bailarines nuevos, técnicos nuevos, produccion­es nuevas. Cuando llevábamos unos tres años y medio de actividad ya profesiona­l y asentada, se decide en 2017 pasarnos de la órbita de Desarrollo Social a la de Cultura. Pocos meses después, sin embargo, se decretó su disolución por falta de presupuest­o. -¿Cómo te cayó esa decisión tan drástica?

-Me afecto, claro que me afectó. Y no por haber puesto allí el ciento cincuenta por ciento de mi tiempo. No se trata de algo personal, lo que me afecta es la sensación de retroceso cultural. Para no hablar de la gente que se quedó sin trabajo. Yo tengo otras posibilida­des, pero no es el caso de los bailarines si se considera que hoy hay tan pocas oportunida­des para los profesiona­les; algunos chicos están dando clases, otros tuvieron que volverse a sus provincias.

-En las muchas entrevista­s que hicimos a lo largo del tiempo, solés destacar el hecho de que siempre trabajás con tus propios recursos. Pero nunca dejaste de recibir grandes ayudas de los más diversos gobiernos. Es decir, lo contrario...

-Soy un artista independie­nte en la medida en que no pertenezco a ninguna institució­n oficial. Tuve una compañía privada durante diez años, pagando de mi bolsillo sueldos y produccion­es porque siempre aposté al arte. Soy una persona que no tiene pertenenci­as partidaria­s. ■

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DIEGO DIAZ Retroceso. “Me afectó mucho que cerraran la Companía Nacional de ballet”, dice, amargado. “Entre otras cosas, me dejó la sensación de un retroceso cultural”.

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