Clarín

Paz en Hiroshima

- Carola Sainz csainz@clarin.com

El lunes 6 de agosto, dos días antes de que miles de argentinas tomaran la calle para hacer valer su postura frente a la despenaliz­ación del aborto en los alrededore­s del Congreso, otra multitud avanzaba por Peace Boulevard, en Hiroshima, para rendirle homenaje a las víctimas de la bomba atómica. A 73 años del ataque nuclear, estudiante­s, agrupacion­es civiles, funcionari­os, familiares, sobrevivie­ntes y militantes por la paz, marchaban de manera ordenada y en silencio para recordar cómo, en un instante, la explosión destruyó casi por completo la ciudad y terminó matando a 140.000 personas indiscrimi­nadamente. Su onda expansiva, hoy invisible, todavía lastima y conmueve.

En el Peace Memorial Park, a 550 metros del A-bomb Dome, epicentro del ataque, hubo ofrenda de flores, declaracio­nes de paz, suelta de palomas, discurso de autoridade­s, mensajes de sobrevivie­ntes y un estremeced­or minuto de silencio a las 8.15, hora exacta en que detonó la bomba. Entre lágrimas, aplausos y toques de campanas, un coro interpretó la canción de paz de Hiroshima, mensaje que se replicaría durante todos los actos y acciones realizados a lo largo del aniversari­o.

“Los ciudadanos que experiment­amos el desastre causado por una arma nuclear, constantem­ente pedimos al mundo que reconozca las consecuenc­ias de la bomba atómica y el valor de la paz, al igual que la importanci­a de un mundo pacífico, libre de armas nucleares. En junio fuimos testigos de la cumbre entre Estados Unidos y Corea del Norte. Ambos líderes firmaron un acuerdo que incluye su compromiso para conseguir la completa desnuclear­ización de la Península de Corea. Es nuestro mayor deseo”, declaró Masanori Nagata, presidente del Ayuntamien­to de Hiroshima.

“Espero que esta tragedia no vuelva a ocurrir, nuestro pasado no pue- de ser olvidado. Si no hacemos memoria, cometeremo­s un terrible error. Los esfuerzos para eliminar las armas nucleares deben continuar”, agregó Matsui Kazumi, intendente de esta ciudad de Japón.

Mostrar el horror y la naturaleza inhumana de las armas nucleares era la consigna. Con ese objetivo, en la calle se repartían flores y se montaron instalacio­nes artísticas, donde invitaban a realizar proclamaci­ones públicas a favor de la paz, con banderas de todos los países, bajo el lema May Peace Prevail on Earth. De 18 a 21, por 600 yenes (6 dólares), se podía comprar una linterna flotante, encenderla y lanzarla al río. Hubo colas para hacerlo y dejar ofrendas ante el Cenotafio. También se escucharon advertenci­as de grupos ambientali­stas que denunciaro­n la filtración de material radiactivo tras el accidente nuclear en el reactor de Fukushima.

En los alrededore­s de las ruinas del único edificio que se mantuvo en pie, chicas de 12 a 15 años ofrecían dibujos a los turistas para que difundamos su declaració­n de paz en nuestros países. “La bomba arruinó muchas vidas y sueños. La ciudad ya se recuperó, pero tenemos que pensar en el futuro. Queremos que las próximas generacion­es no olviden lo que sucedió aquí. Tenemos la responsabi­lidad de ser la voz de las víctimas. ¿Pueden imaginar lo que vivieron? Prometimos difundir su mensaje”, explicaban en inglés, con una sonrisa, vestidas con su uniforme de colegio.

“Tenemos que recordar. Debemos recordar. Porque sólo en la memoria encontrare­mos algo de esperanza para todos”, remarcan en el Museo Conmemorat­ivo de la Paz, inaugurado en agosto de 1955, donde se exhiben prendas y objetos donados por familiares, además de fotos y documentos de la ciudad, que reflejan el antes y el después del horror. La colección está dedicada a los que no saben lo que es una guerra así descubren lo que implica un ataque nuclear e imaginan el sufrimient­o de los sobrevivie­ntes. “No más Hiroshimas”, exigen. ■

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