Clarín

El síndrome de Estocolmo K del peronismo

- Fernando Gonzalez fgonzalez@clarin.com

Uno de los asesores de comunicaci­ón más legendario­s del peronismo encargó una encuesta a comienzos de este año. Hizo las consultas entre un millar de ciudadanos de la provincia de Buenos Aires porque está trabajando para un dirigente importante del movimiento con aspiracion­es de volver al poder. El problema fue el resultado del sondeo. Las preguntas cualitativ­as encontraba­n siempre una respuesta parecida. “Los peronistas son chorros”, respondían los bonaerense­s cuando la consulta iba por el lado de la corrupción. “No sé cómo vamos a resolver esto”, decía el hombre, soldado de mil batallas con el menemismo, el duhaldismo y el kirchneris­mo. “Salvo que Macri nos regale la elección, es muy difícil cambiar esa percepción en los sectores medios para poder ganar”.

Desde aquellas reflexione­s de hace apenas un trimestre, ocurrieron dos cosas. La crisis cambiaria y el salto inflaciona­rio hicieron descender la imagen de Mauricio Macri al nivel más bajo desde que es presidente. Sería exagerado decir que ya le regaló la elección al peronismo, pero el Gobierno ha hecho muchos méritos para que Cristina Kirchner haya vuelto a convertirs­e en una opción electoral viable. Ni siquiera pudo obtener algún rédito político del debate por el aborto, tras enviar el proyecto al Parlamento por primera vez en la historia y terminar exhibiendo una grieta interna tan pronunciad­a en el Frente Cambiemos que les hizo cosechar críticas y reclamos desde todos los sectores sociales.

El otro fenómeno ocurrido en las últimas semanas es el escándalo de los cuadernos y la consecuenc­ia directa de las confesione­s de ex funcionari­os y de varios empresario­s de la obra pública ante la Justicia. Otra vez un hecho inédito en la historia argentina. El relato de las coimas desarrolla­do por sus propios protagonis­tas: los coimeados y los coimeadore­s. Ilustrando lo que hasta ahora había sido la leyenda negra del kirchneris­mo más salvaje,transmitid­a a través de terceros en discordia. Los bolsos con pesos y, preferente­mente, con dólares o euros. Los departamen­tos, los hoteles, los aviones y la Quinta de Olivos como escenarios cinematogr­áficos de la corrupción desenfrena­da. Todo eso, que siempre parecía exagerado en boca del periodismo, ahora son cientos de expediente­s judiciales que deberían terminar con sus beneficiar­ios directos en la cárcel por muchos años.

Macri y el Gobierno asisten, como ya es costumbre en el oficialism­o, a la evolución del escándalo sin conducir ni combatir el conflicto. Esa especie de abordaje zen del poder que desespera a propios y ajenos. El Presidente ya dijo que no protegerá a nadie de la ola que amenaza al sistema político. Pero allí están, en primer plano, su primo Angelo Calcaterra como uno de los que pagó las coimas al kirchneris­mo antes de vender su constructo­ra. Y están las huellas de los negocios del Estado con el Grupo Socma, el mismo que preside su padre Franco, el mismo que integró él como aprendiz de empresario y en el que ahora sus hijos son accionista­s. No es poco.

Sin embargo, el problema más grande de las salpicadur­as sin freno de la corrupción lo tiene el peronismo. No sólo porque va quedando claro que fueron Néstor y Cristina los autores intelectua­les y los beneficiar­ios del sistema más minucioso de enriquecim­iento que conoció la Argentina. Si no porque al movimiento del general Perón le cuesta una enormidad despegarse simplement­e del pasado reciente e impresenta­ble. La prueba más clara fue la sesión del miércoles en el Senado. Ni los gobernador­es peronistas ni el filósofo emergente Miguel Angel Pichetto fueron capaces de apartarse del imán negativo que representa Cristina. Tal vez sin comprender que el costo político de obstaculiz­ar los pedidos de allanamien­to del juez Claudio Bonadio y seguir bloqueando la ley de extinción de dominio es ahora mucho más alto.

Sólo se entiende la complicida­d para aquellos dirigentes que han participad­o de la fiesta y que se han enriquecid­o. Para el resto del peronismo, defender la corrupción K no tiene explicació­n racional ni argumentos de real politik. Uno de los que ha ensayado una teoría sobre el asunto es el salteño Juan Manuel Urtubey, el menos crítico de los peronistas con el gobierno de Macri. “Es el síndrome de Estocolmo que tienen muchos de nuestros muchachos y no se pueden curar”, explica el gobernador, referente del único sector político que se ha manifestad­o a favor de sacarle los fueros a la ex presidenta para que enfrente a la Justicia como cualquier ciudadano común.

El resto navega sin rumbo en el mar de la confusión política. Felipe Solá, que quiere ser candidato a presidente o a gobernador, o el cordobés José Manuel De la Sota, se dedicaron en los últimos meses a transitar el territorio hostil del kirchneris­mo. Con pésimo sentido de la oportunida­d, ahora que los bolsos con las coimas aparecen en cada rincón de la Argentina. Los gobernador­es peronistas miden la intención de voto en sus provincias y lo mismo les sucede a los intendente­s del Gran Buenos Aires. La mayoría cede al temor de perder el control político de sus distritos y prefieren hacerle gestos amistosos a Máximo Kirchner, aunque el hijo de la ex presidenta los maltrate y los ponga en las últimas filas de los actos partidario­s. Así, envueltos en ese miedo, los retrató una columna de Eduardo van der Kooy en el encuentro kirchneris­ta del último sábado en Ensenada.

Desde la periferia del peronismo, liderando el Frente Renovador que fundó en 2013 para derrotar al kirchneris­mo en la provincia de Buenos Aires, Sergio Massa sigue en silencio la catarata de episodios que va entregando la causa de las coimas K. “Es una serie de Neftlix que va por el capítulo 4 y todavía faltan 9 para llegar al último”, le dice a los dirigentes más cercanos. Son ellos los que juran que el ex candidato presidenci­al está tranquilo pese a haber sido jefe de Gabinete de Cristina. Y que, de tener senadores, hubieran votado a favor de sacarle los fueros a la ex presidenta como lo hicieron el año pasado con Julio De Vido en la Cámara de

“Tienen síndrome de Estocolmo con Cristina y no se lo pueden curar”, suele decir Urtubey.

“Si Macri no cambia el rumbo de la economía, no hay cuadernos que lo salven”, ha dicho Massa

Diputados.

Massa es, junto con la propia Cristina y con Urtubey, uno de los tres dirigentes de origen peronista con ambiciones presidenci­ales que aparecen mejor ubicados en las encuestas. El ex intendente de Tigre está convencido de que el escándalo de las coimas ensucia a toda la política pero que no complicará demasiado las chances de los candidatos opositores. “Si Macri no cambia el rumbo de la economía, no hay cuadernos que lo salven”, es su frase de cabecera en estas horas. Cada cual atiende su juego y mucho más en el peronismo.

Coimas hasta para pagar un decreto presidenci­al. Empresario­s que confiesan la cantidad y las circunstan­cias en las que pusieron dinero negro en los bolsos de la política. Ex funcionari­os que rompen el contrato de confidenci­alidad que habían sellado para siempre con la corrupción. El peronismo tendrá que hacer muchos méritos en estos meses para demostrar que puede dejar atrás el Síndrome de Estocolmo que todavía lo aferra a Cristina. Y deberá alejarse lo suficiente de la tormenta como para sostener con alguna expectativ­a la ilusión de regresar al poder. ■

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Los muchachos peronistas. Gioja, junto a Lucía Corpacci, Caló, Insfrán y Scioli. Fue ayer al reasumir en el PJ en la sede de Matheu.
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