La crisis de la economía turca, una fiesta como hace 20 años
La deuda externa ha hecho que Turquía se vuelva vulnerable, como los países asiáticos en 1998.
Desde hace un tiempo, quienes dedicamos largos años a entender la crisis financiera asiática de hace dos décadas nos preguntábamos si Turquía iba a reeditarla. Sin duda, eso es lo que parece estar ocurriendo. Este es el guión: comencemos con un país que, por la razón que sea, fue el predilecto de los prestamistas extranjeros y recibió un gran caudal de capitales externos a lo largo de cierto número de años. Como dato crucial, esa deuda está denominada en moneda extranjera, no local (razón por la cual Estados Unidos, también receptor de grandes flujos entrantes en el pasado, no tiene la misma vulnerabilidad: tomamos préstamos en dólares).
Sin embargo, llegado cierto momento, la fiesta se termina. No importa demasiado qué causa la “interrupción repentina” de los préstamos externos: pueden ser acontecimientos internos, como que usted ponga a su yerno al mando de la política económica, puede ser un aumento de las tasas de interés estadounidenses, puede ser una crisis en otro país que los inversores vean parecido al suyo.
Cualquiera sea el shock, lo crucial es que la deuda externa ha hecho que su economía sea vulnerable a una espiral de muerte. La pérdida de confianza hace que su moneda caiga; esto hace más difícil pagar las deudas en moneda extranjera; esto afecta la economía real y reduce aún más la confianza, llevando a más caídas de la moneda; y así sucesivamente.
El resultado es que la deuda externa se dispara como porcentaje del PBI. Indonesia ingresó a la crisis financiera de los 90 con una deuda externa inferior al 60 por ciento del PBI, aproximadamente similar a la de Turquía a comienzos de este año. Para 1998 el desplome de la rupia había llevado esa deuda a casi el 170 por ciento del PBI. ¿Cómo termina una crisis como esta? Si no hay una respuesta eficaz en materia de políticas, lo que ocurre es que la moneda cae y la deuda medida en moneda local se dispara hasta que todos los que pueden quebrar quiebran. En ese momento, la debilidad de la moneda impulsa un boom de las exportaciones y la economía inicia una recuperación basada en esos enormes superávits comerciales. (Esto podría sorprender a Donald Trump, que parece estar imponiendo aranceles punitivos a Turquía como castigo por tener una moneda débil.) ¿Hay alguna forma de producir un cortocircuito en este círculo mortal? Sí, pero es complicado. Lo que se necesita para reducir los costos de la crisis es una combinación de heterodoxia de corto plazo con garantías creíbles de un retorno a la ortodoxia a más largo plazo.
¿ Cómo funciona? Hay que detener la explosión del ratio de deuda con alguna combinación de controles de capital temporales para frenar la fuga de capitales por pánico, posiblemente con el repudio de parte de la deuda en moneda extranjera. Entretanto, hay que disponer las cosas para tener un régimen fiscalmente sostenible al terminar la crisis. Si todo sale bien, la confianza gradualmente volverá y con el tiempo se podrán eliminar los controles de capital. Malasia hizo esto en 1998; Corea del Sur, con ayuda de los EE.UU., en la práctica hizo algo parecido al mismo tiempo, al presionar a los bancos para que mantuvieran sus líneas de crédito de corto plazo. Una década después, a Islandia le
Sin respuesta eficaz, la moneda cae y la deuda medida en valores locales se dispara.
fue muy bien con una combinación de controles de capital con repudio de la deuda (en rigor de verdad, negándose a asumir responsabilidad pública por las deudas acumuladas por los banqueros privados). A la Argentina también le fue bastante bien con políticas heterodoxas en 2002 y algunos años después, en tanto en la práctica entró en cesación de pagos de 2/3 de su deuda. Pero el régimen kirchnerista no supo cuándo detenerse y volver a la ortodoxia, con lo que creó un marco propicio para que el país volviera a la crisis.
Quizá ese ejemplo muestra lo difícil que es resolver este tipo de crisis. Se necesita un gobierno que sea a la vez flexible y responsable, para no hablar de que sea técnicamente competente para concretar esa implementación sin corrupción enorme. Este, lamentablemente, no parece ser el caso de la Turquía de Erdogan. Obviamente, tampoco el del EE.UU. de Trump. ■