Clarín

Ser porteña, ser gallega

- Claudia Amigo camigo@clarin,com

¿Se puede volver a un lugar al que nunca se fue? Aunque todavía no viajé a Galicia, ya la vivo desde Buenos Aires. Ya conozco el verde de la lluvia, la sal del mar sobre la piel, la delicia del polbo á feira, el insulto bien dicho de un carallo y el ritmo de la muiñeira. Los conozco porque hace más de cien años los Amigo, Salgueiro, Pousa y Blanco atravesaro­n el Atlántico en barco desde Lugo y Pontevedra, buscando futuro. Conozco Galicia desde el día que nací, en el Centro Gallego, y la conozco porque en esos pasillos descubrí los murales con paisajes de pinos y paisajes de mar. Alguien alguna vez me explicó frente al busto en el hall quién fue Alfonso Castelao, y allí también descubrí el murmullo de una voz. Mucho tiempo después lo supe. Era la voz de una lengua que sin saberlo me era propia.

Por la diáspora, Galicia está en España y está fuera de ella, no por nada a Buenos Aires la llaman “la quinta provincia gallega”. Entre 1857 y 1960 ingresaron a la Argentina alrededor de 1.110.000 gallegos, de los cuales, según datos proporcion­ados por el historiado­r Ruy Farías, 600.000 terminaron radicándos­e definitiva­mente en el país. Los gallegos representa­n el 17% de todos los inmigrante­s provenient­es de Europa. Esa significat­iva presencia explica en parte por qué a todos los inmigrante­s españoles se los llama informalme­nte gallegos, gaitas, yoyegas.

El estereotip­o insiste en que esos gallegos trabajaron como mozos, modistas, afiladores o mucamas. El estereotip­o los encierra en el chiste y en la brutalidad, cosa que nos indigna, como indigna cualquier estereotip­o discrimina­dor. Pero Buenos Aires fue refugio y fue hogar de la intelectua­lidad gallega que huyó del franquismo, artistas, escritores, políticos y editores que siguieron en esos años oscuros creando y luchando desde aquí.

La identidad es una construcci­ón y la parte gallega de la mía renació cuando mi hijo me hizo madre. Qué pasado iba a legarle, qué historia relatarle, fueron preguntas que surgieron al mismo tiempo que los recuerdos. Y se definieron en esta cultura del esfuerzo, la perseveran­cia y la honradez que heredé de mis bisabuelos inmigrante­s. Así, entonces, como parte de una decisión consciente y militante me acerqué a la colectivid­ad y desde hace diez años formo parte de “Lectores Galegos en Bos Aires”, un grupo de gallegos porteños que leemos, escribimos y hablamos de la cultura que heredamos para heredarla. ■

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