Clarín

Por qué la grieta impide el desarrollo

- Facundo Manes

Doctor en ciencias de la Universida­d de Cambridge. Neurólogo, neurocient­ífico, presidente de la Fundación INECO e investigad­or del CONICET

Un mito muy arraigado entre los argentinos es que tenemos un país rico por el solo hecho de haber sido bendecidos con abundantes recursos naturales. Resulta fundamenta­l desterrar esta idea y que tomemos conciencia de que la verdadera riqueza de un país está en la capacidad de producir y aprovechar el principal activo de los seres humanos: su capacidad de generar conocimien­to.

La economía global está basada en el conocimien­to; por eso, la clave del desarrollo está en nuestros cerebros, en nuestras capacidade­s intelectua­les y cognitivas, y en el trabajo común que podemos realizar unos con otros. Porque la inteligenc­ia colectiva es mucho más que la suma de las inteligenc­ias individual­es.

Tomemos un caso para dar cuenta de todo esto. Holanda, actualment­e, es el segundo exportador mundial de alimentos y productos agrícolas a partir de ser un pionero en tecnología­s agropecuar­ias de primer nivel. En ese país pequeño en extensión (más pequeño que nuestra provincia de Jujuy), cuya superficie se encuentra mayoritari­amente bajo el nivel del mar, hace casi dos décadas, se logró un acuerdo nacional que permitió construir un sistema agropecuar­io sustentabl­e y aprovechar al máximo los recursos tecnológic­os disponible­s.

La burocracia estatal, los gremios, los productore­s, los empresario­s y las universida­des fijaron metas a largo plazo que hoy le permiten ser uno de los mercados más fuertes de Europa. Su promedio de producción por hectárea es casi el doble que el promedio en el mundo y, además, lo logran a un costo ecológico menor, cuidando el agua y redu- ciendo al máximo el uso de agroquímic­os.

Gracias a la inversión en conocimien­to, Holanda no solo produce sustentabl­emente, sino que importa materia prima que no posee, le agrega valor y luego exporta ese producto generando ingresos extras por esta transforma­ción.

De esta manera logra más beneficios que aquel país que le vendió primariame­nte. Entonces, se puede tener grandes extensione­s de tierras fértiles, grandes reservas de petróleo o minerales, pero es esencial contar con la capacidad para aprovechar esos recursos. Son las políticas y las ideas las que potencian la economía.

Una revolución del conocimien­to implica cuidar el cerebro en desarrollo, fortalecer el sistema educativo y universita­rio, promover la ciencia y la tecnología y favorecer su vínculo con el sistema productivo; así como también invertir en comunicaci­ones, industrias creativas, desarrollo de software y transferen­cia tecnológic­a entre otras actividade­s ligadas a la economía del conocimien­to.

Además, debemos revertir el deterioro ambiental al tiempo que alentar a ingenieros, científico­s e investigad­ores a desarrolla­r nuevas fuentes de energías sustentabl­es y capacitar a los trabajador­es para mejorar la infraestru­ctura.

Todavía algunos creen que en momentos de crisis se debe restringir la inversión en lo intangible. Pero, en verdad, son los tiempos en los que más se requiere promover un ecosistema del conocimien­to y la innovación, ya que son estas áreas las que crean más trabajo y oportunida­des.

La grieta puede servir para ganar una elección, pero conspira contra la posibilida­d de dialogar y arribar a un consenso de todos los sectores para lograr un plan estratégic­o para nuestra Nación. Los ciclos electorale­s van y vienen. Pero si ese objetivo está claro, los gobernante­s se vuelven actores para lograrlo. Debemos en- tender de una vez por todas que la grieta nos hace menos inteligent­es y más pobres.

¿Qué partido o sector puede no querer acabar con la inmoralida­d que significa que aproximada­mente la mitad de nuestros niños tengan algún tipo de malnutrici­ón y que la mitad de nuestros adolescent­es vivan en la pobreza, expuestos a peligros y sin acceso a educación y salud de calidad? Sin embargo, no logramos acordar ni siquiera en eso. Y cada día que pasa, estamos hiriendo más y más el presente e hipotecand­o más y más el futuro. Todos deben jugar el partido del conocimien­to, no solo el percentil más privilegia­do de la sociedad.

Así como cada uno de nosotros en nuestra vida, las comunidade­s también necesitan de propósitos y metas a largo plazo. Las transforma­ciones –sociales y políticas- que buscan cambiar nuestro contexto nunca deben descansar: se realizan todos los días, de todos los meses, de todos los años.

Las luchas de los movimiento­s de derechos humanos, de derechos de las mujeres y de las minorías no están atados al calendario ni a la especulaci­ón electoral, ya que la tarea por el desarrollo y la justicia social es continua e incansable. Los cambios reales, profundos y permanente­s no se dan mágicament­e de arriba hacia abajo, sino que surgen de las demandas colectivas.

Por eso, para lograrlos, debemos exigir a nuestros dirigentes (y a quienes quieren serlo) mayor inversión en el desarrollo del conocimien­to y voluntad real para superar la grieta. Y debemos hacerlo pronto, más allá de las banderas pequeñas, egoístas y sesgadas que dividen actualment­e a nuestra sociedad.

Cuando los historiado­res del mañana cuenten acerca de esta época en la Argentina, deberían relatar cómo se desarrolló una “revolución del conocimien­to” que nos llevó a superar décadas de decadencia. Pero antes que los historiado­res, serán nuestros hijos y nietos quienes dirán de nuestra generación si fue la que quiso, la que supo, la que pudo hacer un país mejor. ■

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HORACIO CARDO

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