Sin un bolso nadie somos
Una de las grandes pasiones argentinas son los bolsos. Y llenarlos. Es una pasión pedestre, es verdad, ramplona y vulgarota. Pero no todas las pasiones son épicas. Un argentino medio es nadie sin un bolso. Y sin cierto desenfreno por cargarlo. Los que ya peinamos canas, tuvimos nuestra primera “bolsita” en los jardines de infantes de los años 50. Y luego, en la adolescencia, acompañaron nuestra vida deportiva, tam- bién ésta épica o ramplona. Tenías siempre un bolso listo por las dudas con ropa, jabón, toalla, zapatillas y esas cosas: te avisaban del partido, manoteabas el bolso y a la cancha. Fuimos soldados con un bolso al hombro. Llenamos uno cuando aquella urgencia. Hoy, son infaltables en los viajes, da igual que sea a Europa o a la esquina. Siempre un bolsito viene bien.
La moda y la modernidad los hicieron diferentes: deportivos, elegantes, prácticos, lujosos, ordinarios; para llevar, para colgar del hombro, para cargar en la espalda; mochilas, carteras, carterones, bags, alforjas, morrales, todos son variantes de lo mismo: una mochila es un bolso que fue a la universidad. Por lo general, los llenamos de objetos de lo más diversos, tenemos la idea equivocada de que en un bolso cabe todo: el suéter por si refresca, un par de medicamentos por si las moscas, un libro por si la espera es larga, el celular por si suena, los accesorios indispensables porque uno nunca sabe. La verdad, no llenamos un bolso con cosas, lo llenamos de por las dudas.
De modo que debemos rescatar a estos amigos fieles y confidentes: últimamente tienen muy mala prensa y nosotros somos muy proclives a matar al mensajero.