Clarín

Sin un bolso nadie somos

- Alberto Amato alberamato@gmail.com

Una de las grandes pasiones argentinas son los bolsos. Y llenarlos. Es una pasión pedestre, es verdad, ramplona y vulgarota. Pero no todas las pasiones son épicas. Un argentino medio es nadie sin un bolso. Y sin cierto desenfreno por cargarlo. Los que ya peinamos canas, tuvimos nuestra primera “bolsita” en los jardines de infantes de los años 50. Y luego, en la adolescenc­ia, acompañaro­n nuestra vida deportiva, tam- bién ésta épica o ramplona. Tenías siempre un bolso listo por las dudas con ropa, jabón, toalla, zapatillas y esas cosas: te avisaban del partido, manoteabas el bolso y a la cancha. Fuimos soldados con un bolso al hombro. Llenamos uno cuando aquella urgencia. Hoy, son infaltable­s en los viajes, da igual que sea a Europa o a la esquina. Siempre un bolsito viene bien.

La moda y la modernidad los hicieron diferentes: deportivos, elegantes, prácticos, lujosos, ordinarios; para llevar, para colgar del hombro, para cargar en la espalda; mochilas, carteras, carterones, bags, alforjas, morrales, todos son variantes de lo mismo: una mochila es un bolso que fue a la universida­d. Por lo general, los llenamos de objetos de lo más diversos, tenemos la idea equivocada de que en un bolso cabe todo: el suéter por si refresca, un par de medicament­os por si las moscas, un libro por si la espera es larga, el celular por si suena, los accesorios indispensa­bles porque uno nunca sabe. La verdad, no llenamos un bolso con cosas, lo llenamos de por las dudas.

De modo que debemos rescatar a estos amigos fieles y confidente­s: últimament­e tienen muy mala prensa y nosotros somos muy proclives a matar al mensajero.

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