Clarín

Olga, la líder qom que representa a las mujeres rurales en el G-20

Referente. Tiene siete hijos y vive en un paraje de Formosa. Es la primera concejal indígena de su provincia y participa en una mesa de trabajo del foro internacio­nal.

- Paula Galinsky pgalinsky@clarin.com

A Olga Francisca Aparicio (40) la crió su abuela Marta. “Ella era una mujer rural, maestra y gran artesana. Se preocupaba por hacer valer nuestro trabajo, hablaba de organizaci­ón y me pedía plantear el tema cada vez que se acercaba algún funcionari­o en campaña. Ella se expresaba en idioma qomle´ec y yo traducía con timidez”, le cuenta en un español fluido a Clarín desde su casa de Vaca Perdida, un paraje indígena de Formosa en el que residen 300 personas. Siempre le quedó dando vueltas la idea de Marta y dice que en julio de 2002 cuando una fundación que venía trabajando en la zona les propuso empezar a reunirse entre las mujeres para lograr mejoras, ella no lo dudó: “Mi abuela ya no estaba, sentí que tenía que ponerme al frente por ella”.

Y así lo hizo. En 2015, se transformó en la primera concejal indígena de Formosa, ocupando ese cargo en Pozo de Maza, una localidad ubicada a 20 kilómetros de Vaca Perdida, y este año fue invitada a participar del W20 (Women 20), la mesa de trabajo sobre la mujer del G-20 en la que va en representa­ción de 2.000 artesanas aborígenes, entre qom, qomle´ec, wichi y pilagá. En marzo viajó a Nueva York a un primer encuentro y el 1° de octubre, día de su cumpleaños, esta- rá en Buenos Aires como la voz de la mujer rural: “Queremos que nos vean y nos escuchen”.

Ayer fue un día de sol e hizo 30 grados a la sombra, pero hoy llueve mucho y refrescó. Llegar a Vaca Perdida no es fácil. Los 53 kilómetros que separan el paraje rural en el que vive Olga de Ingeniero Juárez, la ciudad más cercana, son prácticame­nte intransita­bles. Se avanza lento, entre el barro y las piedras que están sueltas en el camino.

Una hora y media y varios mates después, está el ingreso a la comunidad. “Hasta acá hay criollos, cruzando están los qomle´ec”, señalan. Unos metros adelante, se ve el canchón -como le dicen a los predios familiares- de Olga. Está delimitado por ramas clavadas una al lado de la otra en la tierra, que para esta hora es pantanosa. Tiene forma redondeada y adentro hay varias casillas, habitacion­es dispersas. Algunas de made- ra, otras de madera y chapa y hasta de ladrillos.

Olga saluda con la mano y dos besos, e invita a pasar al centro de la casa: una galería al aire libre que utilizan de cocina. Hay una fogata en el medio, en la que calientan aceite en una sartén para las tortillas fritas. Alrededor de las llamas están sentados algunos de los otros 20 miembros de la familia con los que comparte canchón: Adolfo Cain (58), su marido, y cuatro de sus hijos. Su papá va y viene. También hay perros, gatos, gallinas y una oveja que liberaron para que se fuera a pastar. El techo es de chapa y las gotas golpean con fuerza, por lo que Olga propone cambiar de lugar.

Bajo otro techo, ahora de madera, arranca la charla. Habla de Nueva York, cuenta que caminó por el Central Park y vio la Estatua de la Libertad. Dice que más que los edificios, le sorprendió la diferencia de temperatur­a y ver nieve por primera vez: “En Vaca hacía muchísimo calor y ahí, frío”. Según relata, dejó su pueblo con mucha preocupaci­ón. “Estaba por desbordar el Pilcomayo y soy una de las referentes a cargo de las evacuacion­es. No quería dejar a mi

gente pero mi hija Aureliana (23) y mi marido me insistiero­n. Me dijeron que era más importante que hiciera llegar nuestro mensaje a esa reu

nión”, recuerda.

Su pueblo no tiene cloacas, pero sí

Internet, gracias a un centro de alfabetiza­ción digital, el Nanum Village, que llegó a varias de las comunidade­s indígenas y está a cargo de la Fundación Gran Chaco. Por eso, ella estuvo conectada todo el tiempo con su hija, que le fue contando por WhatsApp las novedades mientras Olga exponía en Estados Unidos. “Llevé fotos y videos, les conté del empoderami­ento de la mujer rural a partir de la organizaci­ón entre nosotras.

Hablé del cambio climático y las crecidas que afectaron el 80% de nuestras tierras por las que estamos per- diendo el monte”, explica.

Dice que, salvo excepcione­s, el hombre acepta el nuevo rol de la mujer. “A algunos no les gusta que viajemos. Pero estamos plantadas, organizada­s. Y entonces nos respetan”, sigue Olga que explica que sólo en su pueblo son alrededor de 100 las mujeres que se juntan. “Hacemos artesanías y nos capacitamo­s en nuevas técnicas. Pero en los encuentros también hablamos de nosotras, compartimo­s preocupaci­ones y temas íntimos. Logramos un espacio que antes no existía”, reconoce.

Si bien algunos miembros de la comunidad mantienen una mirada animista -creen que cada elemento de la naturaleza tiene alma y que, por ejemplo, hay que pedir permiso a los dioses del monte para recolectar sus frutos-, la influencia de la iglesia anglicana en Vaca Perdida llegó y Olga habla de un solo Dios.

Sin embargo, se encuentra con algunas contradicc­iones. Es que en nombre de ese Dios los pastores le dicen que está mal usar anticoncep­tivos. “Si Dios quiere que la mujer tenga un hijo, hay que respetar su voluntad”, repiten. Para Olga es difícil sostener esa idea.

“Tengo siete hijos y soy feliz con ellos. Pero hoy la mujer puede decidir y yo les digo a mis hijas y a las mujeres de la comunidad que decidan. Pueden juntarse (con una pareja) y cuidarse. Hablamos de educación sexual”, suma Olga, que completó sólo la primaria, entre otras razones, porque empezó a trabajar a los 10 años y fue mamá por primera vez a los 14.

No sabe cómo se dice en su lengua “soñar o desear”, pero sí tiene sueños. “No pido por mis hijos, que por suerte están bien. Pido por mi comunidad. Necesitamo­s trabajo digno, acá la gente es muy pobre, algunos reciben planes sociales (como la Asignación Universal por Hijo y el Progresar) y todos viven del monte, de mariscar (recolectar, pescar y cazar). Sueño con tener una secundaria en Vaca Perdida y, si se puede seguir soñando, un terciario. Por nuestros chicos, que son el futuro de nuestra cultura”, cierra Olga. ■

En Estados Unidos hablé sobre el cambio climático y sobre las crecidas que afectaron el 80 por ciento de nuestras tierras”.

A algunos hombres no les gusta que nosotras viajemos. Pero ahora estamos plantadas, organizada­s. Entonces nos respetan”.

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EDELMAN Luchadora. Desde su casa en Vaca Perdida, Olga pide por trabajo digno, salud y educación para su gente. Fue mamá a los 14 años.
 ?? EDELMAN ?? Artesanas. Un grupo de mujeres qomle’ec que Olga lidera.
EDELMAN Artesanas. Un grupo de mujeres qomle’ec que Olga lidera.

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