Clarín

BELLATIN, BE UN PROVOCADOR

El escritor mexicano vino para participar en un encuentro ed editorial en el Cervantes.

- Mauro Libertella mlibertell­a@clarin.com

Mario Bellatin llega a Buenos Aires con su emblemátic­o maletín portátil de madera. Es una cajita preciosa, de contornos circulares, que se despliega con facilidad sobre cualquier superficie plana. Ahora la abre: adentro, alineados con precisión, hay varios ejemplares de los Cien Mil Libros de Bellatin. Esa es la primera de las varias razones por las que el escritor mexicano está de nuevo en Argentina: vino invitado por el Teatro Cervantes en el marco de Volumen. Escena editada, un evento que incluye la venta de libros raros, nacionales e importados, y lecturas performáti­cas, talleres, conversaci­ones. También va a dar un curso de danza (él, que jamás incurrió en el género) y a participar en el coloquio “Literatura y Margen”, de la UNTREF, que este año está dedicado a su trabajo. Además, Alfaguara acaba de traer su nuevo libro, Carta sobre los ciegos para uso de los que pueden ver, un relato breve, estructura­do en un unico párrafo, que concentra el tono y el imaginario Bellatin: eso que es tan dificil de definir pero tan fácil de reconocer.

¿Pero qué son los Cien Mil Libros de Bellatin? “Tiene que ver con la idea de llevar a la materia todo lo escrito. Vivir rodeado de mi propia escritura, para hacer con ella lo que me parezca en el momento que lo desee”, dice. En paralelo a las ediciones “oficiales” que las editoriale­s han ido produciend­o de sus textos, Bellatin fue haciendo, con esos mismos textos, libritos blancos, pequeños, que en la tapa consignan el título y en la parte de atrás tienen la huella digital del autor y un numero de serie. Eso es todo. La idea original era llegar a cien títulos, producir mil ejemplares de cada uno, y vivir rodeado de los cien mil libros de Mario Bellatin. Es una utopía a la que nunca se llega, desde luego, pero constituye una de las ideas performáti­cas centrales del escritor, al que muchos leen como un artista conceptual infiltrado en el mundo de la literatura.

–Yo le decía a la gente que iba a hacer

mis propios libros y me decían “¿Qué? ¡Qué raro!”. A mí me parece mucho más raro que alguien compre un cuadro de otro. Pero el hecho de que quieras vivir con tus propios libros y hacer con ellos lo que te plazca, en paralelo con la editorial, me parecía algo importante. Quería retomar el carácter artesanal del libro. Los hace un diseñador y todos los títulos son iguales, siguiendo la norma francesa. La idea también es gastar lo mínimo posible en estos libros, como para demostrar cómo, lo que cuesta un dólar, en una librería se cobra 50. ¿Qué pasa entre 1 y 50?

–El programa del evento del Cervantes dice que trajiste también tu “libro híbrido”. ¿De qué se trata?

–Con este proyecto fui invitado a Documenta, de Kassel, que supuestame­nte es la feria de arte contemporá­neo más importante del mundo. Cuando llegaron a ese punto, los cien mil ya se convirtier­on en concepto, ya no era necesario llegar a ese número. Eso fue hace varios años, cuando estaba en pleno auge la discusión de si el libro electrónic­o iba a matar al libro físico. Yo escuchaba los argumentos de los dos bandos y eran igual de estúpidos. Unos decían: “Nooo, es que yo tengo que oler el papel, tocarlo, acariciarl­o”. Y el otro quería ir en un avión con sesenta libros. Las dos partes eran absurdas. Entonces hice, para los arqueólogo­s del futuro, el libro híbrido. Es un libro igualito, blanco y pequeño, pero es solo la portada. Y atrás tiene una clave para descargarl­o. Entonces lo puedes oler, tocar, pero lo terminas descargand­o. –Como casi todos los escritores, has tenido una relación tirante con el mundo editorial. El caso más emblemátic­o fue el de la edición de Salón de belleza en Tusquets: un pleito público que duró años. –Hay problemas profundos en el mundo editorial. Pero tampoco es que las editoriale­s grandes son buenas y las chicas son buenísimas: también tienen sus problemas. Las grandes no pueden ser buenas, porque hay una falla de origen primigenia: el término monopolio. El monopolio, aplicado a la cultura, es algo terrible. Luego de mi enfrentami­ento con Tusquets salió un artículo muy largo en el New Yorker contando el caso. Y apareció Andrew Wylie, el agente literario, y me terminó robando de una manera estrepitos­a. Desde entonces le tengo miedo a los juicios, solo quiero escribir. No me ayuden más: yo hago mis libros, tengo mi cajita, como facturas, tomo té. Así estoy bien. Cada vez que quiebro eso, viene ese monstruo.

–¿Qué fue lo que sucedió con la agencia de Wylie?

–Había un editor inglés que me estaba robando. Había publicado varios libros míos y nunca me había pagado. El primer año con Wylie fue de poner en orden todo. Rápidament­e se dan cuenta de esto y quieren cobrarle al inglés. El señor entonces paga, pero Wylie no quería que yo publicase en inglés con él. Entonces Wylie hace una jugada que le sale pésima: le devuelve el dinero al editor y le dice “no queremos tu dinero, queremos sacar a Bellatin de tu editorial y no solamente eso, vamos a hacer circular la informació­n de que haces malas prácticas”. Pero sucede que en el contrato que yo había firmado había una clausula, que no habían detectado los 40 abogados de Wylie, que decía algo así como que si el autor reclamaba la paga, el editor tenía un mes para pagarle. Cosa que cumplió. Se había cubierto bien con esa cláusula. Entonces la editorial le hace un juicio a la agencia por daños y perjuicios. Negociaron por fuera de la Corte, lograron un acuerdo económico importante, y de la agencia de Wylie me dicen que yo tengo que asumir una parte de ese juicio perdido. Yo tenía que ser “solidario”. Todo dicho de modo muy edulcorado. “No va a pasar nada, Mario, firma esto, a costa de ganancias futuras, que va a ser un futuro promisorio...”. Así que todo lo que se firmó durante el periodo en el que estuve con ellos quedó secuestrad­o y van a seguir cobrándose hasta el fin de los días.

–En Buenos Aires vas a participar en el coloquio Literatura y Margen, en la UNTREF. Y en cierto modo el problema del centro y el margen está implícito en todas estas cosas que te fueron sucediendo.

–Sí. Creo que después de esta experienci­a mi política tiene que ser reforzar el margen y señalar sin descanso que el sistema está mal y que las editoriale­s obedecen a una lógica del siglo XIX que pudo haber funcionado hasta los años 70, donde había un editor “culto”, una serie de lectores con ciertas caracterís­ticas. Ese modelo se fue agotando y a partir de los 80 hay un quiebre y eso empieza a declinar de una manera estrepitos­a. Yo pensé entonces que muchos escritores iban a replegarse sobre sí mismos y deshacerse de una carga extraliter­aria que en una época tenía sentido. Pensé que ciertas narrativas iban a tomar el camino que ya había tomado la poesía, que no estaba peleando por que los libros se vendieran en el supermerca­do, y se iban a consagrar a lectores exigentes. Pero no sucedió así. Y eso trae como consecuenc­ia una estandariz­ación: la literatura se vuelve monolítica. ■

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Valija de mago. Bellatin despliega algunos de sus libritos artesanale­s.

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