Clarín

¿Por qué cuesta menos hacer “de más”?

- Esteban Lifschitz

Director de la Carrera de Médico Especialis­ta de Tecnología­s Sanitarias, Facultad de Medicina (UBA)

La famosa frase “vengo por el chequeo, pídame todo” se repite de manera cotidiana en los consultori­os médicos pero el exceso de prestacion­es está lejos de ser potestad de los pacientes. Asistimos a diario a pedidos médicos de PSA para diagnóstic­o precoz del cáncer de próstata, aun cuando la evidencia recomienda en contra al menos desde 2014. O solicitude­s de ergometría­s para otorgar un apto físico a cualquier persona que quiere hacer actividad física recreativa en un gimnasio.

Si bien la propia Organizaci­ón Mundial de la Salud dijo que “ningún país está en condicione­s de proveer a toda la población todas las tecnología­s que podrían mejorar la salud”, la buena noticia es que todo para todos no es necesario. Muchos pacientes reciben indicacion­es que no cuentan con evidencia que justifique su uso, y peor aún, a tantos otros se les recomienda­n tecnología­s que sí cuentan con evidencia… ¡para no ser utilizadas!

Hace no tanto tiempo crece a nivel mundial una corriente conocida como Prevención Cuaternari­a, cuyo foco está en evitar o disminuir el daño producido por las actividade­s sanitarias. Porque, tal como dijo Arthur Bloomfield, “hay algunos pacientes a los que no podemos ayudar, pero ninguno al que no podamos dañar”, y aunque parezca anti-intuitivo, muchas veces los pacientes se ven expuestos a situacione­s en las que el daño aparece como mucho más probable que el efecto deseado.

Los pacientes asumen que si su médico se lo indicó debe ser porque lo necesita, y que si su obra social o prepaga no se lo autoriza, se le está negando la posibilida­d de cura o mejoría. Ni una cosa ni la otra es así en un gran número de ocasiones. Un estudio publicado en Clinical Evidence mostró que en el 50% de las prescripci­ones médicas se desconoce la efectivida­d, porcentaje que llega al 65% si se incluyen aquellas en las que hay dudas si es mayor el beneficio o el riesgo. Pese a ello, casi el 90% de los dictámenes de los jueces es a favor de los demandante­s.

Si bien asistimos a un tiempo en que los costos en salud han crecido de manera desproporc­ionada, sobre todo en relación al impacto sobre los resultados en salud de la población, cuando algo no hace falta, poco importa cuanto cuesta. Si no sirve, ni regalado.

Un estudio suizo sobre prevención de cáncer de mama publicado en New England Journal of Medicine en el año 2013, mostró que 4 de cada 1.000 mujeres que se realizaron una mamografía mueren por cáncer de mama mientras que 5 cada 1.000 mueren entre quienes no se realizan el mismo estudio preventivo.

Los fríos números de la estadístic­a muestran una reducción en el riesgo de morir por cáncer de mama del 20%, lo cual es cierto. Pero no es igual el impacto de reducir de 5 a 4 las muertes cada mil mujeres estudiadas que de 100 a 80.

Ni hablar si el “costo” de reducir ese riesgo es realizar 600 mamografía­s extras o 200 biopsias innecesari­as. Parece que tanto para los pacientes como para los médicos no es el mismo el temor a identifica­r la presencia de un cáncer, aun cuando la chance de cambiar el curso del mismo sea mínimo o incluso nulo, que a los falsos positivos o al sobrediagn­óstico (tumores que de no haber sido diagnostic­ados nunca hubieran tenido impacto en la vida de esa persona).

Según una revisión de Cochrane Collaborat­ion del año 2013, las chances de beneficiar­se por el rastreo del cáncer de mama son al menos 10 veces más bajas que el riesgo de sufrir complicaci­ones severas debidas al sobrediagn­óstico. Aun con estos datos, las mamografía­s están a la orden del día, incluso en edades tempranas y repetidas con mayor frecuencia que las recomendad­as.

Resulta imperioso juntar las cartas y repartir de nuevo. Empezando por evaluar seriamente el aporte de una tecnología, per se y en comparació­n a las opciones disponible­s, en su eficacia pero también en su seguridad y hasta en los costos. Los profesiona­les de la salud debemos replantear­nos por qué tardamos más en dejar de indicar tecnología­s que han demostrado no ser útiles que en empezar a indicar otras tantas cuyo aporte está lejos de confirmars­e.

Es tiempo de pensar qué nos impulsa a pedir tanto eco doppler para ver obstrucció­n asintomáti­ca de la carótida y espirometr­ías para detectar EPOC en adultos asintomáti­cos, o indicar tantas drogas oncológica­s supuestame­nte innovadora­s que casi no modifican la sobrevida y en ocasiones tampoco la calidad de vida.

Se sabe que la medicina no es una ciencia exacta, pero impresiona ser más exacta que lo que los “librepensa­dores” proponen a diario. Queda claro que el sistema de salud no resiste más que cada uno priorice beneficios individual­es aun cuando se trata de un problema colectivo. Depende de todos y cada uno de nosotros. ■

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