Pussy Riot: rebeldía punk y militancia feminista
El colectivo neo-punk-feminista ruso, famoso por sus acciones de protesta -la última, en plena final del Mundial de Rusia-, llevó su impronta al festival “Rock al Parque”, en Bogotá.
En algún punto entre uno de los puntos panorámicos más característicos de Bogotá, el cerro de Monserrate, y una eventual y colorida competencia de barriletes, el Parque Simón Bolívar le hace un lugar al escenario Eco, en el contexto multitudinario del Rock al Parque, un evento anual al que los colombianos quieren transformar en cucarda de Guinness: ¿el festival gratuito al aire libre más concurrido del planeta? Puede ser. Acaso, también, uno de los mejor organizados.
Es el mediodía del domingo y Pussy Riot, el colectivo neo-punk feminista ruso, intenta probar sonido. Se trata, sin dudas, de uno de los proyectos necesarios para comprender la segunda década del siglo XXI. Una notoriedad que se visibilizó en 2012 cuando, protestando por el apoyo brindado por la Iglesia Católica a la reelección de Vladimir Putin, ingresaron en la Catedral Cristo Salvador (Moscú) y realizaron su ya mítica ple- garia punk, donde entre otras cosas le pedían a la Virgen María que se llevara a Putin y que se hiciera feminista. La performance, que duró el minuto y medio hasta que fueron desalojadas a la fuerza, le valió a tres de las cinco mujeres identificadas (Nadezhda Tolokónnikova, María Aliójolina y Yekaterina Samutsévitch) una condena efectiva en prisión.
La más reciente aparición de la banda ocurrió hace poco más de un mes, cuando un grupo de tres mujeres y un varón irrumpió el momento más mediático del año a nivel global, tanto como puede serlo la final del Mundial de fútbol en Rusia, para elevar una nueva protesta. La acción fue inmediatamente adjudicada a Pussy Riot y luego se supo que el hombre del cuarteto resultó ser el marido de Tolokónnikova.
Volviendo a Bogotá, las dos personas que desafían el sol son el programador/DJ y Nadezha (Nadia) Tolokónnikova. Van y vienen, nerviosos, entre el escenario y la consola. A la larga, terminarán no probando. Resignada, la chica nacida apenas un mes después del inicio de la demoli-
ción del muro de Berlín y cara más visible del colectivo, acepta charlar con la prensa - Clarín es el único medio de la Argentina presente- de manera espontánea, sentada en el pasto. Enseguida se interesa por el reclamo más sonado de la mujer argentina en las últimas semanas: la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto legal, seguro y gratuito. Cuando se le muestra el pañuelo verde, sumado al anaranjado que pugna por la separación de Iglesia y Estado, pide quedarse con ellos. Después, se rodea el cuello con
ambos colores. Así será incluso hasta su show de esa misma noche.
“A veces me cuesta imaginar que estamos siendo tenidas en cuenta en movidas tan importantes que suceden en Latinoamérica. Esta noche queremos dejarle, por ejemplo, espacio a que se exprese gente que viene siendo postergada por identidad y género. Ellos son bravos”, explica detrás de unos lentes de sol con marcos blancos en forma de corazón. Sobre la votación del Senado argentino en contra de la ley, define: “Si bien no conozco puntualmente a esa gente, siento que creen que están represen-
tando a una religión comenzada por un tipo como Jesucristo, pero sólo están defendiendo el poder corpora
tivo de la Iglesia. Los valores iniciales del cristianismo tenían que ver con la empatía, pero estos tipos sólo suelen defender más corrupción, más abusos a los derechos del hombre”.
Dice que estaba en Moscú cuando la irrupción en la final del Mundo, pero que prefirió estar escondida y a salvo, porque sabía que la iban a ir a buscar enseguida. Cree que en el futuro de Pussy Riot habrá “más música: pop, punk, hip hop, trap. Y seguir aprendiendo más sobre cómo utilizar las herramientas audiovisuales para el activismo. En definitiva, seguir tratando de animar a que la gente descubra quién es y no tenga miedo de serlo”.
Hacia el final de la charla, una más: ¿La música se milita? “Prefiero tener fantasías sobre la música. Y cuestionamientos. Me parece que no se puede ser más punk como se era en los ‘70. Me planteo cosas, tipo “¿Y qué tal si Beyoncé actuara como una anarco-sindicalista?”.