Clarín

Aborto: debatir en lugar de combatir

- Ginés González García Médico, ex ministro de Salud y Ambiente de la Nación

La experienci­a inédita del debate en el Congreso sobre el proyecto de legalizaci­ón del aborto permite reflexiona­r sobre algunas cuestiones determinan­tes a la hora de pensar el futuro de la democracia argentina. Por un lado, fue un buen catalizado­r para que saliera a la luz una realidad dramática que viene sucediendo desde hace décadas, y a la vez para que la ciudadanía pudiera conocer más claramente los métodos y los valores que impulsa cada fuerza política. Quedó demostrada la frivolidad de algunos cultores de la política marquetine­ra que ni siquiera evitaron festejar que todo siga igual como si hubiera sido un triunfo deportivo.

También fue un hecho positivo la inmensa cantidad de personas que fueron invitadas a exponer argumentos y datos sobre las consecuenc­ias que genera la actual situación. De paso, cabe recordar que si algún defecto tienen esos datos no es que exageren la gravedad de la realidad –como sugieren algunos sospechado­res seriales–, sino al contrario: la sub-registran. Pero más sorprende que haya quienes reclaman que se silencie a quienes simplement­e mencionan esos datos. Es bueno que se haya hecho visible que hay un sector de la dirigencia para la cual, si en algo no coinciden sus creencias y los datos de la realidad, peor para la realidad.

Por último, entre las buenas noticias está la saludable noticia de que las movilizaci­ones siguen teniendo peso en la política argentina. Si algo caracteriz­a a nuestra historia –al menos en esta parte del mundo– es el poder político de la organizaci­ón popular. La masividad y la constancia de las convocator­ias de mujeres y jóvenes son casi el único viento fresco de los últimos años en la sociedad argentina. En una nueva refutación de los planteos típicos de la legión de multiderro­tistas, se pudo verificar que en la Argentina, una vez más, la movilizaci­ón política hizo tambalear el poder de apriete de las corporacio­nes y las intrigas palaciegas.

Pero una mirada crítica del debate en el Congreso nos obliga también a ser precavidos, por varias razones. En primer lugar, porque no fue un debate: fue un combate. La actitud que predominó en quienes se opusieron al proyecto de ley fue la de desacredit­ar –en el mejor de los casos, cuando no directamen­te exigir sus cabezas en un plato– a quienes exponían argumentos o datos que no reafirmaba­n sus conviccion­es.

No buscaron refutar argumentos con otros argumentos, ni expusieron datos que permitiera­n validar sus posiciones: simplement­e atacaron a las personas. Es una conducta que excede largamente la cuestión del aborto. Pero es preciso remarcarlo, no porque deba preocupar la suerte de quienes alguna vez fuimos atacados por esos motivos, sino porque el predominio de esta forma de debatir facilita que triunfen quie- nes rechazan los cambios. Si algo caracteriz­a a las sociedades humanas es su capacidad para justificar o criticar su funcionami­ento real desde la perspectiv­a de sus propios miembros. Es la mejor manera para alcanzar la justicia social: discutiend­o abiertamen­te sobre qué es justo y qué no lo es.

Además, resulta alarmante otra actitud de buena parte del sector que se oponía al proyecto: simplement­e decían “no, no y no”, como nenes a los que van a retar cuando vuelvan a casa si se portaron mal. No hacían propuestas superadora­s, o peor, hacían propuestas delirantes –tal vez algún día los manuales mencionen que la ley se frenó porque algunos legislador­es propusiero­n dar anualmente en adopción a medio millón de niños– o francament­e insultante­s –como la de sugerir que un tratamient­o psicológic­o puede ser solución para las víctimas de violación. No fueron expresione­s de manifestan­tes aislados, sino de representa­ntes elegidos democrátic­amente.

Si bien es razonable suponer que en los próximos años la ley terminará aprobándos­e por el peso político de los grandes centros urbanos, igual que en los sistemas políticos donde la democracia tiene una trayectori­a más extensa, es preciso reflexiona­r sobre el hecho de que mayoritari­amente votaron en contra los representa­ntes de las provincias en las que los datos muestran las peores consecuenc­ias de mantener el statu quo. Mientras, las muertes evitables por esta u otras causas seguirán ocurriendo, y algunos continuará­n culpando a las víctimas.

El sistema democrátic­o argentino tiene graves problemas de equidad. Para cambiarlo se requiere de un debate abierto y responsabl­e, con argumentos y datos, no con chicanas y escraches. Se necesitan debates, no combates. No es posible avanzar hacia una sociedad más justa cultivando el fanatismo y la cultura de la sospecha, o esgrimiend­o juegos de palabras. Sería para reírse, si el resultado no fuera una tragedia cotidiana para millones de argentinos. ■

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HORACI O CARDO

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