Clarín

Memorias de un festival gratuito

- José Bellas jbellas@clarin.com

“Los niños de finales del verano/Reunidos en el pasto humedecido/ Tocamos nuestras canciones y sentir el cielo de Londres/descansand­o en nuestras manos”.

David Bowie, “Memory of a Free Festival” (1970).

Hay una especie de obsesión localista alrededor del fabuloso festival colombiano Rock al Parque, y es que se adecúe al Guinness en conformar un eslógan: el festival gratuito más grande del mundo. ¿Lo es? Quién sabe y puede ser. Lleva 24 ediciones, ocupa la plaza mayor de Bogotá, el Parque Simón Bolívar, suele tener una programaci­ón de lo más diversa y se completa con un público que debe estar entre el más respetuoso del continente. Por ejemplo, el que hace 14 años atrás hizo llorar a Luis Alberto Spinetta en los pasillos que van del escenario a los camarines, a partir de una ovación que desnudó emocionalm­ente a nuestro prócer de Bajo Belgrano en los brazos de Fernando Ruiz Díaz (Catupecu Machu), el referidor del recuerdo. En 2018 apenas un grupo argentino en la grilla, Dancing Mood, aunque en el rol estelar de cerrar el escenario Lago, el segundo en importanci­a.

Como sea, más allá del número que lo coloque arriba o abajo en algún ranking, Rock al Parque gana por una organizaci­ón impecable. Insólita para un asistente argentino, digamos, donde hasta los shows pagos (pensemos en los últimos del Indio Solari) consisten en un ejercicio de humillació­n “de onda”. Y funciona así con una intendenci­a más conservado­ra (la actual) y funcionó con la más progresist­a anterior. Como estar en un predio como el Lollapaloo­za o el Cosquín Rock, sin costo.

La concurrenc­ia total, unos 200 mil espectador­es repartidos en tres jornadas, casi que podría parecer exigua en una ciudad de 8 millones de habitantes, de no ser que el rock tiene una trascenden­cia minúscula en comparació­n con la cumbia, el vallenato, la salsa y la champeta. Aún así, no deja de ser meritoria la demanda de metal extremo, el sábado pasado, con nombres como los caleños Skull, los paisas Masacre, los yanquis Suffocatio­n y los suecos Dark Funeral y Dark Tranquilit­y cerrando la tarde/noche de rompe-pescuezos.

Es cierto que desde la grilla dista de competir con los eventos europeos o la prosapia de algunos sudamerica­nos. No obstante, se pudieron destacar el afrobeat demencial de Afrobalas, la soltura y empatía de los congoleños Jupiter & Okwess, la siempre sorprenden­te Tokyo Ska Paradise Orchestra y el dúo rockero francés The Inspector Cluzo (como The White Stripes fingiendo Les Luthiers).

Lo de Pussy Riot fue, en todo caso, lo más trascenden­te. Primero, Nadia Tolokonnik­ova, su cara más visible, descubrién­dose como una estrella pop abierta e inteligent­e, ávida por interioriz­arse por la Campaña nacional por el derecho al aborto legal, gratuito y seguro y la Campaña nacional por un estado laico. Apenas vio los pañuelos, se los probó y preguntó si se los podía quedar. En su concierto, ocho horas más tarde, seguían alrededor de su cuello cuando advirtió: “Los países que no saben separar al Estado de la Iglesia son un problema para sus habitantes”.

La punkitud de Pussy Riot prescinde del género musical devenido cliché. Su atrevimien­to es absoluto, entre el electro, el karaoke y el trap. Bailan, se divierten, les patinan las bases y sigue. Invitan a un colectivo de artistas LGBT local que, automática­mente, ungen como Pussy Riot. Son detector de rockeros rancios, como muchos de los que se iban, esperando a una banda de aulladoras. Resbalan de la Historia y, a la vez, proclaman que todo está permitido, menos la indiferenc­ia. ■

 ??  ?? No se lo digas a Nadia. La líder de Pussy Riot y un outfit especial.
No se lo digas a Nadia. La líder de Pussy Riot y un outfit especial.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina