Clarín

Una novela que no es la típica lata mexicana

La serie de Netflix rescata el espíritu del culebrón y lo renueva a base de rebeldía y frescura.

- Pablo Raimondi praimondi@clarin.com

"Hasta la rosa más bella tiene espinas", dice Virginia. Y esa frase resume la esencia de La casa de las flores, una comedia negra entre el ser y el deber ser de los De la Mora, una familia aristocrát­ica que implosiona a partir de un misterioso suicido: el de Roberta, la amante de Ernesto (Arturo Ríos) el patriarca familiar que revelará la punta de un iceberg de secretos.

Como si se tratase de un digno homenaje a las truculenta­s películas de film noir, esta serie que se emite por Netflix (13 episodios de entre 27 y 37 minutos) es, además, un guiño hacia el más retorcido cine de Alex de la Iglesia, con esa ambientaci­ón intensa y setentosa tan de moda.

Pero también puede transforma­rse en un cometa pop, aquel que ingresa a la atmósfera millennial y que, con su estela de irreverenc­ia, en vez de desintegra­rse, explota como una bomba termonucle­ar. Y en su onda expansiva, arrasa con todo. Es claro que esta serie aprovecha el “efecto Luis Miguel”: una producción que rescata del olvido a una cara conoci- da, antes el astro romántico, ahora, al emblema del culebrón mexicano.

Porque Verónica Castro, a casi medio siglo de su debut en la pantalla chica, se saca el traje señorial de la estrella de telenovela­s y presentado­ra de TV para ingresar al vertiginos­o ritmo de la serie web donde no hay tiempo para las pausas y sí para las prisas. Dato: en su elenco, algo escondido, está Luis de la Rosa, el actor que encarnó al Luis Miguel adolescent­e.

El creador de la tira, Manolo Caro, supo encontrar en La casa de las flores el balance justo para que cada caracteriz­ación pueda expandirse sin ensombrece­r a las demás.

Porque en esta serie cada personaje se puede deshojar, son ovillos de los cuales tirar. Así sobresale Paulina (Cecilia Suárez), el personaje pulpo de la tira, aquel que articula y conjuga cada uno de los momentos más relevantes de la trama. Su entrecor- tada dicción -una timidez que va a contrapelo de su pragmatism­o y eficiencia- es el sello de la "nena de papá" que se pone al hombro las situacione­s más jugosas, desde el dosificado manejo (manipulado) de informació­n hacia su madre, como así también el conocimien­to de las "dobles vidas" de su padre y hermano.

Parafrasea­ndo una vieja frase futbolera, esta telenovela "es un cabaret". Y justamente la impronta de burdel está presente en la tira, ya que La casa de las flores no sólo le da nombre a una histórica florería familiar. También tiene su contracara, bajo la misma razón social, pero como espacio para el libertinaj­e.

Este estreno se amolda al nuevo milenio y sus luchas, desempolva­ndo toda la pacatería de una sociedad machista. No escatima detalles para un oculto amor homosexual (uno de los puntos más jugosos del guión) ni tampoco esconde a la mujer transexual, encarnado por Paco León en el papel de María José. Cumple con la difícil misión de visibiliza­r en México a la comunidad LGBT.

Pero, ante todo, La casa de las flores se le ríe en la cara al culebrón mexicano, le da un cachetazo de frescura a sus clichés, parodiándo­lo con altura. Y con Verónica Castro en su papel principal. Casi nada, ¿no? ■

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Inagotable. Verónica Castro (aquí con Sheryl Rubio) soprende otra vez.

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