Clarín

Escenas del surrealism­o político

- Ricardo Kirschbaum

No fue una batalla cualquiera la que se libró en el Senado. El resultado -67 a 0- revela una unanimidad que no fue tal y que fue más una forma de disimular una derrota que mostrar una reacción de todo el cuerpo para permitirle a la Justicia allanar los domicilios de uno de sus miembros.

Fue un hecho histórico porque, además, la senadora en cuestión ha sido presidenta por ocho años. Y el proyecto de convertirs­e en “eterna” - término acuñado por el fanatismo - capotó cuando en 2013 Sergio Massa le ganó al kirchneris­mo en Buenos Aires.

En el primer intento, Cristina había logrado mostrar que aún era capaz de dejar a Pichetto en minoría. Dicen que en esta operación de fragmentar el laxo bloque del peronismo federal, hasta participó un empresario preso llamando a un senador del Sur desde la cárcel para que no apoye el allanamien­to a Cristina.

Cosas que ocurren en el surrealism­o de la política argentina y que se advierten en los discursos en los que se niega la realidad.

La idea principal es que la investigac­ión por corrupción que desencaden­aron los cuadernos se ha montado para ocultar el desmanejo de la economía del gobierno de Macri.

En el intento por ocultar el sistema de corrupción, el kirchneris­mo le adjudica al macrismo más habilidade­s que las que tiene. Una de dos: o son unos inútiles, como lo han dicho, o son unos genios que han conseguido que empresario­s y ex funcionari­os confirmen lo que en principio decían los cuadernos, los que, según Larroque, han sido escritos en los “laboratori­os de la CIA”. Ya habíamos escuchado la versión de Estela de Carlotto, según la cual un chofer no podía haber escrito de corrido esos textos.

Cristina en su discurso se preocupó de tres cosas. Del decreto por el que un empresario dice que pagó 600 mil dólares, porque la acusación le pega de lleno; de declararse una víctima de una persecució­n, como Lula; y de recordarle al Senado que allí se desarrolló un acto de gravedad como fue el caso Banelco, durante la presidenci­a de De la Rúa. No ahorró ironías y chicanas a Pichetto, quien termi- nó diciéndole en la cara que la conspiraci­ón denunciada era una estupidez.

La trama de corrupción que se ha destapado tiene historia. El subtexto de Cristina es que el sistema estaba tan generaliza­do que alcanza a todos, sobre todo a los Macri.

Hay personajes en esta historia que se repi- ten. En 2011, dos periodista­s -Nicolás Balinotti y José Sbrocco- hicieron a pulmón una investigac­ión del gobierno de Alperovich y contaron cómo eran las coimas de la obra pública en Tucumán. Igual a lo que ahora se sabe.

El libro tuvo varias ediciones pero poca circulació­n: las ediciones fueron compradas por un lector tan ávido que se llevaba todos los ejemplares de los quioscos; las librerías eran presionada­s para que no lo vendiesen.

El recaudador en esa época se llamaba Andrés Galera (en nombre de De Vido), que atendía en el Grand Hotel a los empresario­s que traían las coimas por las obras. El método, según el libro, era cuasi socialista: todos tendrán obras, todos pondrán la coima. Condición necesaria para entrar en el club.

Galera, también involucrad­o en Skanska, apareció como el “dueño” de la casa en Tigre desde donde José López partió con los casi 10 millones de dólares en bolsos y un fusil ametrallad­ora hacia el convento.

A López lo dejaron solo cuando fue detenido. Quedó herido. Tiene mucho para contar.

Y lo está haciendo.

El método era cuasi socialista: todos tendrán obras, todos pagarán la coima. Era la condición.

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