En busca del tiempo perdido

El escritor francés Marcel Proust, dueño de los derechos del título, no tiene nada que ver; la nostalgia apunta a los tiempos de José Pekerman en las selecciones juveniles y lo que vino después.

En estos días se cumplieron 10 años del último título de una Selección Argentina, aquel Sub 23 que logró la medalla de Oro en los Juegos Olímpicos de Beijing. Un año antes, en 2007, el Sub 20 ganaba el Mundial de Canadá.

Después, la década perdida: cinco Mundiales Sub 20, para dos de ellos (Egipto 2009 y Turquía 2013) ni siquiera se logró clasificar, en uno (Colombia 2011) se perdió en cuartos de final ante Portugal y en los últimos dos (Nueva Zelanda 2015 y Corea 2017) no se pudo superar la fase de grupos inicial.

Para entender la importancia de competir en estas categorías recordemos que Sergio Romero, Federico Fazio, Gabriel Mercado, Ever Banega, Sergio Agüero y Angel Di María, por ejemplo, surgieron del campeón Sub 20 en Canadá. Mientras que Lionel Messi, Javier Mascherano, más Agüero, Romero, Fazio y Di María, entre otros, se colgaron la medalla dorada en Beijing.

Es decir: gran parte de la base formativa de la Selección Mayor que jugó el Mundial de Rusia es de una década atrás, con escasa renovación, simplemente porque se rompió aquel círculo virtuoso de la era Pekerman-Tocalli, cuando todos los que llegaban a la Selección tenían experiencia en los juveniles. El mejor ejemplo es el Mundial de Alemania 2006, un plantel (Scaloni y Aimar fueron parte) que pasó por distintas categorías hasta llegar a la más alta.

Pero todo lo bueno que se hizo durante más de 12 años (desde Qatar 95 hasta Canadá 2007) se fue al buzón de desperdicios. Casi un suicidio. Claro que este bendito fútbol argentino resiste, juega con el milagro permanente, es una fábrica invisible que produce jugadores a repetición y pide un proyecto serio a gritos. Tal vez no sea demasiado tarde. ■

El fútbol argentino es una fábrica invisible que produce. Y pide a gritos un proyecto.