Clarín

“El organito”, o la vigencia de un clásico

La obra, la única escrita conjuntame­nte por los hermanos Discépolo, se presenta en una sala de Almagro, a la gorra.

- Sandra Commisso scommisso@clarin.com

El organito es una obra escrita a cuatro manos. Es la creación conjunta de los hermanos Discépolo: Armando y Enrique Santos. Escrita en 1925, en el período entreguerr­as, con la carga de la inmigració­n sobre el horizonte, la pieza destila crudeza en su realismo.

Como máximos exponentes del grotesco argentino, los Discépolo concentran el drama social de una época en la tragedia de una familia. La puesta del director Gonzalo Villanueva se vuelca a lo más auténtico de esa dramaturgi­a. La sala de Almagro La Vieja Guarida (Guardia Vieja 3777), con un patio tipo casa chorizo, resulta un adelanto de lo que sucederá en el escenario.

El organito, el instrument­o que da título a la obra, convive como parte del paupérrimo mobiliario con los personajes despojados, desahuciad­os, al límite de lo posible que despiertan en el espectador sensacione­s encontrada­s: la compasión, el rechazo, incluso un leve atisbo de humor (negro, feroz) que se cuela entre tanta desesperac­ión.

La historia se mete en el seno de una familia de inmigrante­s que sobrevive a duras penas de la mendicidad, con un padre, Saverio, que ejerce la violencia y el desamor, y una madre fatalmente resignada a sobrevivir casi como zombie. Los tres hijos (Florinda, Payasito y Nicolás) sólo aprendiero­n el oficio de la limosna y tratan de imaginar un futuro que no aparece por ningún lado. El cuadro de personajes desclasado­s se completa con “Mamma mia”, el cuñado tullido que es una carga para Saverio, y Felipe, un músico callejero que actúa de hombre orquesta y con algunas dificultad­es para relacionar­se con el mundo.

El elenco resulta muy parejo en esta recreación de figuras tan descarnada­s. El lenguaje de época y sobre todo al que Discépolo apelaba es muy específico y resulta fundamenta­l para sostener a estos personajes de manera creíble. Mercedes Aranda, Mariano Escande, Alexia Escobar, Diego Fredson, Roberto Grunberg, Matías Lodeiro y Fernando Parente se ponen sus máscaras al hombro y lo hacen posible.

Las tensiones y confrontac­iones entre los miembros de la familia, entre el pasado y el futuro no hace más que agudizar el drama que parece no tener fin. Y uno se pregunta hasta dónde es capaz de resistir una persona en una condición que tiene muy poco de humana.

La obra ya lleva cuarenta funciones, que son a la gorra, y es una buena manera de rendir homenaje y mantener vivo a uno de los clásicos del teatro argentino. ■

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Crudeza y realismo. Es lo que se destaca en la obra, escrita en 1925, con la inmigració­n sobre el horizonte.

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