“Sólo me interesa que la obra salga bien cada noche”
El director y autor argentino y un estreno donde conjuga a Orson Welles, Evel Knievel y Glauber Rocha.
Evel Knievel contra Macbeth na Terra do Finado Humberto es la obra con la que Rodrigo García se presentará este fin de semana (hoy, sábado y domingo) en el Teatro Cervantes. Autor y director teatral nacido en el Conurbano (Grand Bourg, 1964), es una figura indiscutida del teatro europeo contemporáneo.
En 1998, García se fue a Madrid, donde fundó su compañía, La Carnicería Teatro. A partir de ese momento comenzó una búsqueda estética, y de lenguajes escénicos, en los que combinó danza, performance y una escritura para nada “teatral”, en el sentido convencional de personajes y situaciones. Sus textos despliegan una mirada cáustica, esencial y violenta sobre el consumo, la vida y sus consecuencias. La forma en que esos materiales terminan en un libro es variable: del monólogo al verso, pasando por la mera enumeración de acciones.
Prefiero que me quite el sueño Goya a que lo haga cualquier hijo de puta, la extraordinaria Carnicero español donde están en cruce su memoria de infancia en Grand Bourg; hasta la reciente Gólgota Picnic, que presentó en el San Martín y le trajo varios problemas con la Iglesia católica, marcan estaciones de un autor y director que, cada vez que regresa a Buenos Aires, tiene un remolino de emociones, y varias de ellas contradictorias. Está atravesado por esa condición de ser extranjero en su tierra natal.
Rodrigo García fue distinguido por la UNESCO en 2009; participó como director invitado en la Bienal de Venecia, y estuvo a cargo del Centro Dramático Nacional de Montpellier, en Francia, cargo que dejó definitivamente para regresar a lo suyo: la creación de espectáculos con sus actores.
Actualmente vive en un pueblo de Asturias, en España, y estuvo un período de su vida entre ese lugar y Salvador de Bahía, Brasil. Algo de estos viajes se plasman en Evel Knievel..., texto que plantea la versión de Orson Welles en la película Macbeth, como un dictador que repone la esclavitud en el nordeste brasileño. Allí van para darle pelea Evel Knievel, el motociclista estadounidense que desafió el peligro con diferentes destrezas y otras criaturas. Pasan chefs, decoradores y diseñadores tops con gestos de consumo refinado. También, de paso, desfilan los filósofos Lisias y Demóstenes; y también la figura del director de cine brasileño Glauber Rocha, como una referencia ineludible de todo el espectáculo.
“Quiero que mis textos consigan, en los que participen en su montaje, imágenes nuevas, ideas propias, ajenas -y tan familiares- a mí. La descripción de los personajes no hace más que subrayar esta intención”, escribió en la introducción de Reloj, una obra que ya tiene sus años, pero que sirve para definir un poco cada uno de sus textos pensados para teatro.
-La obra ubica una batalla en la que participan Orson Welles, Evel Knievel, entre otros. ¿Trabajar sobre esos imaginarios ubica a estos personajes en una nueva épica? -Pienso que toda obra en cierta forma tiene la obligación de aspirar, de ambicionar, una épica. Dudo que lo consiga, pero al menos me divierto con todo el esfuerzo que lleva. Estoy llegando a un punto donde empiezo a confundir imaginación con delirio, creo que por culpa del humor, por mi aversión a lo solemne. Si hay solemnidad me gusta mostrarla vestida de payaso. Si hay grandeza me gusta mostrarla de refilón. -Viviste entre Asturias y Salvador de Bahía, ¿esta obra resume o dialoga un poco con esa experiencia?
-Sí, por supuesto. Ha pasado algo sorprendente, yo tenía la idea para esta pieza, ese encuentro entre Macbeth-Welles y Neronga, pero no conseguía avanzar, porque al principio no tenía el lugar, el sitio donde pasaban las cosas. Yo tenía que hacer venir desde lejos, desde mi infancia cuando veía la serie de TV Ultraman, a Neronga. Y tenía que hacer venir también de lejos, de mi juventud, cuando me fascinaba el cine de Welles y el cine que hacían los rusos con Shakespeare. Pero no me salía ponerlos en movimiento hasta que pensé que la batalla tendría lugar entre dos puestos de acarajé de Salvador de Bahía que tanto me gustan y tan lindos recuerdos me traen. Son como los carritos de la Costanera, solo que te venden el acarajé. -¿Qué pensás de esta vuelta a Buenos Aires? ¿Cómo vivís cada retorno con distintas obras y en diferentes momentos de tu trayectoria?
-Por ahora no pienso nada, prefiero vivir la experiencia y luego te cuento. Sólo me interesa que salga bien la obra cada noche. Igual que un carpintero, que la silla quede bien y chau. A nivel privado, me mata volver a mi país, que abandoné hace ya 30 años, y encontrarme con una realidad social igual de difícil o peor, no sé, que cuando me fui. En treinta años hay sociedades que han hecho muchas cosas, que han salido del barro y ver que a mi país le cuesta tanto... ■