¿Hay algo más estúpido que una selfie?
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Una pasión argentina son las selfies, ese autógrafo que uno se firma a sí mismo. A falta de prestigio, buenas son las selfies. Todos hicimos y hacemos selfies. Ahora, con una mano en el cora- zón y sin ánimo de ofender, ¿hay algo más estúpido que una selfie? Es como mirarse en el espejo del botiquín del baño: no sabemos lo que hay atrás y apenas si entra en cuadro otro prójimo o prójima que acierte a meter su cabezota en la reducida pantalla de un smartphone. Los palos para selfies, con los que la tecnología deslumbra al siglo XXI, nacieron para eso: para que lo que no entra en cuadro, entre. Y así estamos ahora, jibarizados, empequeñecidos, fundidos con un pedacito de paisaje. ¿Qué es eso que no se ve? ¿La Torre Eiffel o la cancha de Boca?
Las selfies y su variante, los videítos selfies, han arruinado al turismo. Mejor dicho, han arruinado a los turistas. Y al horizonte. Ciudades, monumentos, paisajes y atardeceres no son sino porque nosotros estuvimos allí, como documenta la selfie que tomamos, veloces, sin pararnos mirar a La Gioconda y a preguntarnos en qué pensaba, ella y Leonardo. Mientras nos afanamos por enarbolar el telefonito, ensartarlo en el palote, elevarlo a la altura indicada y lograr hacer click para eternizar el momento, mientras hacemos todo eso no miramos. Si no miramos, no podemos reflexionar, si no reflexionamos no podremos entender el mundo que fuimos a ver. Ah bueno, viejo, todo no se puede en la vida. ¿Para qué querés reflexionar? Sonreí y hacéte una fotito, no te pongas difícil, ¿querés?
Esta es la edad de lo individual y de la autorreferencia. Así lo gritan las selfies. Mañana te quiero ver. ■