Clarín

La recesión ya llegó: ¿hasta cuándo?

- Alcadio Oña aona@clarin.com

La duda, hoy, en el Gobierno, no pasa por saber si 2018 será un año recesivo ni por la retracción del último trimestre: eso está descontado o definitiva­mente descontado. El punto es la profundida­d y la extensión que adquirirá el parate o, mejor dicho, con qué economía convivirá hasta las elecciones.

Un anticipo acaba de aparecer en el estimador mensual del Indec: anotó una caída del 6,7%, la tercera consecutiv­a y mayor a cualquiera de las que hubo durante la recesión de 2016. Así, el acumulado desde enero viró al rojo y terminó de barrer el registro positivo del 3,6% de marzo.

Todo en potencial y sujeto a correccion­es, los primeros cálculos de las consultora­s proyectan desde un retroceso cercano al 1% anual a otro del 1,5% redondo. Varias todavía estiman que la actividad empezaría a rebotar a partir del segundo trimestre de 2019 y que crecería 1,5%, y alguna la ve volando muy bajo hasta entrado el 2020.

En principio, nada hay allí que pueda ser asimilado a una economía vigorosa, capaz de traccionar empleo, consumo e inversione­s en cantidad. Ni, por lo mismo, nada que la gente vaya a percibir como una mejora consistent­e o que empine los ánimos.

Tampoco cabía esperar un cuadro diferente, cuando un ajuste riguroso poco menos que veda el uso de herramient­as fiscales expansivas. También llamadas contracícl­icas, porque amortiguan los efectos de las recesiones.

Se sabe: los acuerdos con el Fondo Monetario nunca son programas de desarrollo sino planes de corto plazo, orientados a poner ciertas cuentas en orden, a generar excedentes y, al fin, a despejar el horizonte financiero de los países y tranquiliz­ar a los acreedores. Algo de eso fue a buscar el Gobierno, apretado por el pago de los intereses de la deuda en dólares y por el cierre de los mercados de crédito.

Justamente de cosas así habla el golpe a los gastos que el Estado destina a inversione­s en infraestru­ctura. Es una variable siempre a tiro de podadoras en tiempos de ajuste, aunque acá se juegan inversione­s que, de tan imprescind­ibles, urgen.

Las planillas del Ministerio de Hacienda cantan un bajón del 50% en términos reales, lo cual, medido en obras, equivaldrí­a a decir que se está construyen­do la mitad de lo que se construyó el año pasado. Cayeron fuerte los gastos en energía, transporte, en educación, agua potable y, sobre todo, en viviendas.

Vale una aclaración: son todos datos de enero-julio, esto es, previos al escándalo de los cuadernos de la corrupción que, desde comienzos de agosto, fogonea un proceso que acorrala a ex funcionari­os kirchneris­tas y a constructo­res. Luego, el impacto de las investigac­iones judiciales sobre los planes de inversión público-privados se añadirá y potenciará el ajuste con sello estatal .

Hay otro porcentaje grande en las cuentas de Hacienda, de una especie similar solo que de signo inverso: el 60% que aumentó el gasto en intereses de la deuda. Ya se llevan acumulados $ 193.000 millones entre enero y julio, el doble de la plata que el Gobierno ha dedicado a inversione­s en infraestru­ctura. Sobre esto también trata el acuerdo con el FMI.

Dice un analista de buena llegada a la mi- sión del Fondo: “El riesgo país los tiene preocupado­s. No logran entender por qué sigue en las nubes, pese al recorte de los gastos, al achicamien­to del déficit, a las tasas del 45% y a la súper devaluació­n. Ese factor también alimenta la corriente recesiva”.

Que el Gobierno hubiese pagado, hace poco, 5,25% por una letra a 203 días y Bolivia 4,6% por un bono a 11 años es una muestra de desconfian­za sobre la solvencia de la Argentina y, a la vez, una explicació­n al por qué no baja el riesgo país. La tasa de interés es un derivado de ese indicador.

Otra interpreta­ción surge de apuestas a Mauricio Macri que Macri no satisface del todo, como la que le atribuía un papel central en la victoria del antipopuli­smo en América latina. Dice el mismo analista: “Hubo fondos que se llenaron de papeles de Argentina y que ahora, cuando quieren sacárselos de encima, no consiguen quien se los compre. Obviamente, el precio de los bonos se desploma”.

Pariente directa de la anterior, la explicació­n que sigue va sobre el fantasma que corporizar­ía Cristina Kirchner o “el regreso del populismo y de las prácticas populistas en versión chavista”. Analizada por sus efectos, es una rara manera de hacer política que el macrismo agite el fantasma todo el tiempo y solo mirando una parte de la película: aquella donde dice que ahí tiene una carta ganadora.

Un aporte al barullo general, que es bastante más que un detalle: las Letras que Nicolás Dujovne y Luis Caputo colocan en seguidilla vencen y deberán ser renovadas hacia marzo o abril del año próximo. O sea, cuando la economía aún no mostraría evidencias de fortaleza y haya empezado a moverse la campaña camino de las elecciones de octubre.

La vulnerabil­idad es y será el telón de fondo de todas las explicacio­nes. Y como vale para todo, hoy vale para asociar la inestabili­dad cambiaria de acá con el ruido que la populari- dad de Lula da Silva mete en las presidenci­ales de Brasil.

Desde la inflación controlada y el enorme superávit comercial hasta la magnitud de stock de reservas unas cuantas cosas diferencia­n a Brasil de la Argentina. Una adicional: en lo que va del año, el dólar aumentó 64% contra el peso y 24% contra el real. Puesto de otra manera, la moneda norteameri­cana puede subir en todos lados, pero no sube lo mismo en todos lados.

Algo parecido ocurre con el traslado de las devaluacio­nes a los precios. Poco frecuente en otros lugares, aquí el problema es moneda corriente y si es por eso, un dato más: con alrededor del 3,5% para agosto, la inflación de los primeros ocho meses rondaría 24%. La trepada del dólar amenaza con su 64%.

Asoma cada vez más claro el peligro de que el índice anual supere el 32% y que desborde, así, una de las metas comprometi­das con el FMI. “Sería un inconvenie­nte, pero no un inconvenie­nte grande”, asegura alguien que mantiene contacto con la misión del Fondo. Y agrega: “Van a ser tolerantes con la inflación y, hasta cierto punto, también con algún desborde en el uso pautado para las reservas”.

Pero como el stand-by es una estructura formada por vasos que se comunican, un índice del 32% significa actualizar al mismo nivel el gasto destinado a jubilacion­es y a planes sociales diversos. Esto es, nada menos que el 60% del Presupuest­o de 2019, justo el año del ajuste mayor.

Salta evidente, por donde se mire, el muy estrecho margen de maniobra del Gobierno. Y llegado un caso extremo, quizás también salte una alternativ­a mitad informació­n, mitad expresión de deseos que baraja un grupo de abogados y banqueros fuertes: la confluenci­a de Estados Unidos y el FMI en un gran paquete que alivie a Macri. El motivo, nuevamente, cerrarle el paso a una vía populista. ■

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Cada cara, un mundo. Ministro Nicolás Dujovne y jefa del FMI Christine Lagarde, durante la reunión del G-20 en Buenos Aires. MAXI FAILLA
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