Clarín

Cara a cara con ocho víctimas, que exigen más hechos que palabras

Reunión. El Papa estuvo una hora y media con sobrevivie­ntes de abusos.

- DUBLIN. ENVIADO ESPECIAL

En un intento por descomprim­ir la creciente tensión con quienes consideran que la Iglesia no está actuando con toda decisión y energía ante los abusos sexuales cometidos por miembros del clero, el papa Francisco recibió ayer durante una hora y media a ocho víctimas, entre ellos Marie Collins, ex integrante de la comisión de Tutela de los Menores creada por el pontífice, a la que renunció por considerar que las estructura­s vaticanas impedían avanzar en el combate a ese flagelo.

Como es habitual, el Vaticano no suele anticipar estos encuentros ni revelar su contenido, ya que considera que, por respeto a las víctimas, deben ser ellas las que hablen si desean hacerlo. Aunque había admitido la alta probabilid­ad de su realizació­n. Sólo informó en acuerdo con las víctimas su identidad: los reverendos Patrick McCafferty y Joe McDonald; el consejero Damian O’Farrell; Paul Jude Redmond; Clodagh Malone; Bernadette Fahy, y otra víctima que prefirió el anonimato, además de Collins.

Las víctimas vienen reclamando que el Vaticano asuma una posición más firme frente a los casos de abuso, que no se limite a la expulsión del sacerdote de los abusadores, sino que también se aparte a al obispo del cuál dependían o al superior de su congregaci­ón en el caso de que los hayan encubierto­s. Fuentes del Vaticano dicen que en los últimos años fueron apartados cinco obispos, pero las víctimas consideran que muchos de los encubridor­es siguen formando parte de la Iglesia.

Tras los casos de abusos que detonaron en la arquidióce­sis de Boston, en 2002, por la notable investigac­ión del Boston Globe, hubo una catarata de denuncias en otros países, sobre todo en Irlanda. Desde aquel año 14.500 personas declararon haber sido victimas de abuso. Mientras que una investigac­ión difundida en 2010 detectó 2.500 casos. La indignació­n creció al conocerse recien- temente un espeluznan­te informe de la Justicia de Pensilvani­a que abarca un millar de casos y a 300 sacerdotes.

Francisco viene profundiza­ndo el criterio de tolerancia cero con una serie de acciones, pero evidenteme­nte las víctimas creen que falta mucho por hacer. Peter Saunders, víctima de abusos y fundador de la Asociación Nacional de Personas que sufrieron abusos en la Infancia, que vino estos días a Irlanda para apoyar a las víctimas, declaró: “Si (la Iglesia Católica) fuese como cualquier otra organizaci­ón, su dirigente debería hacerse responsabl­e para atajar un problema de su compañía. Las palabras son muy bonitas, pero queremos ver acciones”, señaló. Saunders también integró la Comisión de Tutela de Menores del Vaticano y, al igual que Collins, renunció por considerar que estructura­s vaticanas frenaban su trabajo.

Dos de los asistentes difundiero­n un comunicado en el que dijeron que también le expusieron al Papa el caso de las niñas y adolescent­es alojadas en conventos en el siglo pasado y que eran sometidas a un régimen de semi esclavitud. Así como también los centenares de esqueletos de bebés y niños que apareciero­n enterrados cerca de una de esas casas religiosas tras sufrir malnutrici­ón e infeccione­s. Además de que se establecie­ron que hubo numerosas adopciones irregulare­s y certificad­os de nacimiento falsos.

Por eso, le pidieron al Papa profundiza­r las investigac­iones internas y un reconocimi­ento público a las víctimas, entre otras reparacion­es. Según ellos, Francisco abordará el tema en la homilía de la misa que oficiará esta tarde en el cierre del Encuentro Mundial de las Familias que vino a presidir. Y agregaron: El Papa consideró la corrupción y el encubrimie­nto una inmundicia: que son “caca”.

Se descuenta que Francisco les repitió lo que había dicho por la mañana fuera de discurso ante los referentes de la sociedad civil, cuando tuvo un contrapunt­o con el primer ministro irlandés, que demandó acciones más contundent­es a la Iglesia: que está empeñado en librar a la Iglesia del “flagelo” de los abusos, sin importar el costo moral o la magnitud del sufrimient­o que provoque. Acaso las víctimas querrán ver para creer. ■

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