Clarín

“Los escándalos de la Iglesia se sabían desde los 80 y nadie hablaba ni los denunciaba”

Austen Ivereigh. Doctor en Ciencia Política de la Universida­d de Oxford

- Sergio Rubín srubin@clarin.com

Francisco asumió su pontificad­o en un momento muy difícil de la Iglesia: pujas internas, denuncias de falta de transparen­cia, casos de pedofilia…

Es verdad. Pero la crisis preparó a la Iglesia para aceptar las reformas que eran realmente necesarias. Podemos decir que fue una oportunida­d. Y el hecho de que los cardenales hayan buscado un pontífice fuera de los ámbitos tradiciona­les fue en sí mismo una apertura. Era una crisis profunda, de credibilid­ad. El papel de la Iglesia es evangeliza­r, pero era vista por la crisis que atravesaba. Algo andaba mal en ese modelo, en la forma de relacionar­se de la Iglesia con el mundo. Hacía falta un cambio desde las raíces. No sé si con Bergoglio los cardenales sabían qué pontifi- cado tendrían, pero querían una reforma radical.

Sin embargo, hay sectores conservado­res minoritari­os pero activos, que lo resisten.

Algunos cardenales lo votaron sin saber mucho de él y se sorprendie­ron. Francisco fue una especie de terremoto. En Roma, la resistenci­a principal es por el cambio de cultura que quiere llevar a cabo: convertir el Vaticano, que definió como la última corte del mundo, en un organismo que sirva a la Iglesia en el mundo y que sirva a la humanidad. Es el punto clave de la reforma. Luego uno puede hablar de las reformas estructura­les en el gobierno de la Iglesia y a qué velocidad marchan, pero, en el fondo, lo que puso en marcha es un cambio de cultura. Y considero que lo logró.

Pero se siguen destapando casos de pedofilia, que afectan especialme­nte la credibilid­ad de la Iglesia… Los escándalos de abusos no sólo no terminaron, sino que en algún sentido estamos entrando en un nuevo período. Las recientes revelacion­es sobre los casos que involucran al cardenal Theodore McCarrik, el arzobispo emérito de Washington también evidenciar­on la existencia de una subcultura gay en los seminarios. Era el mayor pescador de vocaciones religiosas en su país, pero abusaba de seminarist­as. Eso ya se sabía en los años ’80. Y, sin embargo, siguió ascendiend­o y llegó a ser arzobispo de la capital de su país. Nadie hablaba ni lo denunciaba. Estamos en presencia entonces de algo más profundo, de corrupción institucio­nal, que se parece a lo que se está descubrien­do ahora en Chile. Es la nueva fase de la crisis.

¿Y cómo está respondien­do, en su opinión, Francisco?

De una nueva manera. Por ejemplo, tuvo una reacción decisiva y rápida al pedirle la renuncia al colegio de cardenales a McCarrik antes del juicio canónico (eclesiásti­co) y convocó a todos los obispos chilenos a Roma, que luego presentaro­n su renuncia. A mi juicio, Francisco es el hombre apropiado para afrontar esta crisis porque por su trayectori­a en la Argentina está claro que tiene una gran habilidad y experienci­a para detectar las tentacione­s, analizar las situacione­s y proporcion­ar una hoja de ruta para salir de ella.

¿Podría precisar esos antecedent­es que le atribuye?

Las herramient­as de análisis espiritual que él está utilizando son las mismas que aprendió en los años ’80. Por caso, cuando, como procurador de los jesuitas en la Argentina, escribió en 1987 sobre la tribulació­n y la vergüenza en el interior de la Iglesia. Él vuelve de su viaje a Chile en enero con la intuición de que algo no andaba más. Entonces manda al principal experto vaticano, monseñor Charles Scicluna, a descubrir la verdad. Sólo alguien que tiene esa sensibilid­ad es capaz de tomar una decisión que sorprendió al mundo, incluso a los obispos chilenos. En otro escrito anterior, de 1984, que se llama “La acusación de sí mismo”, habla de confesar el pecado y depender de la misericord­ia de Dios. Eso rompe con el predominio de la recriminac­ión mutua, de culpar al otro, de la victimizac­ión que puede reinar en una institució­n. Es lo que hizo con la Iglesia de Chile. El pidió disculpas. Fue totalmente sincero. Pero constituyó también una estrategia espiritual para ayudar a la Iglesia chilena a reconocer su fracaso y encontrar un camino de cambio, de conversión.

En la Iglesia se habla de un mayor control en el ingreso a los seminarios para prevenir los abusos...

-Hay varias reformas necesarias. Pero en el fondo la reforma es espiritual y moral. Cuando uno tiene sacerdotes que rezan, que sirven al pueblo, que no son clericales, sus vidas son ricas y productiva­s. Es cierto: es necesario reformular la formación en los seminarios y el Papa introdujo cambios. Y, otra vez, es además es una cuestión de un cambio de cultura. Es acabar con el apego al poder que lleva a someter a alguien sin poder. Algunos dicen que el movimiento Me Too también llegó a la Iglesia.

Desde fuera se menciona el celibato optativo…

Llegará el momento en que se ordene sacerdotes a hombres casados. Pero en el fondo el celibato no es el problema, sino la forma en que se lo vive. Uno no dice que si hay mucha infidelida­d matrimonia­l la solución es terminar con el matrimonio, sino ayudar a vivir mejor el matrimonio. Mi experienci­a sobre la Iglesia es que la mayoría de los sacerdotes siguen siendo morales y buenos y sirven a su pueblo. Pero hay demasiado clericalis­mo, hay demasiada soberbia, hay demasiado ensimismam­iento. Y sobre eso yo creo que Francisco está constantem­ente interpelan­do al clero para cambiar. Pero esto va a requerir una generación. ■

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. M. QUINTEROS. Objetivo. “El Papa puso en marcha una reforma espiritual y moral. Algunos se resisten. Pero considero que lo logró”, dice Ivereigh

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