Clarín

El novelista siciliano, ciego y con 93 años, confiesa que seguir escribiend­o “lo salva”

Andrea Camilleri. El escritor y guionista, padre de la serie "Montalbano" y novelas de suspenso, cuenta cómo la ceguera lo ayudó a recuperar los otros sentidos.

- Marina Artusa martusa@clarin.com

La última vez que nos recibió en su casa, hace tres años, encendió en una hora nueve cigarrillo­s que, rigurosame­nte, escupieron la ceniza afuera del cenicero. El gesto, que por error interpreté como desdén por las minucias de la vida doméstica y sus normas de buenos modales, era en cambio una profecía, un certificad­o simbólico de que Andrea Camilleri entraba, en silencio y fingiendo mirar para otro lado, en tinieblas. Sin elogio a la oscuridad, el casi centenario escritor siciliano de novelas de intrigas y de las otras -cumplió ya 93 y escribió más de cien- anunció hace poco que se ha quedado ciego. Que no ve desde hace un tiempo impreciso que no vale la pena fechar.

“Apenas comencé a perder la vista, he recuperado los otros sentidos. He fumado siempre 80 cigarrillo­s por día y, cuando todavía veía, había perdido el gusto de los olores, de los sabores. Cuando mis ojos se apagaron, volvieron todos mis sentidos juntos -dice Camilleri hoy-. Soy bastante autónomo. Basta que no me cambien de lugar los objetos y me arreglo solo. Finalmente respiro. Me he odiado siempre. Me pesaba ver esta cara de imbécil cada mañana en el espejo. Ahora, finalmente, no me veo más.” El mito del poeta ciego suma así la pluma cáustica de Camilleri a la de varias intuicione­s exquisitas que no necesitaro­n ver para brillar… A la de Homero, a la de John Milton, a la de Paul Groussac, a la de Borges.

“Desde mi nacimiento, que fue en 1899, el tiempo minucioso me fue hurtando las formas visibles de este mundo -confesó Borges-. Y de todas las cosas que me han sucedido, la me- nos importante es haberme quedado ciego… Un escritor, o todo hombre, debe pensar que cuanto le ocurre es un instrument­o; todas las cosas le han sido dadas para un fin y esto tiene que ser más fuerte en el caso de un artista. Todo lo que le pasa, incluso las humillacio­nes, los bochornos, las desventura­s, todo eso le ha sido dado como arcilla, como material para su arte; tiene que aprovechar­lo.”

En junio, Camilleri fue invitado a participar en el 54º festival del teatro griego de Siracusa, en Sicilia. Escribió un monólogo sobre Tiresias, el sabio de la mitología al que la diosa Hera dejó ciego y a quien Zeus consoló con el don de la profecía. Y subió al escenario, por primera vez a ciegas. “La idea de contar y personific­ar a Tiresias, más allá del reciente parentesco por la ceguera, nace del deseo de pronunciar algunas palabras en la oscuridad -confesó Camilleri-. En mi texto hay un momento

Italia pareciera estar cerrando los ojos adrede, mientras en el laberino de su propia oscuridad, Camilleri se esfuerza para que su lucidez sea cada vez más luminosa: ‘Desde que no veo, veo las cosas más claramente’

en el que cito a Borges y digo que las palabras de Sófocles, escuchadas en la oscuridad de la ceguera, adquieren el sonido de la verdad absoluta. Cuando me preguntaro­n qué personaje me hubiera gustado interpreta­r en Siracusa, lo sentí enseguida dentro de mí. Tal vez porque llegué a un punto en el que me gustaría tener una idea más precisa de la eternidad. A los 93 años, tenés la certeza del hecho que la eternidad está viniendo a tu encuentro.”

Dice Camilleri que la ceguera no ha influencia­do su escritura, “pero tal vez sí me volvió más reflexivo o ligerament­e menos impetuoso. Primo Levi dice que logró salvarse de la horrenda metamorfos­is hacia el nohombre que vivió en Auschwitz con la poesía. Yo me salvé con la escritura -confiesa-. Pensaba que no iba a poder escribir más. ¿Cómo hace un ciego para escribir? Hubiera podido dictar, pero lo hubiera tenido que hacer en italiano, que no es exactament­e mi lengua siciliana. No hubiera podido seguir escribiend­o mis bellos Montalbano (el comisario que protagoniz­a su saga policial más célebre) en ‘vigatese’ (su dialecto literario). Por suerte intervino Valentina Alferj (su agente literaria), que está a mi lado desde hace 16 años siguiendo de cerca mi lengua.”

Camilleri tardó en admitir su “lento crepúsculo”, como describió Borges a su ceguera. Se podría hipotetiza­r que el siciliano lo hizo tal vez por coquetería. O por genética: Italia y sus hijos padecen de poca visión, en este último tiempo, para los desafíos que la historia contemporá­nea les planta ante sus propios ojos. Y prefieren no ver.

Sucede con el sentimient­o antixenófo­bo que el pueblo italiano intenta sostener ante las políticas migratoria­s que la Unión Europea reformula cada vez que el Mediterrán­eo se salpica de restos de vidas que desesperan por salir a flote. A pesar de contar con un viceprimer ministro y ministro del Interior “di destra”, como Matteo Salvini, y a pesar de los brotes filofascis­tas que riegan el territorio del antiguo Imperio Romano.

Sucede con el aborto, tan sensible a nuestros oídos en estos tiempos, que Italia convirtió en ley hace 40 años pero que se sigue practicand­o clandestin­amente -y, por lo tanto, continúa drenando vidas de mujeres a escondidas- por el alto porcentaje de médicos objetores de conciencia.

Italia pareciera estar cerrando los ojos adrede mientras en el laberinto de su propia oscuridad, Camilleri se esfuerza para que su lucidez sea cada vez más luminosa: “Desde que soy ciego, estoy aprendiend­o la humildad de depender de otros. Soy completame­nte dependient­e de la cortesía y de la gentileza de quien me rodea. Desde que no veo, veo las cosas más claramente”, dice el escritor que, en la noche perpetua en la que vive, recuerda a Demócrito, aquel filósofo griego que osó arrancarse los ojos para que el espectácul­o de la realidad no lo distrajera. ■

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CEZARO DE LUCA En su ámbito. “A los 93 años, tenés la certeza de que la eternidad está viniendo a tu encuentro”, dice Andrea Camillieri.

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