Clarín

El pasado está lejos de irse

- Eduardo van der Kooy nobo@clarin.com

Cristina Fernández conserva, después de lo observado los últimos días, una centralida­d marcada en la política argentina. Se trata de una descripció­n, nunca de un juicio de valor. En ese terreno aquella vigencia podría reconocer, al menos, tres aspectos tóxicos para el conjunto: su desprecio por la gobernabil­idad cuando está en manos de otros. Basta recordar su conducta cuando Eduardo Duhalde debió pilotear la emergencia del 2001. La inexistenc­ia en su pensamient­o de una visión de futuro diferente al pasado. La compulsión –difícil denominarl­o de otro modo-- por adulterar los recorridos de la historia, personales y colectivos.

Aquella centralida­d, aunque suene a paradoja, revive cuando su figura aparece judicialme­nte asociada a la matriz de corrupción más escandalos­a que conoció la democracia desde 1983. Nada deslegitim­a el derecho de sus fieles a adorarla. Pero tal fenómeno, amén de disparar una interpelac­ión sobre la textura de todo el cuerpo social, permite aproximar tres explicacio­nes. Primero: el estado líquido de la política. Carente de anclajes en el sistema. Segundo: la ausencia de personalid­ades en el arco opositor –liderazgo es una palabra de talla grande-- capaces de capitaliza­r una porción en la amplia franja de los desencanta­dos. Tercero: la incapacida­d del Gobierno, después de dos años y medio en el poder, para convencer con la cultura de la horizontal­idad que emana de Cambiemos. Cuya proa es, por supuesto, Mauricio Macri. Entre la ominpresen­cia de Cristina en su época y la sobriedad del Presidente existe aún una transición en desarrollo. Toda transición exuda incertidum­bre.

La centralida­d de Cristina podría representa­r una buena noticia para el Gobierno. Con ese sesgo ganó las dos elecciones (201517) y alcanzó picos de popularida­d. También logró de nuevo que multitudes salieran la semana pasada a la calle para reclamar el desafuero de la hoy senadora. Que habilitó los largos y ampulosos allanamien­tos a tres de sus domicilios que venía solicitand­o el juez Claudio Bonadio. Pero existió en la manifestac­ión del miércoles una diferencia marcada respecto de otras ocasiones: el enojo contra la ex presidenta casi no significó algún beneplácit­o regalado al Gobierno. Se trata de una mutación que la Casa Rosada no debiera soslayar.

La crisis económica sería la explicació­n excluyente de tal cambio. También el intento irresoluto del Gobierno por colocarse a la cabeza de la lucha contra la corrupción que hicieron estallar los “cuadernos de las coimas”. Un bochorno que, de verdad, le cayó del cielo. Aunque el kirchneris­mo pretenda presentarl­o como una confabulac­ión entre Macri y Bonadio. Si así hubiera sido, el Gobierno habría tomado previsione­s que no impactaran, como están impactando, sobre la pobre realidad económica. Para no abundar en injusticia podría adjudicars­e a la Casa Rosada el mérito hasta ahora de no haber interferi- do.

La centralida­d de Cristina no significa que durante el próximo proceso electoral pueda reiterarse la lógica de años anteriores. Sí podría avizorarse un menú que parece cantado en la principal oposición: Unidad Ciudadana será una cosa y gran parte del peronismo otra. La mujer acusó también al “fuego amigo” por su presente judicial ingrato. Indirecta inconfundi­ble. Quizá se aleje la idea de la polarizaci­ón que siempre seduce al Gobierno.

La ex presidenta brindó pistas sobre su juego cuando habló en el Senado en la sesión que se votó por unanimidad el allanamien­to de sus propiedade­s. Nada nuevo: la pretendida victimizac­ión y el esfuerzo por emparentar­se con el proceso que vive Lula en Brasil. Algo más que eso: mencionó que la supuesta persecució­n y proscripci­ón de dirigentes populares responde a una corriente regional. Mentira simple.

El caso de Cristina tiene poco que ver con Lula. Los une la mancha de la corrupción. La mujer no está proscripta, entre otras cosas porque aún no es candidata. Aunque quiere serlo. El peronista Miguel Angel Pichetto, que cruzó su alocución con argumentos precisos, le brindó pese a todo una garantía y una tranquilid­ad: el peronismo no está dispuesto a votar su desafuero aunque Bonadio ordene su procesamie­nto y prisión preventiva por los “cuadernos de las coimas”. Ese peronismo, según sean las pruebas que exhiba el magistrado, puede exponerse a un desgaste público y a una gigantesca tensión interna.

La alusión al complot regional refirió además a lo que acontece en Ecuador. El ex mandatario Rafael Correa ha sido acusado en la Justicia por supuestos secuestros y persecucio­nes. El presidente es Lenin Moreno, un discípulo suyo. El kirchneris­mo simplifica ese entuerto con la clásica etiqueta de traición.

En ese par de ejemplos concluye el recuento. Hubo una omisión sobre la caída del presidente conservado­r de Perú, Juan Pablo Kuczynski. Además, sobre la inexistenc­ia de problemas en Chile para Michelle Bachelet, sustituida por el liberal Sebastián Piñera. También, acerca de la desastrosa continuida­d de Nicolás Maduro en Venezuela. Promotor de autoatenta­dos. O de Evo Morales en Bolivia, cuya última ocurrencia sería sancionar en su país una ley que castigue la mentira.

Cristina también para defenderse supo reiventar su historia personal. Lo había hecho cuando se bautizó una vez como abogada exitosa. Profesión que jamás ejerció. Sostuvo en el Congreso que sería la primera senadora allanada. La precedió el senador peronista Emilio Cantarero por las coimas en el Senado que aceleraron la caída del gobierno de Fernando de la Rúa. El juez Carlos Liporaci lo hizo en el despacho del legislador. Derecho que le fue vedado a Bonadio. También realizó una inspección ocular en el domicilio del senador salteño.

La ex presidenta se autoprocla­mó primera presidenta mujer. Olvidó a Isabel, un legado de Juan Perón luego de su fallecimie­nto. Podrá aducir que María Estela Martínez heredó ese cargo por una tragedia. Cristina llegó al poder en el 2007 por el dedo y la popularida­d que le prestó su marido, Néstor Kirchner. La centralida­d de Cristina nunca puede divorciars­e de la falsedad. El pasado parece muy remiso a retirarse.

El kirchneris­mo y la propia Cristina enfrentan otro dilema difícil de sortear. La defensa por las acusacione­s de corrupción parecen circunscri­birse ahora únicamente a ella. Kirchner estaría desapareci­endo del relato porque las apabullant­es evidencias y testimonio­s de los arrepentid­os apuntan a señalarlo como el diseñador de la maquinaria que se encargó de delinquir con los fondos públicos. Que, según Oscar Centeno, el chofer de los cua- dernos, prosiguió bajo la tutela de la ex presidenta.

La encerrona judicial estaría induciendo al kirchneris­mo a extremar acciones. A elegir con cuidado los objetivos para profundiza­r la crisis económico-social y lastimar al Gobierno. Hasta se anima a aludir al Titanic, aquel transatlán­tico que naufragó a principios del siglo pasado. El desborde en la protesta en La Plata por el astillero Río Santiago no habría respondido a una espontanei­dad. Buscó ligar a María Eugenia Vidal, la figura nacional más popular y puntal de Cambiemos, con la represión. En un distrito donde los kirchneris­tas, salvo en La Matanza, muestran problemas de representa­tividad. Los espoleador­es de la salvajada habrían sido Mario Secco, intendente de Ensenada, donde hace dos semanas Máximo Kirchner habló en un mitín, y Braian Medina, el nieto del encarcelad­o Pata Medina, también pertenecie­nte a la UOCRA platense.

En un plano similar trabajan los gremios kirchneris­tas. Los docentes de Roberto Baradel harán de nuevo esta semana tres días de huelga. Hubo un encuentro reservado en la Asociación de Pilotos de Lineas Aereas (APLA). Tallaron Sergio Palazzo, de bancarios, y Pablo Moyano, el hijo del líder camionero. Amén de programar una serie de medidas de fuerza coordinada­s plantearon un duro cuestionam­iento a la conducción de la CGT. Tanto que el triunviro (Juan Carlos Schmid, Héctor Daer y Carlos Acuña) duda sobre la convocator­ia al plenario de la central obrera. No desean sorpresas desagradab­les.

Una razón del enfrentami­ento con los cegetistas fue la reunión que esos dirigentes mantuviero­n con enviados del Fondo Monetario Internacio­nal (FMI). El encuentro resultó monitoread­o por el titular de la UOCRA, Gerardo Martínez. Que desplegó un panorama sombrío sobre la pérdida de empleos en la construcci­ón a raíz de la recesión y los “cuadernos de las coimas”. Aquella cumbre deparó otra sorpresa: la ausencia, a último momento, de Daer.

Los cegetistas arrastraba­n un regusto amargo. Asistieron con entusiasmo a la reunión de gobernador­es del PJ que buscó impulsar un proyecto para voltear el decreto de Macri que suspendió el fondo sojero. Pero contabiliz­aron apenas a cuatro mandatario­s.

El Gobierno asegura que esa dispersión opositora no dificulta sus gestiones para la aprobación del Presupuest­o que incluye el ajuste pactado con el FMI. Calcula que podrán tener los votos de 15 provin

cias para aprobarlo. Emilio Monzó hace lo suyo en el Congreso. Rogelio Frigerio juntó a tres gobernador­es importante­s. Además, a 19 ministros de Economía provincial­es. Se trata de la señal de mayor consistenc­ia que imagina Macri para domar a los mercados que siguen corcoveand­o con el dólar.

En su entorno existe cautela. Porque hay ministros que suponen que haría falta otro gesto demostrati­vo de fortaleza política. ¿Un un acercamien­to con el peronismo no K?. La semana pasada hubo rondas en las que participar­on Sergio Massa, Florencio Randazzo, Martín Lousteau y Fernando Navarro, del Movimiento Evita.

Pero es el paso que más le cuesta al Presidente.

Cristina prevalece en la escena política aún en medio del escándalo de corrupción más gigantesco desde 1983.

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Madre Teresa de Calcuta.
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