La división de la izquierda regional frente a Nicaragua
La crisis nicaragüense ha abierto un nuevo capítulo en la división de la izquierda latinoamericana. Ya el año pasado la izquierda se había fragmentado en torno a la crisis venezolana: hay una izquierda democrática, que condena la violencia del gobierno de Nicaragua, y otra autocrática que lo respalda y que, hasta la fecha, apoya a Maduro.
Esa fractura tiene raíces profundas en los procesos de transición a la democracia de las últimas décadas del siglo pasado y se remonta a las diferencias entre Luiz Inácio Lula da Silva y Hugo Chávez en los primeros años del siglo XXI.
Existe un consenso anti-neoliberal en toda la izquierda de la región, pero claras divergencias en cuanto a la estrategia geopolítica a seguir frente a Estados Unidos y a la aceptación plena de las normas democráticas, la división de poderes y el respeto a los derechos humanos. Ahora, igual que como sucedió ha-
ce un año, Estados Unidos ha contribuido a la descalificación y, con el tiempo, a la neutralización de la izquierda democrática.
Una vez que la Casa Blanca o un grupo de congresistas estadounidenses se posicionan contra Venezuela o Nicaragua, las credenciales de la izquierda antiautoritaria se devalúan de cara a la opinión pública regional. Las propias élites de Venezuela y Nicaragua — discípulas del experimentado magisterio de Fidel y Raúl Castro en Cuba— son conscientes de que si Estados Unidos asume un papel protagónico en la confrontación con algún gobierno latinoamericano, la oposición de izquierda rápidamente se repliega, por miedo al estigma del imperialismo.
La represión en Cuba, Venezuela y Nicaragua siempre ha cumplido el rol perverso de atizar el intervencionismo de Estados Unidos, infligiendo, como daño colateral, la desacreditación de la oposición de izquierda. En Cuba y Venezuela, este mecanismo ha si- do exitoso en la preservación de ambos regímenes. En Nicaragua, el “eslabón más débil” de la cadena bolivariana, parafraseando a Lenin, está por verse. La intervención de la OEA, más legítima que la de Estados Unidos, tampoco ha logrado resultados concretos. Como en Venezuela hace un año, el curso de los acontecimientos se mueve a favor del autoritarismo. La izquierda democrática latinoamericana no es una entelequia, pero carece de una diplomacia autónoma que pueda contener de manera efectiva la perpetuación de regímenes que violan los derechos fundamentales de sus ciudadanos y reprimen a la oposición pacífica en nombre de la soberanía. La democracia fue una conquista de esas izquierdas contra las dictaduras derechistas de la Guerra Fría. La falta de solidaridad de esa misma izquierda ante los atropellos de gobiernos “socialistas” pone en riesgo a toda la democracia latinoamericana. ■