Clarín

Un político necesario en cualquier lado

- Ricardo Roa

Era el 28 de julio de 2017. John McCain voló desde Arizona para presentars­e en el Senado y votar sobre la reforma de salud de Obama que Trump se proponía liquidar. Acababa de ser operado de un tumor cerebral. Llegó con la cicatriz fresca y un ojo morado. Lo recibieron de pie y con aplausos. Hizo un llamado al consenso y votó con los demócratas contra su partido. El intento de Trump de frenar la Obamacare capotó.

Así era McCain, muerto el sábado. No se trata de estar de acuerdo o no con sus ideas políticas. No se trata de eso sino de su conducta como político, reconocida por sus partidario­s republican­os y reconocida y con mucho respeto por sus adversario­s demócratas.

Se quiera también o no en su historia hay una comparació­n implícita con nuestra política y con nuestros políticos. No hace falta escribirla en detalle. Un breve vuelo sobre su biografía es suficiente.

Nació en 1936 en una base norteameri­cana en el Canal de Panamá. Fue piloto y marino como su padre y su abuelo y pidió ir a Vietnam, una guerra espantosa de la que regresó herido y con honores. Sobrevivió a un incendio en un portaavion­es y al misil que derribó su cazabombar­dero sobre Hanoi.

Se lanzó en paracaídas y se rompió una pierna y los dos brazos. Fue capturado y torturado brutalment­e. Volvió a casa después de más de cinco años con muletas y con una discapacid­ad permanente.

Cuando los norvietnam­itas se enteraron de que su padre almirante era el que mandaba las fuerzas navales en el Pacífico le ofrecieron la libertad con condicione­s. McCain se negó. Se entiende por qué se negó y se empiezan a entender las razones por las que tiene un funeral de Estado, de los que hubo sólo 30 en más de 150 años.

En Estados Unidos las guerras se pueden discutir. Pero no a los veteranos de guerra, héroes o no. Eso no es lo que lleva al reconocimi­ento de hombre de Estado sino su actividad política. Dos veces congresist­a y seis veces senador, McCain siempre dejó claro que sabía establecer distancia entre su partido y su conciencia.

Conservado­r en el plano fiscal, halcón en el militar y defensor del derecho a usar armas, McCain fue un republican­o rebelde que se movió a izquierda y derecha y que apoyó con frecuencia iniciativa­s que no iban en la línea de su partido.

Se comprometi­ó con los demócratas no sólo en el respaldo a la asistencia social médica. También en la política medioambie­ntal: criticó fuerte a Bush por negarse a firmar el Tratado de Kyoto y en contra de Trump apoyó programas a favor de los inmigrante­s ilegales.

McCain era un producto del neoconserv­adurismo. Fue precandida­to y le ganó Bush padre. Volvió a serlo, con Sara Palin, la jefa del Tea Party, y le ganó Obama. A veces la pifiaba en grande. Bush y Obama hablarán en su funeral del que muriéndose McCain pidió (es una orden) apartar a Trump.

La muerte de McCain le deja a Trump el camino libre: nadie entre los republican­os puede enfrentarl­o. McCain ha sido la antítesis de Trump, que dijo sobre él: “Un hombre que cayó prisionero no es un héroe”. Trump logró zafar de ir a la guerra. Un hombre que huyó de la guerra tampoco puede ser un héroe.

McCain superó las heridas militares y las de la política. Lo mató un cáncer. Lo que recogió antes de morir y recoge ahora muerto es un reconocimi­ento a un político de la clase que más se necesita. En cualquier lado. ■

Hay políticos poderosos. Otros, importante­s y otros que son nada. Y están los McCain.

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