Clarín

Recién se fue pero ya es leyenda

A los 41 años, Emanuel Ginóbili anunció su retiro y cerró una trayectori­a ejemplar de 23 temporadas. Fue campeón en Europa, líder de la Generación Dorada y figura de San Antonio en la NBA. El deporte lo despidió públicamen­te como una leyenda.

- Mauricio Codocea mcodocea@clarin.com

A los 41 años, y por Twitter, Manu Ginóbili anunció su retiro del básquet profesiona­l. Lo hizo después de 23 años de carrera, y de haber sido campeón olímpico y ganado cuatro títulos en la NBA. El mundo del deporte se rindió a sus pies.

Emanuel Ginóbili fue ese al que nadie vio venir, pero al que todos vieron irse. Luego de su esposa, quien primero supo que era un ex jugador fue Gregg Popovich, el entrenador con el que se reunió a solas en el centro de entrenamie­nto de San Antonio Spurs. Y enseguida se enteró el mundo por sus redes sociales: “Con una gran mezcla de emociones, les cuento que decidí retirarme del básquet. ENORME GRATITUD para mi familia, amigos, compañeros, DTs, staff, aficionado­s y todos los que fueron parte de mi vida en estos 23 años. Fue un viaje fabuloso que superó cualquier tipo de sueño. GRACIAS!", escribió.

En el mundo del básquetbol argentino, que más que mundo es en realidad un pueblo chico en el que casi todos se conocen, no estaba llamado a ser una estrella. De hecho, alguna vez Ginóbili creyó que era un perdedor. Mientras casi todos sus compañeros en Bahiense del Norte habían festejado algún logro, él no sólo nunca había salido campeón sino que en su primera definición importante se iba al descenso. “Fue una vergüenza, quedé devastado”, recordó Manu.

Leandro y Sebastián, sus hermanos, ya jugaban en la Liga Nacional cuando él todavía pateaba los parquets de Bahía Blanca. Y Emanuel, que siempre se comparaba con ellos, no lo toleraba. No por sus dos familiares, claro, sino por él mismo. Él tenía que llegar a ser alguien.

Todo le sirvió para moldear su temple de acero y para grabar a fuego esa competitiv­idad que alguna vez un comentaris­ta estadounid­ense puso sólo a la par de la de Michael Jordan. Y Ginóbili se supo ganar el respeto, dentro y fuera de la cancha. Por categoría y por humildad. Y ese deseo, sumado al trabajo incansable y a un talento que finalmente explotó, lo ayudó a ir escalando. Primero en la Liga, luego en Italia, más tarde en la NBA. Y siempre con la Selección.

O casi siempre. Porque alguna vez hubo algún capítulo de desamor entre Ginóbili y el público argentino. Sus ausencias en torneos con la Selección más de una vez lo pusieron en la mira. No debería sorprender. A Juan Martín Del Potro, su compatriot­a contemporá­neo más destacado en el tenis, no se lo dejó de castigar por sus faltazos a la Copa Davis ni siquiera después de ganarla.

¿Por qué no iban a cuestionar a Ginóbili, pese a que ya había sido campeón olímpico y subcampeón mundial? Se lo hizo en 2010, cuando decidió dedicarse al embarazo de Many, que esperaba a los mellizos Dante y Nicola, y faltar al Mundial de Turquía. También en 2014, cuando intentó llegar al de España pese a una fractura por estrés en el pie derecho y los Spurs le negaron la participac­ión.

Al margen de aquellas críticas, luego fue todo reconocimi­ento. Porque Ginóbili permitió que el básquetbol llegara a hogares en los que ni siquiera se sabía el color de la pelota. Y trascendió a la Generación Dorada.

La NBA -como competició­n, pero también como espectácul­o- es para no pocos todo lo que vale en el mundo de este deporte. Entonces, hasta los que pasaron de largo ante la mejor camada de la historia argentina saben al menos que él fue cuatro veces campeón en el país dueño de todo esto. Con razón, alguna vez Scola se quejó porque parecía que sólo importaba el torneo estadounid­ense cuando había varios argentinos destacándo­se en Europa. Y esa distancia la marcó precisamen­te Ginóbili.

Naturalizó las hazañas. Convirtió la imagen de una bandera celeste y blanca junto al trofeo Larry O'Brien, ese que sólo pueden tocar los campeones de la NBA o los jefes de Estado, en algo normal. Y ahora no habrá un argentino en la NBA por primera vez en 18 años.

Fue el faro de los latinos. En San Antonio, una ciudad con marcada presencia de esa comunidad, lo adoptaron como propio y ese afecto, desde lo más austral de Sudamérica al suroeste de los Estados Unidos, produjo un efecto envolvente que lo hizo enamorar a toda la patria grande.

Las muestras de afecto tras su retiro a los 41 años, después de 23 de carrera, fueron abrumadora­s, una bola de nieve que en minutos se convirtió en un alud. En ese marco, no pocos recordaron y compartier­on en las redes sociales el relato de un periodista que en los primeros pasos de Manu en la máxima categoría argentina, dudaba de sus condicione­s para brillar.

Pecaron de injustos: a Ginóbili no lo vio ni León Najnudel, el creador de la Liga Nacional.

A Ginóbili, en realidad, no lo vio venir prácticame­nte nadie, pero lo vieron irse todos. Y he ahí la mayor de sus conquistas.w

No estaba llamado a ser una estrella, pero trabajó para convertir su deseo en realidad. Y brilló.

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INSTAGRAM El último partido en San Antonio. Fue el 22 de abril. Un saludo final y un anticipo de la despedida.
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AFP Hasta siempre. Ginóbili sale de la cancha el 22 de abril, en el último partido como local en San Antonio.

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