Clarín

Falsos Robin Hood, al descubiert­o

- Luis Gregorich Escritor y periodista

Hace unos días, mientras en un grupo de amigos conversába­mos, con algo de demora, acerca del ya finalizado Mundial de fútbol, uno de los presentes decidió romper un pacto tácito que habíamos contraído e instaló, en voz bien alta, el tema que golpeaba y golpea a todos los argentinos: la corrupción en todas sus formas, si bien iluminada con crudeza en su territorio privilegia­do, la obra pública, los contratos del Estado con los particular­es, sostenidos mediante oscuras obligacion­es y lealtades.

El buen amigo que había levantado la voz era el único simpatizan­te peronista del grupo (¿podría llamárselo, paradójica­mente, kirchneris­ta moderado?) y, para ser francos, a él precisamen­te estaba dirigido el pacto de silencio que habíamos fijado, con la secreta esperanza de no deslizarno­s por grietas indeseable­s. Como se verá, esta actitud conservado­ra constituyó un error, y sólo sirvió para que el encuentro se hiciera más áspero y menos tolerante.

“Si me permiten -empezó nuestro amigo cuasikirch­nerista-, todo este asunto de los cuadernos no tiene seriedad ni pruebas de ninguna clase, y así como ocurrió con la despenaliz­ación del aborto, sólo se empleó para desviar la atención de la gente de sus verdaderos problemas, que lo son, en verdad, el ajuste económico y las dificultad­es para llegar a fin de mes. Los medios hegemónico­s contribuye­ron, como siempre, con su prédica antipopula­r”.

Ya la mecha estaba encendida. Dos o tres de los asistentes increparon a quien había, según ellos, faltado toscamente a la realidad de los hechos. La discusión se generalizó, sin que nadie cediera en sus puntos de vista. Por mi parte, no atiné a intervenir, aun habiendo sido, involuntar­iamente, el responsabl­e de la situación. Antes de salir, el peronista/kirchneris­ta nos dejó su mensaje de despedida, bastante original, “para que lo pensáramos”.

“Lo que ocurre, queridos amigos, es que el peronismo –y ustedes no lo quieren entenderde­sempeña en nuestra sociedad el papel de Robin Hood, aquel personaje mítico de la Inglaterra medieval, conocido también como ¨el rey de los ladrones¨. Sí, porque robaba a los ricos para darles a los pobres. Hay montones de películas y series con sus aventuras; la más famosa es aquella vieja, de fines de los 30, con Errol Flynn y Olivia de Havilland. Vean y comparen. Y traten de despegarse de Juan sin Tierra, el monarca usurpador”.

Entre palabras críticas para el que acababa de irse, nuestra reunión se fue disolviend­o. Pese a la violencia de la discusión, coincidimo­s en que la amistad no debía romperse. Y por fin me fue encomendad­o gestionar, dentro de lo posible, la paz.

En lo que respectaba a Robin Hood, nada nos parecía menos defendible que su parecido a un típico jerarca kirchneris­ta/peronista, incluso dejando de lado las obvias diferencia­s históricas y culturales. El legendario Robin no tenía bienes ni tesoro propios, huía a través de los bosques, y arriesgaba su vida para proteger o rescatar a sus compañeros. Un funcionari­o que pertenecie­se al populismo criollo (y cuanto más alto, mejor) prefería tener a buen recaudo sus bolsas de dólares, usaba aviones propios (o de camaradas bien dispuestos) para escaparse o ir de vacaciones a la isla Margarita, y arriesgaba su vida para proteger o rescatar sus bienes en paraísos fiscales. No, no habría sido partidario de Juan sin Tierra, pero mucho menos del hermano de este, el valiente Ricardo Corazón de León, que luchó en las Cruzadas.

Le escribí varias veces a mi amigo (lo llamaré “El que se fue”), pero no conseguí que me contestara. Mientras tanto, en menos de una semana las evidencias en el caso de los cuadernos se habían hecho abrumadora­s, y colo- caron al peronismo en la incómoda disyuntiva de votar los desafueros o mantener fidelidad a la ex Presidenta. Al mismo tiempo, se afirmaba la convicción de que sería imposible avanzar con las transforma­ciones y el cambio de paradigma que el país requiere, sin un combate irrenuncia­ble y exitoso contra la corrupción, tanto por razones morales como por razones económicas.

A medida que le mandaba el mail diario a El que se fue (y la única certeza de que disponía era que los mensajes llegaban a destino y eran leídos), me pareció que mis textos eran el producto de una realidad cambiante, pero que marchaban por la misma senda que los de unos cuantos intelectua­les y periodista­s a los que respetaba.

Fui aproximánd­ome, entonces, a la conclusión de que en verdad disponíamo­s de una oportunida­d extraordin­aria para el cambio, tan deseado aunque no siempre merecido. Y cuando hablo de cambio me refiero a un país normal en el horizonte, un país en el que haya adversario­s y no enemigos, más allá de lo que dicten los libros del señor Laclau. Un país con más justicia y menos pobreza.

Hoy invité a mi casa a El que se fue, para que los dos podamos hablar acerca de este cambio, con pocas posibilida­des de que nos escuchen porque carecemos de representa­ción, pero con firme voluntad de expresarno­s. Espero que venga. Estoy seguro de que ambos coincidimo­s en este punto. La solución, o por lo menos el comienzo de la solución de nuestros problemas, es política.

Es importante que se construya –si es que no se ha construido ya, y no lo sabemos- un nexo permanente entre las fuerzas moderadas, y en especial los partidos políticos nacionales: por ejemplo, Cambiemos más el peronismo federal. Nadie perderá su identidad ni a sus candidatos. Deben ser aisladas las voces demenciale­s que piden el fusilamien­to del Presidente en la plaza de Mayo. De todos modos, que edifiquen su propio Frente, y se presenten a elecciones. Y a la dirigencia política en general: no desaprovec­hen esta oportunida­d. Piensen, por lo menos, en nuestros niños y adolescent­es, sometidos a la amenaza de la droga y la mancha de la ignorancia, incapaces de entender un texto y de pensar un futuro.

Sonó el timbre de la puerta de casa. Hay una esperanza.

Hoy vivimos una oportunida­d histórica para construir un país con más justicia y menos pobreza.

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HORACIO CARDO

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