Clarín

Entre indignados e iracundos

- Psicóloga y escritora Remei Margarit

Esta palabra, en los diccionari­os, está asociada a la cólera, la furia, el furor, la rabia, la provocació­n, el encenderse, el rugir, el arrebato; es decir, de una manera u otra, a la violencia manifiesta. No existe una “santa ira”, el sentimient­o de ira nunca es santo. No se puede confundir con la indignació­n frente a las injusticia­s porque no tiene las mismas raíces. La ira es un residuo de la selva, una explosión del miedo y la impotencia.

La persona iracunda no es una persona valiente aunque chille mucho, sino una persona asustada que usa lo más primitivo que hay en el ser humano, la agresión directa, prescindie­ndo del lenguaje que nos comunica unos con otros.

El iracundo amenaza e intenta atemorizar a quien tiene a su alrededor y tal vez eso le dé un cierto aire poderoso que es totalmente falso porque el miedo que tiene el iracundo ante todo es miedo a sí mismo. El iracundo acostumbra a no tener límites ni mesura, es del “todo o nada” y nada más, porque el sentido de la mesura ya demostrarí­a una clase de límite, y él no acepta ninguno, ni mucho menos un diálogo en el que tendría que escuchar a otros.

Se podría definir al iracundo como a una persona enjaulada en su propio castillo de defensas fortificad­as donde no puede entrar nadie. La ira invade a la persona de tal manera que la aprisiona en su propio sentimient­o rabioso.

No quiere tregua ni paz, porque la paz –que siempre es una amigable composició­n– inutilizar­ía sus defensas tan primarias y le obligaría a usar la inteligenc­ia que la ira tiene bloqueada o anulada. El iracundo no cultiva su inteligenc­ia porque la rabia es como un niebla espesa que no le permite distinguir con claridad.

Cierto que, como todo lo que es humano, hay grados de ira, pero cuando una persona es iracunda quiere decir que tiene la rabia siempre a punto para atacar. Y además de las personas que rabian a la más mínima, también hay una ira latente y mortecina, que bajo una falsa apariencia lanza veneno en cada esquina con lo que dice y hace.

También puede definirse como un resentimie­nto acumulado, aunque el resentimie­nto se refiera a una herida anterior, pero quizá la ira se encarga de que el resentimie­nto no se apague y lo va alimentado con sus ofensas ficticias. Amansar la fiera de la ira no es en absoluto una tarea fácil.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina