Clarín

Adolfo Coronato, un periodista comprometi­do y bien porteño

Recuerdo. Fue editor de Internacio­nales de Clarín y correspons­al. Su vida política y laboral, como la de muchos de su generación, giraba en torno al periódico de papel.

- Perfil Ricardo Kirschbaum Editor general de Clarín

Entre muchas anécdotas y circunstan­cias de su paso por las redaccione­s, hay una que a él le encantaba contar con su voz ronca, con destreza e histrionis­mo que cautivaban a los que madrugaban en las largas sobremesas después del cierre del diario.

En julio de 1980, un golpe en Bolivia apoyado por la dictadura argentina y el narcotráfi­co puso en el poder al general Luis García Meza.

Adolfo Coronato fue el enviado especial de Clarín. Su relato de cómo consiguió llegar a La Paz en medio del toque de queda, de los tiroteos y de las patotas paramilita­res, no sólo es una nota destacada de su peripecia para entrar a Bolivia desde Perú, sino también lo retrata como cronista y como persona. Describió con maestría ese incierto viaje en aviones, taxis y camiones, en su carrera por llegar sorteando retenes militares. En la crónica describió esa Babel que pugnaba por volver a su tierra y que le hizo ver “lo que es la confratern­ización de razas, y de cómo se pueden mezclar los aromas del Paco Rabanne con el acre olor del sudor altiplánic­o, mientras que por sólo 10.000 soles se podía alternar en aymará con español antiguo, con una pizca de lunfardía porteña que, por supuesto, nadie entendió”. El cuento, repetido varias veces en La Giralda, parrilla que ya no existe más, era tan abundante en detalles como desopilant­e, aun en los momentos de riesgo por los que había pasado. Era fugazmente centro de la reunión, raro porque siempre eligió el segundo plano, el perfil bajo.

Antes de llegar al periodismo -y durantemil­itó en el Partido Comunista, en Temperley, donde trabajaba como administra­tivo en el Ferrocarri­l Roca. Luego -becado por la empresa- estudió Periodismo en el Museo Social Argentino, con Rodolfo Nadra como compañero.

Coronato –o Corotan o el Ronco para los amigos que ya lo extrañan- era un periodista tan comprometi­do como elegante. Traje cruzado Príncipe de Gales, corbata azul, zapatos bien lustrados, apareció una tarde en El Cronista, en 1974, en el viejo edificio de Alsina, como si en vez de entrar a una redacción estuviera por ingresar en la pista de una milonga. Adolfo era la estampa del porteño seductor.

Aquella redacción de Cossa, Roberto Guareschi, Somigliana, Osvaldo Lamborghin­i, Osvaldo Soriano, Quito Burgos, entre otros, que había reunido Perrotta, lo fichó en Internacio­nales, junto a Jorge Onetti y Susana Viau. Era al mismo tiempo correspons­al de la agencia de noticias de la Alemania comunista, que funcionaba en la agencia soviética Tass en el 11° E de Córdoba 652, bajo la dirección de Isidoro Gilbert. También tuvo un breve paso por Panorama, que conducía Jorge Lozano.

Ingresó en Clarín como editor adjunto de Internacio­nales en 1977 y siguió como periodista la convulsión de un mundo que, en plena guerra fría, se iba reconfigur­ando: la caída del Sha de Irán, el ascenso de Komeini, el triunfo sandinista, la “perestroik­a” en la URSS, prólogo del derrumbe soviético. Acontecimi­entos sobre los que escribía y analizaba a diario.

Esa visión más global del mundo acentuó en Adolfo sus conviccion­es, se fue alejando del dogmatismo y mantuvo su rechazo al autoritari­smo reciente en nuestro país.

También trabajó en el suplemento de Ciencia, creó la sección de venta de Contenidos del diario; fue coordinado­r de los correspons­ales. Siempre atildado, simpático, orgulloso de sus raíces de la Italia del sur.

Periodista culto, amable, con gustos populares, de comidas con amigos bien regadas. Hincha de Huracán, del Polaco Goyeneche, Piazzolla y Puccini. Lector avisado, adicto a las novelas de espionaje, que lo atraían. Ya retirado, siguió escribiend­o en Ñ y Le Monde Diplomatiq­ue.

Coronato tenía temple: se sobrepuso a una tragedia inmensa que emboscó su vida. Con entereza crió a su hijo Luciano. Se volvió a casar con Ana Batistozzi, exquisita crítica de arte, mujer de carácter, a quien conoció en el Club El Progreso. Fue un flechazo que le devolvió la sonrisa al alma: desde ese mediodía no se separaron más y ensamblaro­n sus familias.

Por encima de todo, Adolfo sabía de amistad. Ayer, a los 79 años, nos dejó más solos. Sus restos serán inhumados hoy a las 12 en Chacarita.w

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Estampa. Coronato, siempre elegante, tanguero e hincha de Huracán.

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